Rendez-vous
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Pseudomona
Cómo
recordaba cuando sonó el teléfono aquella mañana y alguien detrás del auricular
le dijo que sus papeles habían sido aprobados, nada más restaba una formalidad
para dar marcha a la gestión. Listo, ya
estaban concertados el lugar y la fecha, se imaginó que pronto dejaría el
mostrador de la caja registradora donde había estado durante los últimos años
para embarcarse en una aventura que para ser tan nueva, era ya bastante
conocida. Atrás quedarían las horas
muertas, los malos tratos y las dilaciones a la hora de recibir su pago, había
valido la pena el sacrificio y tantas horas de trabajo tendrían al fin su
recompensa.
Sintió
que los colores ondeantes en lo alto: índigo, níveo y corinto se agitaban al
unísono en un saludo, se sonrió, era bienvenida. Al poner sus alegres zapatos sobre
el lustroso piso del lugar imaginó que había llegado al lejano y soñado país,
que había cruzado el inmenso mar, con sólo haber entrado en el edificio.
Cómo
explicarle al corazón que sólo era un pedacito de tierra, una ilusión. No se
podía explicar y dejó que éste se engañase por un momento, al fin y al cabo, la
alegría no reconoce la ficción de la realidad. Se sentía como en el aire y ágil
se dirigió a la ventanilla de informaciones donde un hombre joven,
elegantemente vestido le indicó que tomase el ascensor hacia el primer piso,
ella no pudo esperar y se precipitó por las escaleras. Despacio, se repetía,
despacio, mientras acomodaba su falda, al parecer había llegado temprano, su
cita no comenzaría al menos en una treintena de minutos, cuanto había esperado
éste día desde aquella vez que sonó el teléfono. No podía evitar el ímpetu
jovial de su espíritu, se sentía invencible, así se habría sentido Ícaro cuando
planeaba velozmente hacia el sol. No era para menos, había proyectado durante
un largo tiempo los pormenores de su entrevista, no en vano había dejado casi
de vivir para cultivar el singular idioma, casi de dormir para descifrar la
emisión de radio, que por algún motivo misterioso se difundía únicamente de
madrugada, casi de soñar, salvo en su sueño infinito. La invitaron a sentarse
en un esponjoso sofá, tan mullido que daban ganas de dejarse estar, sentimiento
que contrastaba con la firmeza de su temple, tanto que era su peor miedo un día
amanecer y dejarse estar.
El
reloj señalaba la espera, veinte revoluciones exactas hasta las 9, estiró la
mano derecha y tomó una revista ubicada en el centro de la mesita frente a
ella, la ojeó distraídamente: todo lo que hace trabajar y agitarse al hombre
utiliza la esperanza, Camus. Cuán cierto resultaba aquello medio siglo después
de su muerte.
El
tiempo transcurrió hasta el esperado momento pero aún no era recibida, ella retomó
su lectura y leyendo sin leer se imaginó de paseo por los Campos Elíseos, perdida en la esmeralda avenida quizás,
no, no, iría primero a Père-Lachaise se
sentaría cerca de Wilde en su descanso inmortal y le diría cuánto había acertado en su
concepción sobre la mujer, el romance…escuchó su nombre nítidamente detrás de
la anhelada puerta, había previsto largamente este instante, se aproximó con
paso cada vez menos firme y al llegar su mente enmudeció, se quedó en negro,
cual negativo de fotografía, ningún pensamiento corría en su cabeza sólo un
zigzagueante latido galopaba en sus oídos. Increíblemente no podía recordar
cómo concertar el saludo inicial y como no recordaba el principio, no sabía
cómo proseguir, en vano buscó afanosamente las palabras que nunca se
pronunciaron, lo había olvidado de tanto haberlo practicado. Bonjour
Madame dijo a secas su interlocutor.
Buenos días musitó maquinalmente en suave respuesta, empleando el más perfecto
castellano. Había perdido todo su aplomo y sus piernas apenas la sostuvieron, una
sensación aguda y punzante se le metía en el pecho dejándole apenas respirar, se
dejó estrechar la mano y más que sentarse se derrumbó, resonaba en el ambiente
el eco de una voz con una dicción que le era familiar mientras revisada
rápidamente el portafolio que había depositado tiempo atrás y se lo devolvía.
Ahora simplemente no escuchaba, bastaba con mirar la fría expresión inequívoca
para vislumbrar que aquel encuentro le estaba restando toda posibilidad. Los hechos
se sucedieron raudamente, no hubo lugar para reponerse.
Aquel
hombre le hablaba en ese idioma conocido, pero ella no lo podía descifrar no
podía pensar ni reaccionar, con gran esfuerzo abrió los labios para replicar
pero sólo dijo: comprendo. Atrás había quedado todo ensayo, lo había olvidado. Au
revoir Madame, bonne chance l´ année prochaine y un nuevo apretón. Miles de
voces se alzaron del silencio gritándole el estudiado discurso, las oía
inútilmente pero ya el funcionario le
había dado la espalda. Escuchó
apenas el doloroso taconear de sus pasos en retirada, en sólo dos minutos su
crédulo corazón supo que había vivido una fantasía grotesca. Salió caminando
tambaleante sobre los pequeños adoquines de la puerta del consulado sobre Basavilbaso, las calles habían perdido su
habitual simetría y no conservaban líneas rectas ni ángulos, se entrecruzaban
en diagonales, unas encima de otras, en un diabólico desorden su mundo entero
temblaba, desmoronándose por completo.
Vagó
largamente sin rumbo, el tenaz fragor de la ciudad en un día de verano le hizo
reconocer a lo lejos un número en movimiento: 59, el colectivo se detuvo y apenas subió los pasajeros curiosos la
observaron, ella miró
tristemente hacia el suelo tratando de ocultar su arrugado semblante en su
blanca cabellera y mientras apretaba sus manos en su harapienta falda musitaba bonne chance l´ année prochaine.