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sábado, 1 de noviembre de 2014

El negocio

A las cinco y media de la tarde de un sofocante día de primavera, donde el sol arrasa contra todo quien este debajo de él, la esquina de Santa Fé y Callao está más viva que nunca. A pesar de que aún la gente que trabaja en oficina no ha terminado su jornada laboral, miles de transeúntes se desplazan en todas direcciones, en medio de esa masa no uniforme estoy yo, que intento avanzar despacio y disfrutar de mis vacaciones, lo cual no consigo, pues por naturaleza propia, el porteño es muy resuelto y camina sin dar tregua.

Una voz ronca de tanto gritar se levanta por encima del tumulto que hace la muchedumbre: la mesaaaaa…la mesaaaaa…señores…compren la mesa…señora, señor, la mesaaaa…

No puedo evitar mirar para el lado de donde viene la voz, que está a un par de metros de mí, y descubro a un hombre de al menos 30 años, vestido con remera gastada que cuando nueva habrá sido blanca, jeans, bandolera que le cruza el pecho y en sus dos brazos sostiene algo que al principio parecen unas tablas de madera, pero que si uno se queda observando tres segundos se convierten en una graciosa mesa que puede doblarse y desdoblarse. Qué ingenioso! Pienso yo y sigo mi camino. Antes de cruzar la Avenida el semáforo en rojo detiene mi marcha y no dejo de escuchar la mesaaaaa…la mesaaaaa…la me…y la voz a momentos se le corta, debió ser eso o quién sabe qué cosa que removió en mi memoria el sonido de mi propia voz, de cuando yo tenía unos 8 años: pasteles…pasteeeeles…compren los pasteeeeles, paste…y un repentino pinchazo inimaginable en mi pecho cuando evoqué la voz de mi hermanito, exactamente once meses menor, con el mismo estribillo.

La luz del semáforo se volvió verde y la gente se adelantó empujándome un poco, pero yo no me podía mover, quise continuar como si nada, pero no pude…tuve que volver.

-          Señor, cuanto cuesta la mesa?
-          Mire señora, es una mesa artesanal, hecha a mano, perfectamente lijada y barnizada, sólo debe desdoblarla y enseguida Usted tendrá una hermosa y práctica mesa, me dice el hombre con un intenso brillo en sus ojos a tiempo que me alcanza la tabla doblada para que yo misma pudiera hacer el ejercicio de volver a armarla.
-          Si, es linda la mesa, le digo, cuánto cuesta?
-          Tiene redonda y cuadrada, me responde. A mí, que conozco el truco de no decir de entrada el precio. Que a menudo usan los vendedores callejeros, para no espantar enseguida a sus clientes.
-          Le va a durar señora, es una buena inversión, está hecha de buena madera, dice golpeándola con sus nudillos.
-          Ya veo y el precio?
-          La redonda sale…130 nomás y si quiere la cuadrada, le puedo dar a 120 pesos…señora…

Yo las miro a las dos y algo que es muy mío, la indecisión de no saber si redonda o cuadrada me hace mirarlas de nuevo por un medio segundo.

-          Mire señora, le puedo dar la que quiera a 100 pesos y listo, llévasela, hoy no he vendido nada y necesito llevarle algo a la negra…
-          No, está bien, me llevo la redonda por los 130 y voy buscando en mi bolso el monto acordado.
-          En serio! Se lleva la mesa, no se va a arrepentir, tome, tome…
-          Gracias, ahí tiene los pesos.

Y nos estrechamos la mano como si acabáramos de hacer un negocio millonario.

-     Mucha suerte y que venda todas las mesas…
-     Gracias señora, que sea una venta con suerte…

Cuando me dispongo a retirarme tabla en mano, un policía correctamente uniformado se acerca rápidamente a nosotros.

-          Vos venís conmigo, le dice al hombre tomándole del brazo, no te dije esta mañana que acá está prohibida la venta callejera?
-          Pero, déjelo, si no está haciendo nada malo, trato de defenderlo.
-          Usted no se meta señora, que también está cometiendo un delito.
-          Un delito! Qué delito?
-          No sabe que en el artículo número tantos del código de ley tantos está prohibido comprar o vender sin factura? O acaso me quiere decir que éste le dio una factura, agarrándolo bien del brazo, mientras el vendedor se queja despacio pero resignado: por favor jefe, suélteme, ya me voy a casa, le juro que no molesto más, por favor maestro, ruega.
-          Por favor señor policía, déjelo ir, yo le aseguro que aquí no hay mala intención, por favor le pido, no lo lleve…
-          Lo dice Usted, pero todos los días es lo mismo, lo voy corriendo de esquina en esquina a lo largo de toda la Avenida…
-          Trate de entender, es mi culpa…yo de verdad necesitaba comprar la mesa… por favor, déjelo ir…
-          Móvil 114, móvil 114 responda! Hay un 403 en Santa Fé y Riobamba, repito 403 en Santa Fé y Riobamba…cambio.
-          Aquí móvil 114 voy de inmediato, cambio…dice el uniformado mirándonos aliviado de no poder hacer cumplir una absurda ley en éstos tiempos tan duros. Y se larga a correr calle arriba agarrándose la gorra azul con la mano izquierda mientras que en la derecha continúa hablando por su radio, sin acordarse más de los dos pequeños infractores que quedamos en libertad y nos mezclamos presurosamente entre la gente que acaba de salir de las oficinas.