La Mariquita de la suerte
Parte II
Era
jueves de madrugada y nuestra guardia había estado transcurriendo sin
sobresaltos, aparte del 10-15 en un parque del centro, cuyos infractores apenas
nos vieron bajar del patrullero, supieron enseguida comportarse, no habíamos
tenido otro inconveniente. Nicholas y yo nos dirigíamos a la comisaría, cuando
a las 02:35 avisaron de un 10-31 en un domicilio particular, pocas cuadras más
adelante. Las calles estaban totalmente desiertas y no nos hizo falta siquiera encender
la sirena.
Mientras
llegábamos a la dirección que se nos había proporcionado, un masculino joven se
nos acercó haciendo señas con ambos brazos, corriendo desde la parada del
tranvía ubicada unos cien metros más adelante. Yo los llamé, dijo jadeando, aquella señora, señalando a los asientos de la parada, dice que dos extraños entraron en su
departamento, en el quinto piso..., ella no sabe decir nada más y no para de
llorar, mi amigo está con ella, tratando de tranquilizarla...
Nicholas
confirmó el 10-31 por la radio, pidiendo refuerzos y una ambulancia. La puerta
principal del edificio estaba entreabierta y desde el interior se podía
escuchar un ruido agudo, monótono y constante de algo que parecía ser una
alarma de autos. Él y yo rápidamente nos pusimos los chalecos antibalas, los
cascos, comprobamos nuestras armas y decidimos no esperar a los refuerzos y entrar
de inmediato. Comenzamos a subir lentamente por las escaleras y a medida que lo
hacíamos, una que otra de las unidades se entreabría y alguien asomaba la
cabeza, pero al vernos, se volvía a meter rápidamente.
La
puerta de uno de los departamentos del quinto piso estaba abierta de par en par
y a oscuras. Nicholas, que tenía más experiencia que yo, entró primero,
alumbrándose al mismo tiempo con una linterna, la alarma era aquí ensordecedora,
casi no dejaba pensar y provenía de algún lugar desde el interior de la
vivienda. Inspeccionamos con cuidado las habitaciones del piso inferior, luego
subimos lentamente a la planta alta sin encontrar ni rastro de los
delincuentes. El departamento en cuestión, era uno común y corriente, lucía
bien ordenado, aunque con una increíble cantidad de ropa, zapatos y libros. En ése
momento arribaron los refuerzos, aunque, quienes hubieron estado allí, ya se
habían dado a la fuga antes de que nosotros llegáramos.
Uno
de los colegas logró dar con el origen de la alarma y consiguió desactivarla, ésta
había sido ingeniosamente instalada en uno de los peldaños de la escalera, lo
cual provocó la hilaridad general. Otros dos comenzaron de inmediato con la
recolección de las huellas dactilares en la puerta, que a simple vista, no
parecía haber sido forzada. Los demás nos organizamos en dos grupos, uno
comenzaría la búsqueda de los intrusos en todos los departamentos del edificio
y el otro en los aledaños, dado que éste poseía una puerta trasera
que conectaba con el corazón de la manzana.
Nicholas
y yo, luego de haber concluido la revisión de cada uno de los diez
departamentos que conformaban aquel inmueble y no haber encontrado nada
sospechoso, nos acercamos al fin a la ambulancia, donde un paramédico
acompañaba a una mujer en sus cuarentas que permanecía inmóvil sentada en la
camilla. Era delgada y pequeña, lucía calmada, con notorios signos de haber
llorado y miraba llanamente al suelo. Como única indumentaria traía una camiseta
desgastada y ropa interior, sostenía entre sus manos una bata descartable de
color azul.
Nicholas
tomó la palabra y nos presentó; la mujer apenas se movió. Seguro que querrá cubrirse...,
continuó Nicholas. Ella entonces levantó la cabeza y dirigió una mirada primero
a él, luego a mí, después a sí misma y comenzó lentamente a colocarse la bata. Me
pregunto si le gustaría llamar a alguien, añadió él, alcanzándole un celular, su
domicilio deberá ser examinado minuciosamente y por el momento no podrá volver
a él, no sé si lo comprende... La mujer asintió y tomó enseguida el celular. Lamento
mucho lo que pasó..., dijo Nicholas en tono de disculpa, mi compañero y yo
llegamos tan pronto como pudimos... Avísenos cuando esté lista, quisiéramos
hacerle un par de preguntas, si nos lo permite. La mujer asintió de nuevo. Y nosotros
nos hicimos a un lado y fuimos por un café, que una de las colegas iba
repartiendo, mientras la mujer se comunicaba con alguien.
Minutos
más tarde, volvimos a la ambulancia y escuchamos por parte de la mujer, la inverosímil
historia de unas Mariquitas, de por qué había instalado la alarma de autos en
la escalera, de cómo la puerta del departamento se abrió silenciosamente, del modo en que ella, tendida en el piso, había visto entrar a los intrusos y finalmente cómo se había arrastrado por el suelo hasta lograr huir, justo cuando
la alarma se hubo activado. En un primer momento, creí que la mujer no se encontraba
bien de la cabeza, a menudo tropezamos con personajes así, que padecen algo que
nosotros llamamos: “Efecto CSI”; pero aparte de aquel relato, la mujer parecía
coherente y negó tajantemente que hubiera ingerido drogas o alcohol. Dijo
trabajar como Lectora para una editorial, lo cual casi me produjo risa.
Para ganarse la vida, no hacía más que ponerse cómoda y leer un libro. Éso sí
que había sido, en mi opinión, haber sabido elegir una buena carrera.
Nicholas
preguntó entonces: ¿Tenía dinero, joyas o algo de valor guardado en el
departamento? ¿Sospechaba de alguien que pudiera hacerle daño? ¿Enemigos?¿Algún
ex-novio o ex-marido enojado? ¿Hay alguien que posea una copia de la llave? La mujer negó todo vehementemente. Nicholas se
plantó aquí seriamente y dijo: Mire señora, sabemos que la está pasando mal,
pero recuerde, nosotros no somos el fisco, así que le repito: ¿Posse dinero,
joyas o algún objeto valioso guardado en su departamento? La mujer volvió a
negar. En ése momento, un colega avisó por la radio que la persona a quien la
mujer había llamado, acababa de llegar y pedía permiso de dejarla ingresar al perímetro
que había sido marcado. Nicholas dió el visto bueno.
Instantes
más tarde se acercó corriendo una pareja: una mujer y un hombre, que parecían
de la misma edad que la víctima. Se presentaron como la mejor amiga y su
marido. La mejor amiga, preguntó si no era posible, dejar para otro momento el
interrogatorio, mientras que el marido preguntó si se había logrado dar con los
sospechosos. La respuesta a la primera pregunta fue sí y a la segunda no. Quedamos
de realizar un nuevo interrogatorio, por la tarde, en la comisaría. Nos despedimos, la mujer había comenzado a llorar de nuevo y se abrazaba sollozando a
la amiga.
Acabábamos
de subirnos al patrullero cuando Nicholas exclamó: ¡Maldición! Pero si está
claro... y bajándose rápidamente se acercó corriendo de nuevo a la mujer, yo lo
seguí de cerca, sin comprender del todo. Disculpe, señora ¿Está Ud. segura que la
puerta se abrió sin hacer ruido? ¿Puede que los intrusos utilizaran una llave, cierto?
La mujer asintió. Le repito, entonces ¿Hay alguien que posea una copia aparte de Ud.? La mujer negó. ¿Cambió
Ud. recientemente la cerradura? La mujer dijo al fin que sí, que la cambió justo
hace unos seis meses. ¿Se acuerda el nombre del cerrajero? La mujer no se
acordaba, pero dijo que su taller se encontraba frente a la parada del tranvía de
Herrenstrasse, el cerrajero también vive allí, añadió la mujer.
Nicholas
ni siquiera agradeció, como es su costumbre y volvió corriendo al patrullero; yo
no me desprendía de él, ni por un instante. Ya adentro, sentado al volante, me
ordenó: Abróchate y acto seguido puso la baliza, encendió la sirena y arrancó
el auto. Velozmente tomó la vía Norte rumbo a Herrenstrasse.
Un
gran letrero de luces rojas tintileantes, anunciaba: Cerrajero, atención de
urgencias las 24 horas. Era un local con un gran ventanal a la calle, cuya puerta,
dada la hora, estaba naturalmente cerrada. Enseguida pude notar que a Nicholas
se le había metido algo inusual en la cabeza, porque ante mi sorpresa, comenzó
a acometer a patadas la puerta. ¡Policía, salga con las manos en alto! Pateó repetidas
veces hasta que la puerta crujió, luego no paró de dar empujones hasta que
cedió finalmente. ¡Policía! Gritaba Nicholas, apuntando con el arma, yo iba
detrás. ¡Policía!
Habíamos
avanzado apenas unos pasos cuando tropezamos con los pies descalzos e inmóviles
de un hombre, que vestía pijama. No nos hizo falta controlar su pulso, pues una
mancha oscura se extendía por el piso, partiendo desde su cabeza. Al alumbrar
sobre su cara, sus ojos fijos, permanecían abiertos mirando a la nada. En medio
de la frente, era visible el orificio de entrada, de una única bala.
Continuará...