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sábado, 31 de julio de 2021

 

Hacia el Norte

Son casi las seis de la mañana, cuando Lucía llega corriendo a la terminal de autobuses. Ella sabe que a ésta hora, alguno que otro partirá. Va vestida ligera y como único equipaje carga una mochila pequeña. Observa detenidamente los vehículos, alguno de los cuales van cargando mercadería. A un costado, divisa un autobús que parece estar disponiéndose a partir. Se acerca rápidamente a él, justo cuando un muchacho está retirando el letrero que decía: “A la Zafra en Santa Cruz” y que hasta entonces, colgaba a un lado del bus.

Lucía se aproxima a la ventanilla abierta, donde el chofer se está frotando las manos sentado frente al volante.

- Señor ¿me lleva? Dice ella.

- Sólo si vas a la Zafra…, responde aquel sin prestarle mucha atención.

- Sí..., lo que pasa es que no tengo con qué pagarle...

- Veamos…, dice el hombre, volviéndose a ella, mirándola bien, achinando los ojos ¿Cuántos años tienes?

- Dieciocho, miente Lucía.

- Hmmm ¿Sabes cocinar?

- Sí señor.

- Entonces subí, dice el chofer, a tiempo de encender el motor.

El bus se pone lentamente en marcha y va repleto. Los pasajeros, en su gran mayoría varones, ya están dormitando en sus asientos. Lucía busca algún lugar donde ubicarse, mientras el autobús se sacude a tiempo de abandonar la terminal.

La voz de una mujer se escucha desde el fondo y parece estar hablándole.

-¡Ey! Tú, niña... ¡Vení! Aquí hay lugar...

Ella se acerca despacio, se quita la mochila y se sienta al lado de la mujer.

-Tomá, dice aquella, ofreciéndole una parte de su manta. Trata de dormir, éste será un largo viaje.


martes, 27 de julio de 2021

 

La Mariquita de la suerte

Parte II

Era jueves de madrugada y nuestra guardia había estado transcurriendo sin sobresaltos, aparte del 10-15 en un parque del centro, cuyos infractores apenas nos vieron bajar del patrullero, supieron enseguida comportarse, no habíamos tenido otro inconveniente. Nicholas y yo nos dirigíamos a la comisaría, cuando a las 02:35 avisaron de un 10-31 en un domicilio particular, pocas cuadras más adelante. Las calles estaban totalmente desiertas y no nos hizo falta siquiera encender la sirena.

Mientras llegábamos a la dirección que se nos había proporcionado, un masculino joven se nos acercó haciendo señas con ambos brazos, corriendo desde la parada del tranvía ubicada unos cien metros más adelante. Yo los llamé, dijo jadeando, aquella señora, señalando a los asientos de la parada, dice que dos extraños entraron en su departamento, en el quinto piso..., ella no sabe decir nada más y no para de llorar, mi amigo está con ella, tratando de tranquilizarla...

Nicholas confirmó el 10-31 por la radio, pidiendo refuerzos y una ambulancia. La puerta principal del edificio estaba entreabierta y desde el interior se podía escuchar un ruido agudo, monótono y constante de algo que parecía ser una alarma de autos. Él y yo rápidamente nos pusimos los chalecos antibalas, los cascos, comprobamos nuestras armas y decidimos no esperar a los refuerzos y entrar de inmediato. Comenzamos a subir lentamente por las escaleras y a medida que lo hacíamos, una que otra de las unidades se entreabría y alguien asomaba la cabeza, pero al vernos, se volvía a meter rápidamente.

La puerta de uno de los departamentos del quinto piso estaba abierta de par en par y a oscuras. Nicholas, que tenía más experiencia que yo, entró primero, alumbrándose al mismo tiempo con una linterna, la alarma era aquí ensordecedora, casi no dejaba pensar y provenía de algún lugar desde el interior de la vivienda. Inspeccionamos con cuidado las habitaciones del piso inferior, luego subimos lentamente a la planta alta sin encontrar ni rastro de los delincuentes. El departamento en cuestión, era uno común y corriente, lucía bien ordenado, aunque con una increíble cantidad de ropa, zapatos y libros. En ése momento arribaron los refuerzos, aunque, quienes hubieron estado allí, ya se habían dado a la fuga antes de que nosotros llegáramos.

Uno de los colegas logró dar con el origen de la alarma y consiguió desactivarla, ésta había sido ingeniosamente instalada en uno de los peldaños de la escalera, lo cual provocó la hilaridad general. Otros dos comenzaron de inmediato con la recolección de las huellas dactilares en la puerta, que a simple vista, no parecía haber sido forzada. Los demás nos organizamos en dos grupos, uno comenzaría la búsqueda de los intrusos en todos los departamentos del edificio y el otro en los aledaños, dado que éste poseía una puerta trasera que conectaba con el corazón de la manzana.

Nicholas y yo, luego de haber concluido la revisión de cada uno de los diez departamentos que conformaban aquel inmueble y no haber encontrado nada sospechoso, nos acercamos al fin a la ambulancia, donde un paramédico acompañaba a una mujer en sus cuarentas que permanecía inmóvil sentada en la camilla. Era delgada y pequeña, lucía calmada, con notorios signos de haber llorado y miraba llanamente al suelo. Como única indumentaria traía una camiseta desgastada y ropa interior, sostenía entre sus manos una bata descartable de color azul.

Nicholas tomó la palabra y nos presentó; la mujer apenas se movió. Seguro que querrá cubrirse..., continuó Nicholas. Ella entonces levantó la cabeza y dirigió una mirada primero a él, luego a mí, después a sí misma y comenzó lentamente a colocarse la bata. Me pregunto si le gustaría llamar a alguien, añadió él, alcanzándole un celular, su domicilio deberá ser examinado minuciosamente y por el momento no podrá volver a él, no sé si lo comprende... La mujer asintió y tomó enseguida el celular. Lamento mucho lo que pasó..., dijo Nicholas en tono de disculpa, mi compañero y yo llegamos tan pronto como pudimos... Avísenos cuando esté lista, quisiéramos hacerle un par de preguntas, si nos lo permite. La mujer asintió de nuevo. Y nosotros nos hicimos a un lado y fuimos por un café, que una de las colegas iba repartiendo, mientras la mujer se comunicaba con alguien.

Minutos más tarde, volvimos a la ambulancia y escuchamos por parte de la mujer, la inverosímil historia de unas Mariquitas, de por qué había instalado la alarma de autos en la escalera, de cómo la puerta del departamento se abrió silenciosamente, del modo en que ella, tendida en el piso, había visto entrar a los intrusos y finalmente cómo se había arrastrado por el suelo hasta lograr huir, justo cuando la alarma se hubo activado. En un primer momento, creí que la mujer no se encontraba bien de la cabeza, a menudo tropezamos con personajes así, que padecen algo que nosotros llamamos: “Efecto CSI”; pero aparte de aquel relato, la mujer parecía coherente y negó tajantemente que hubiera ingerido drogas o alcohol. Dijo trabajar como Lectora para una editorial, lo cual casi me produjo risa. Para ganarse la vida, no hacía más que ponerse cómoda y leer un libro. Éso sí que había sido, en mi opinión, haber sabido elegir una buena carrera.

Nicholas preguntó entonces: ¿Tenía dinero, joyas o algo de valor guardado en el departamento? ¿Sospechaba de alguien que pudiera hacerle daño? ¿Enemigos?¿Algún ex-novio o ex-marido enojado? ¿Hay alguien que posea una copia de la llave? La mujer negó todo vehementemente. Nicholas se plantó aquí seriamente y dijo: Mire señora, sabemos que la está pasando mal, pero recuerde, nosotros no somos el fisco, así que le repito: ¿Posse dinero, joyas o algún objeto valioso guardado en su departamento? La mujer volvió a negar. En ése momento, un colega avisó por la radio que la persona a quien la mujer había llamado, acababa de llegar y pedía permiso de dejarla ingresar al perímetro que había sido marcado. Nicholas dió el visto bueno.

Instantes más tarde se acercó corriendo una pareja: una mujer y un hombre, que parecían de la misma edad que la víctima. Se presentaron como la mejor amiga y su marido. La mejor amiga, preguntó si no era posible, dejar para otro momento el interrogatorio, mientras que el marido preguntó si se había logrado dar con los sospechosos. La respuesta a la primera pregunta fue sí y a la segunda no. Quedamos de realizar un nuevo interrogatorio, por la tarde, en la comisaría. Nos despedimos, la mujer había comenzado a llorar de nuevo y se abrazaba sollozando a la amiga.

Acabábamos de subirnos al patrullero cuando Nicholas exclamó: ¡Maldición! Pero si está claro... y bajándose rápidamente se acercó corriendo de nuevo a la mujer, yo lo seguí de cerca, sin comprender del todo. Disculpe, señora ¿Está Ud. segura que la puerta se abrió sin hacer ruido? ¿Puede que los intrusos utilizaran una llave, cierto? La mujer asintió. Le repito, entonces ¿Hay alguien que posea una copia aparte de Ud.? La mujer negó. ¿Cambió Ud. recientemente la cerradura? La mujer dijo al fin que sí, que la cambió justo hace unos seis meses. ¿Se acuerda el nombre del cerrajero? La mujer no se acordaba, pero dijo que su taller se encontraba frente a la parada del tranvía de Herrenstrasse, el cerrajero también vive allí, añadió la mujer.

Nicholas ni siquiera agradeció, como es su costumbre y volvió corriendo al patrullero; yo no me desprendía de él, ni por un instante. Ya adentro, sentado al volante, me ordenó: Abróchate y acto seguido puso la baliza, encendió la sirena y arrancó el auto. Velozmente tomó la vía Norte rumbo a Herrenstrasse.

Un gran letrero de luces rojas tintileantes, anunciaba: Cerrajero, atención de urgencias las 24 horas. Era un local con un gran ventanal a la calle, cuya puerta, dada la hora, estaba naturalmente cerrada. Enseguida pude notar que a Nicholas se le había metido algo inusual en la cabeza, porque ante mi sorpresa, comenzó a acometer a patadas la puerta. ¡Policía, salga con las manos en alto! Pateó repetidas veces hasta que la puerta crujió, luego no paró de dar empujones hasta que cedió finalmente. ¡Policía! Gritaba Nicholas, apuntando con el arma, yo iba detrás. ¡Policía!

Habíamos avanzado apenas unos pasos cuando tropezamos con los pies descalzos e inmóviles de un hombre, que vestía pijama. No nos hizo falta controlar su pulso, pues una mancha oscura se extendía por el piso, partiendo desde su cabeza. Al alumbrar sobre su cara, sus ojos fijos, permanecían abiertos mirando a la nada. En medio de la frente, era visible el orificio de entrada, de una única bala.

Continuará...

 

sábado, 24 de julio de 2021

 

La Mariquita de la suerte

Parte I

Ésos pequeños insectos, que se dice traen la suerte, pueden parecer a simple vista muy tiernos, incluso queribles. Yo misma, en mis años de estudiante, solía disfrazarme de uno y me paseaba por ahí con una gran toalla de color rojo atada a la espalda, dos pelotitas de plástico sujetas a una vincha en forma de antenas y varios puntitos negros dibujados en mi cara. Así que aquella noche de verano, cuando hubo de ser necesario dejar las ventanas abiertas y a éso de las diez se metiera volando un insecto; me sorprendí de que se tratase de una Mariquita, pues no sabía que podían hacerlo. Le resté importancia hasta que se metió un segundo, luego un tercero. Al ver que no se espantaban con el sonido de la voz o con el agitar de un trapo, ideé una especie de cucurucho con una hoja de papel, así podía tomar al insecto sin lastimarlo y depositarlo sobre el tejado, ya que el departamento se encontraba en el último piso. En más o menos media hora había sacado con éste método unas siete Mariquitas, constatando con creciente preocupación que se habían metido, en ése mismo período, el doble número de insectos.

Definitivamente mi método no estaba resultando, entonces decidí buscar ayuda en la Web. Las fotos que allí se exhibían, no hicieron más que ahondar el temor de estar sufriendo una infestación masiva. Con suma atención leí las recomendaciones que se tildaban de infalibles y a la media noche me encontraba cortando afanosamente todos los limones que tenía en la heladera y en lugar de preparar la dilución de vinagre blanco que recomendaban, metí vinagre puro en un vaporizador y armada con ello declaré la guerra a los insectos. Resultó. Éstos rápidamente se fueron y yo aseguré las ventanas de inmediato. Lo que en aquel artículo no se mencionaba, era que después de haber depositado por doquier recipientes con rodajas de limón y hacer espolvoreado aquí y allá la solución de vinagre, uno mismo se vería en la necesidad de abandonar la habitación, en éste caso el dormitorio, pues era imposible permanecer allí debido al insoportable y penetrante olor.

Resignada, agarré mi almohada y bajé al living, acomodándome en el sillón. Estuve ahí largo rato, con los ojos cerrados y el cuerpo relajado, pero no pude conciliar el sueño. Probé entonces de escuchar música suave por medio de auriculares y nada. Luego me incorporé, encendí las luces y leí sin comprender, una página cualquiera de una revista que cayó en mis manos, pero el sueño no vino. Cerré la revista, apagué las luces y decidí acostarme de nuevo, ésta vez, sobre la alfombra, boca abajo en el piso, colocándome entre el sillón y la mesita de vidrio. Al poco tiempo comencé a notar, al fin, que aquello parecía estar dando efecto. Calculé que debían ser más o menos las dos de la madrugada.

Ya entre sueños, me pareció escuchar pasos, que sonaban lejanos en la escalera principal del edificio y continuaron subiendo hasta llegar al último piso y ya que allí sólo vivíamos el vecino y yo, no dejé de extrañarme de las actividades nocturnas de aquel. Pero los pasos no se detuvieron en aquella puerta, sino que siguieron de largo en dirección a la mía. En pocos segundos, sin poder discernir todavía si estaba dormida o despierta, escuché, estremeciéndome de horror, cómo unas llaves se introducían simultáneamente en la doble cerradura, hacían el ruido característico de girar y la puerta de mi departamento silenciosamente se abría.

Me imagino que ésta situación o alguna parecida, es la pesadilla de cualquier persona, que como yo, viva sola. Y más aún si aquella es adicta a las series de crímenes verdaderos, en las que ha visto morir a individuos asesinados en su propia casa. Por ejemplo, está aquella estudiante que vivía en un primer piso con balcón y dejó abierta la puerta mientras dormía, aquella otra que habitaba en la planta baja, cuya ventana fue forzada y ella atacada mientras se duchaba, o el caso increíble de aquel hombre, que al parecer lo último que vió, fue salir a un encapuchado desde un armario empotrado en la pared, el mismo, como se supo más tarde, contenía un pasadizo escondido que comunicaba con el departamento contiguo, etc. Yo había tomado en cuenta todas estas experiencias, al momento de decidirme por el mío. Éste, se encontraba en el quinto y último piso y aunque tenía balcón, era imposible acceder a él desde la calle o desde el piso inferior; no ofrecía ningún otro tipo de ingreso, salvo la maciza puerta principal de doble cerradura. Era espacioso, construido como una casa y constaba de dos plantas, en la primera se ubicaban la cocina-comedor, sala de estar, balcón y baño de las visitas, en el medio estaba dispuesta una escalera caracol de madera, que permitía acceder al piso superior, donde se encontraba el estudio, otro baño y la habitación más grande de todas: el dormitorio, con ventanas amplias y de fácil acceso al techo.

Como primera opción, en el hipotético caso de producirse una intrusión, me habría propuesto, nunca enfrentarlo; consciente de la fragilidad de todas mis estructuras anatómicas, sólo podría salir perdiendo. Llamar a la policía tampoco consideré una posible alternativa, estaba convencida de que jamás podrían llegar a rescatarme a tiempo. Menos conectarme a un servicio privado de alarmas, que siempre me sonó a patrañas. Por lo cual lo mío fue proveerme de una vía rápida de escape. Y en uno de los primeros días, luego de haberme mudado, concluí que la mejor forma era escapar por el techo. Y dado que la mayoría de los casos presentados en crímenes verdaderos, habían sucedido de noche, cuando la víctima ya se encontraba durmiendo, construí un mecanismo casero, oculto en uno de los peldaños de la escalera, con la esperanza de que me alertarse a tiempo. El mismo se activaría nada más al ser pisado y provocaría un ruido suficientemente estruendoso, que no sólo sería escuchado desde el interior del dormitorio sino en todo el edificio, dándome tiempo de sobra para abrir una de las ventanas y conseguir escapar, en caso de ser necesario.

Claro está, siempre cabía la posibilidad de no poder hacerlo a tiempo, en cuyo caso sí que me defendería, patearía, mordería, arañaría y me aseguraría de retener la mayor cantidad de tejidos biológicos, fibras de ropa, cabellos, etc., para ayudar a que la policía pudiera resolver aquello que me hubiera sucedido, aunque yo, ya no pudiera contarlo.

No obstante, en todas las variantes que habían pasado por mi cabeza, jamás se me había ocurrido lo que estaba aconteciendo aquella noche. Yo estaba tendida en el piso y observaba a través de la mesita de vidrio, cómo dos sombras, ingresaban sigilosamente por la puerta. La primera tropezó de inmediato con la cantidad obscena de zapatos de tacón alineados en la entrada. De inmediato ambas sombras permanecieron quietas, como congeladas, una de ellas, la que me pareció era quien daba las órdenes, le hizo a la otra el ademán de shhhhh y momentos más tarde, dió la órden de avanzar, señalando el piso superior. Muy despacio, caminaron, tanteando en la oscuridad en dirección a la escalera y comenzaron el ascenso.

Continuará...