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martes, 24 de abril de 2012


Iris
(Segunda Parte)
By Pseudomona

Llegamos a Tucumán y Callao, un pequeño departamento en un subsuelo ambientado con luces tenues por doquier que le daban al lugar un aspecto mortuorio en plena fiesta. Había un olor fuerte a música y alcohol. Nos acercamos a la barra; donde estaban otros de nuestra cursada y enseguida ordenó para mí una cerveza negra stout, mi favorita.
-          Bueno zapata, dijo chocando su vaso con el mío, que siempre nos vaya tan bien como hoy.
-          Que no seamos tan viejos cuando salgamos de la facultad, grité yo.
-          No sé vos, al menos yo no lo seré, dijo guiñándome un ojo como siempre que me hacía alguna broma.
Esa noche bailamos y bebimos, yo estaba feliz, es el efecto que la cerveza suele producirme, tal vez debiera beber o bailar más a menudo. No me di cuenta pero pasaron rápido las horas y la noche avanzó fácilmente, mientras Lautaro se despedía de los otros chicos, comencé a observar detenidamente a un extraño que estaba en un rincón del bar, me pareció que lo había visto antes en la facultad, un hombre de, no sé, unos sesenta años, al que todos le decían: señor Rector, por la cantidad de años que llevaba de estudio. O más bien de no estudio, ya que reprobaba permanentemente. Nadie se le acercaba. Tenía una mirada algo amarga, o tal vez era la luz que me hacía verlo de esa manera. Usaba el pelo atado en una colita, una campera de cuero de motociclista negra y fumaba sin cesar. Parecía estar observando a mi amigo desde aquel ángulo.
-          ¿Qué pensás, naba?, me gritó Lautaro, acercándose, ¿ya nos vamos? 
-          ¿Cómo?
-          Vamos, te llevo a tu casa. Vamos.
Miré mi reloj al salir: las 6 de la mañana. Como era invierno apenas amanecía. Me colgué de su brazo, ni un solo taxi pasaba por la avenida.
-          Vamos a caminar, así con el aire frío se te pasa un poco la borrachera. Por Dios, no te podés tomar ni una sola cerveza, me dijo.
Me di vuelta y la calle estaba silenciosa, algún empleado de Cliba a lo lejos que finalizaba su tarea, y lo vi venir.
-          Ey, ¿viste al tipo ese? Le dije.
-          ¿Cuál?
-          Ese, el señor Rector, viene detrás de nosotros.
-          Sí, debe vivir por acá.
-          Apurate, le tengo un poco de miedo.
-          No seas tonta, que sea mal alumno no lo hace mala persona. Mirá, te lo voy a demostrar, lo vamos a saludar, dijo parándose en seco mientras yo jalaba suavemente de su abrigo.
-          Ey, saludó con la mano, hace frío, ¿no?
-          Sí, dijo el tipo arrojando su cigarrillo.
-          Soy Lautaro. Ella es mi amiga…
-          Los he visto antes, en la facultad.
-          ¿Ah, sí? Estás cursando…Las materias se van poniendo difíciles, ¿no?
-          Sí, mucho, en especial una.
-          ¿Sí?, ¿cuál?
-          Una en la que probablemente vos me seas útil, dijo mirándolo seriamente.
-          ¿Yo? No, no creo, somos de primer año.
-          Para estas cosas los años no importan, ni siquiera importa estudiar medicina.
-          No sé cómo. ¿Cuál es la materia?
-          Primero debés decirme si me ayudarás.
-          Claro hombre, si se puede.
-          Sí, tenés que desearlo con ganas.
-          Bueno, mirá, no me lo digas ahora, tengo que llevar a mi amiga a su casa, hablamos luego.
-          Dijiste que me ayudarías, insistió acercándose cada vez más.
-          Mirá, no sé qué te traés, pero este no es el mejor momento para hablar.
-          Vamos Lautaro, hace mucho frío. Vamos.
-          Dijiste que me ayudarías, gritó el hombre, acercándose cada vez más a nosotros. Recién ahí pude ver que enormes cicatrices le desfiguraban la cara
-          Vamos hombre, solo quise ser amable, está amaneciendo, hablamos otro día y se puso delante de mí.
-          Claro, todo el mundo quiere ser amable.
-          Vamos, no le hagas caso, le dije tirando con fuerza de su campera.
-          Nada más dame la mano si de verdad querés ayudarme, dijo el otro, abalanzándose contra él y empujándolo violentamente hacia el piso.
-          Dejalo, le grité abrazando a mi amigo, y el hombre se alejó corriendo, lo vi desaparecer por la esquina de Corrientes.
-          Ay, se fue, ¿estás bien?, le pregunté y me asaltaban las lágrimas.
-          Sí, eso creo, respondió sin lograr incorporarse. No, no estoy bien, dijo mientras se restregaba desesperadamente los ojos una y otra vez, algo me pasa, dijo con una lastimosa voz,  no puede ser, ayudame Isabel, no puedo…ver.

Y ya la luz del amanecer me dejaba ver la claridad de sus hermosos ojos.