A 03
El Banco de letras color naranja y azul ubicado en la Avenida Callao ése día estaba
repleto, no sólo había gente haciendo cola en las ventanillas, sentada en todos
los asientos disponibles, sino que también algunos clientes esperaban casi en
la vereda, señal de la desesperación que invadía a los pequeños ahorristas como
yo. Y seguramente no sólo aquellos sino también los otros, acostumbrados a
hacerse por la fuerza de lo ajeno tendrían mucho trabajo aquel día, hecho que se
había vuelto moneda corriente en nuestra cada vez más criolla Buenos Aires. Será por
eso que desde ya casi un año el Banco Central ha reglamentado la prohibición del uso de teléfonos celulares y la colocación de
una especie de mamparas en todas las entidades que se dedican a la transacción
bancaria, con el objetivo de impedir que los asaltantes pudieran ver quien
retira una cantidad considerable de dinero y así protegerlo de ser asaltado
violentamente en la calle. No sé si por esto o por todo lo demás tengo un
presentimiento que hace sentirme intranquila, pero como mi madre siempre dice,
al mal paso darle prisa.
Me acerco decidida
a la máquina expendedora de números de espera, la cual me pide de inmediato mi
tarjeta y apenas he retirado el número A 03, oigo un doble sonido agudo que me hace
mirar a la pantalla: Caja B: A 03 ¡Bienvenido cliente Infinity! El guardia de
seguridad se me acerca al ver mi nerviosidad, seguro porque piensa que también
pudiera ser una ladrona, primero verifica mi número y después se ofrece a acompañarme
hasta la ventanilla. Yo siento cómo el forro de mi delgado vestido se va
pegando lentamente a mis piernas mientras pesa sobre mí la mirada de fastidio del mar de gente que colma la sala.
La empleada
de la ventanilla me saluda intentado mostrarse relajada, a pesar de que los
pómulos de su cara rubicunda dicen todo lo contrario y aunque es un momento
poco común, pienso que yo no sería buena trabajando en una caja, no podría
hacer el mismo trabajo rutinario todos los días y además ni siquiera soy buena
en matemáticas, no.
-
Sí,
señora. ¿Que podemos hacer por Usted?
-
Yo,
bueno…quiero retirar dinero…
-
Bien,
le pido por favor su DNI y tarjeta de débito.
-
Sí
aquí los tiene y los deslizo por debajo de la rendija que tiene la ventanilla
de vidrio templado.
-
Ok
¿Cuánto quiere? Replica mientras termina de verificar mis documentos.
Yo ahora
tengo miedo, no sólo de que me vean, de que “me marquen” sino también de que me
escuchen. Por eso tomo de mi cartera una lapicera azul y escribo en el mismo
papel del número de espera el monto que necesito retirar y se lo entrego. Ella
abre enormemente los ojos y me dice:
-
¿Ha
reservado ese dinero para llevárselo ahora?
-
No…pero…
-
No
puedo hacer esta transacción, no sé si lo podemos realizar hoy. Por norma del
Banco, las transacciones grandes deben solicitarse con antelación.
La sola
idea de volver al día siguiente me aterra, no sólo porque con cada minuto que
pasa mis ahorros van paulatinamente devaluándose, sino también porque no sé si
al día siguiente seguiría teniendo las fuerzas para volver.
-
Por
favor, ¿No puede hacer una excepción? Por favor, preciso retirar con
urgencia ese dinero…
-
Mire,
yo no puedo hacerlo. Le avisaré al gerente y el la atenderá. ¿De acuerdo?
-
De
acuerdo.
Enseguida
llama al guardia de seguridad que me conduce de vuelta por medio de la sala
repleta de gente hacia una habitación vacía que da al otro lado de las
ventanillas. Seguro que a estas alturas ya habré llamado suficientemente la
atención. Mirá, me digo, si no puede ser hoy, no será. ¿Si? Las normas son las
normas…curiosa idea, después de todo lo que pienso hacer hoy que precisamente
está fuera de las reglas…podría sencillamente ir a la cárcel por haber violado
el artículo número tantos del Banco Central que prohíbe la compra venta de
moneda extranjera, simplemente sancionada por querer poseer la libertad de
disponer como uno quiera de su propio dinero, fruto de un trabajo honrado.
Habrán
pasado unos cinco minutos y un hombre de unos cuarenta y tantos años, vestido
impecablemente con un traje gris entra rápidamente en la habitación, donde no
hay nada más que una computadora, una pila de papeles y yo. Me saluda, no puede
evitar tomar uno de sus relucientes gemelos y me dice tratando de mostrarse
amable:
-
Señora,
estoy al tanto de la situación, no hay problema, Usted podrá llevarse hoy el
dinero, pero lamentablemente no tenemos billetes de a 100, sólo de 50, lo digo
por razones de seguridad. No habrá venido sola, ¿verdad?
-
Sí,
pero pierda cuidado con eso. Todavía estamos en Recoleta, le digo intentando
hacerle una broma, algo para lo cual realmente no tengo habilidad alguna, por
eso el habrá pensado que soy una completa chiflada.
Por suerte
para mí en seguida otro de los empleados entra en la habitación, viene cargando
dos bultos que contienen los billetes perfectamente alineados y sellados al
vacío cual si fueran salchichas.
-
Le
dejaré unos minutos a solas, me dice el hombre del traje gris, tómese el tiempo que quiera
para verificar el dinero…
-
Yo
rápidamente hago la cuenta mental de cada pedazo de papel y sólo de pensar lo
que sería para mí recontarlo…no será necesario, respondo…me lo llevaré así, tal
cual.
-
Mire
que si después tiene algún reclamo, no lo podremos aceptar.
-
Descuide,
no creo que tenga problema.
-
Ok,
entonces hágame el favor de firmar aquí y aquí por favor, mientras me extiende
unos documentos, lo cual hago de inmediato y ya el sudor ahora también se
las ha tomado con mis manos, sólo cuando me alarga la copia del recibo me doy
cuenta que en mi cartera naturalmente no iba a caber semejante cantidad de
papel devaluado…y comienzo a mirar al alrededor, a tiempo que el Gerente se pasa
la mano derecha por la nuca…pues en la habitación aparte de la computadora y los
papeles de escritorio no hay nada más que un tarro de basura. Enseguida me
acerco al tarro y le pregunto:
-
¿Puedo?
-
El
Gerente dudoso asiente…
El tarro estaba
vacío, forrado con una bolsa negra de basura, en sólo unos segundos quito la
bolsa negra, me saco el suéter y envuelvo el dinero para quitarle los ángulos
que pudieran hacer del paquete sospechoso, lo meto entonces en la bolsa y ya
estoy lista. El Gerente me acompaña de nuevo a la sala y después de despedirse
deseándome buena suerte se dirige hacia el guardia de seguridad y parece
indicarle algo por lo bajito, yo me imagino que le habrá dicho que no me pierda
de vista, mientras estuviera en las instalaciones, no sería la primera vez que
un cliente fuera asaltado en pleno edificio y en ese caso el dinero debería ser
devuelto por el mismo Banco. Seguro que le habló por eso.
Mientras me
dirijo a la salida me doy cuenta que ha venido aún más gente, hecho que me obliga a pedir
permiso para pasar en medio de la masa impaciente. Apenas pongo un
pie fuera de la puerta principal aseguro mi pequeña cartera y aprieto con
fuerza la resbalosa bolsa de basura en mi mano derecha, mientras el sol de
Recoleta brilla allá arriba en lo alto.
Continuará…