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viernes, 14 de diciembre de 2018


La cinta fluorescente
(Parte I)

Soy una de las primeras en una larga fila impaciente frente a la puerta C44 del aeropuerto de Barajas en Madrid. Minutos antes de la hora establecida para iniciarse el embarque, se nos informa por los altavoces, que por problemas técnicos el vuelo rumbo a Frankfurt Hahn se retrasará unos noventa minutos: partirá recién cerca de la medianoche. 
Los pasajeros no nos tomamos la noticia de buena gana, pues llevamos ya bastante esperando y aparte a mí, la situación se me complica, pues yo debo seguir viaje ésta misma noche hasta Colonia, y dada la hora, no estoy segura si lograré alcanzar aún algún servicio de Shuttle. Además, entre tantas reuniones de trabajo sólo he podido engullir un par de bocadillos en todo el día y esperaba cenar en el avión.
Maleta en mano me alejo, como otros tantos, buscando algo que no sea simplemente una comida rápida y minutos más tarde me acomodo en un agradable restaurante tailandés, pido una sopa de verduras y un té verde y comienzo a revisar los últimos detalles del informe que debo presentar al día siguiente en Colonia. No debe tener ninguna falla, sé muy bien que mi jefa está esperando el mínimo error para despedirme y como están las cosas sería complicado encontrar un nuevo trabajo.

Ha pasado más de la hora y unos minutos y la fila se ha organizado de nuevo, siendo yo, ésta vez una de las últimas. Dos empleados de la aerolínea, una guapísima mujer joven de cabellos largos y zapatos de taco aguja y un hombre rollizo de estatura baja, comienzan a marcar algunas maletas de mano, basándose aún no sé en cuál criterio, con una especie de cinta de color fluorescente, después lo suben a un rodado, de ésos que abundan en los aeropuertos y continúan avanzando, a medida que se acercan puedo oír las quejas no muy convencidas de los pasajeros. Cuando llegan a mí, la mujer pide ver mi pasaje, el cual se lo alcanzo de inmediato junto con mi pasaporte: un pasaje en clase turista con equipaje de mano a bordo permitido.

- Mire señora, voy a poner ésta etiqueta en la maleta – dice – la cual deberá viajar en la bodega y podrá retirarla al llegar a destino.

- No, gracias – sonrío – prefiero llevarla conmigo, tengo documentos importantes.

- No le estoy preguntando – responde cortante – le estoy avisando que le voy a poner la etiqueta.

Sin decir más, se agacha hasta tomar el asa de mi maleta y le pasa la cinta de papel, marcándola mientras todavía la estoy sosteniendo.

-¡No, deje! Pero qué le pasa, es mi equipaje de mano – protesto –.

-Estamos demorados, no me haga perder más el tiempo – jalonea impaciente, intentando arrebatármela –.

- ¡No, no voy a dejar que mi maleta viaje en la bodega! – le digo, despegando al mismo tiempo la cinta que la mujer acabada de colocar –.

El hombre bajo que hasta entonces se había mantenido unos pasos más atrás discutiendo con otro pasajero, se acerca rápidamente, le arrebata mi pasaje a la mujer que aún lo sostenía en sus manos, saca del bolsillo derecho de su pantalón una especie de estampa y pone un sello azul sobre aquel papel, diciendo:

- ¡Pues no va a volar, y listo! Levanta su cabeza y me mira desafiante desde su frente llena de espinillas, devolviéndome mis documentos.

- ¡¿Qué?! Pero qué está diciendo… ¿Es que se han vuelto los dos locos?

- Son las normas de la compañía –, dice la mujer parándose frente a mí, dándose suaves golpecitos con un marcador sobre su labio superior perfectamente delineado de un color rojo intenso y prosigue: – Se le negará el ingreso al avión a cualquier pasajero que se niege a cumplir las órdenes de la tripulación – y dirigiéndose a los demás viajeros que se han volteado a presenciar el espectáculo, lo suficientemente alto como para que todos puedan escucharlo y comprenderlo de una vez y no sea cosa que haya que repetirlo, añade tajante: – Cualquier otro pasajero que no esté de acuerdo, simplemente se queda en tierra –.

- ¡Pero no pueden hacer eso! Yo debo estar hoy mismo en mi destino, replico.

- ¡Pues no va a volar! Repite el hombre de la estampa poniéndose ambas manos en la cintura, sin lograr por ello hacerse más grande.

- ¡No lo puedo creer! ¿Es que nadie piensa hacer nada? Busco protección en el resto de los pasajeros. Quienes, imagino por el cansancio de estar esperando o porque no se han visto afectados, prefieren no tomar partido.

- ¡Quítese de la fila señora! Me ordena la mujer.

- ¡No, de ninguna manera! Quiero hablar con el encargado, le exijo, plantándome en la línea.

- La encargada soy yo, me responde ella, acomodándose el pelo detrás de la oreja y se me queda mirándome cual si fuera una reina, una reina santa, con corona y aureola.

Continuará...

viernes, 28 de septiembre de 2018


Ibiza

Aeropuerto, un martes de septiembre cerca de las veintitrés horas:

Acabo de asegurar mi maleta en el guardaequipajes. Aunque he llegado apenas hace media hora, ya he pasado por el Toilette, me he puesto ése vestido, aquel que es todo de lentejuelas, perfecto para un peinado alto, zapatos y una cartera de fiesta. Ya lista, me dirijo a uno de tantos bares, llenos de viajeros que beben de a poco el último trago, intentando parar el tiempo, y no tener que volver a tomar el avión de regreso.

Me acerco a la barra y ordeno una copa de Sa Vall. El Barman, si al principio me miraba receloso, cuando le pregunto si también puedo llevarme la copa, me sonríe y dice: “¿la previa, eh?”. Previa o no, el vino como otras cosas que nos hacen felices, pero muy particulamente el vino, se deben disfrutar con calma.

Salgo a la noche de la isla y no parece que haya llegado el otoño, no, esta noche se siente que es pleno verano. En la parada de taxis, los demás pasajeros me observan y entre risas, murmuran entre ellos. A pesar de que a uno le cuentan que en Ibiza todo está permitido, una chica vestida para la noche con una copa de vino blanco en la mano, esperando en la fila de los taxis, parece ser demasiado. Pero, en éstos momentos, padezco el “Sindrome del Turista”, que según mi definición sería: “aquel individuo, que estando de vacaciones se comporta y hace cosas que normalmente no haría en su vida cotidiana”.

El taxista, al escuchar el nombre de mi destino, enseguida lo comprende todo y me pregunta cual sería el camino que preferiría para ir a San Rafael. Yo le digo, el que mejor a él le parezca y en menos de veinte minutos ya estamos llegando a la puerta.

El mismo martes de septiembre, cerca de las seis de la mañana:

Me encanta tomar largos desayunos de café con leche, en la cocina, frente a la computadora y con los audífonos andando a pleno. Sobre todo me gusta la página de “be-at.tv” que suele subir unos videos de festivales de música electrónica que me matan. Hoy, particularmente es una fecha especial, está anunciado para ésta noche: la fiesta de cierre del verano 2018 en la discoteca más grande del mundo, en Ibiza. ¡Uyyy está Carl Cox en el Line up! ¡Cómo me gustaría ir! Pero hay que trabajar, hay obligaciones que cumplir. Aunque, uno de los filósofos más jóvenes alemanes contemporáneos dijo, hace poco: “El trabajo en relación de dependencia, es la nueva esclavitud de nuestros tiempos..., el que trabaja, jamás será libre”.

Además, aún si consiguiera tener libre el día de mañana, seguro que ya no quedarán entradas... ¿Cómo? ¿Todavía hay un par en E-bay? Pero no creo que a éstas alturas se pueda conseguir un boleto de avión... ¿Qué, aún quedan plazas Frankfurt-Ibiza? Bueno, como todo en la vida, hay que saber interpretar los mensajes, “el que no arriesga, no gana”; así que preparo rápidamente mi maleta y parto con ella en mano rumbo al trabajo. A media mañana, le estoy hablando a mi jefe: ¿Quiere tomarse repentinamente libre el día de mañana?, dice él extrañadísimo, ¿Qué grado de motivo personal sería: leve, moderado o severo?, añade. Leve..., jefe, sería personal leve..., le digo. Estamos muy apretados, lo siento, pero no se puede..., responde, echando un vistazo a la hoja de planificación en su computadora. Entiendo jefe, y disculpe..., me despido, y cuando estoy a punto de retirarme, añade pensativo: Aunque..., habría que cubrir la guardia externa éste fin de semana..., sábado y domingo de 8 a 20...

Martes de septiembre, cerca de la medianoche:

Ponerse en la fila de la entrada al Club, disfrutar mientras se espera, la última gota del Sa Vall, mostrar la entrada electrónica, recibir un brazalete en la muñeca izquierda y listo: ¡Bienvenida, adelante! ¡Enjoy it!

Son casi las tres de la madrugada cuando toca the King Cox, la pista principal está repletísima y sus más fieles seguidores estamos bien adelante, si bien se trata de una discoteca y no un festival al aire libre, la música electrónica, tiene donde quiera sus propios códigos, y hoy, la vieja escuela Techno-House: ¡Oh yes, oh yes! ¡Oh yes, oh yes! ¡Carl Cox, oh Carl Cox! Hasta que la garganta se quede ronca y los pies ya casi no te obedezcan.

Dicen que Ibiza tiene playas de arena blanquísima, que el agua es insuperable, esto y lo otro..., ¿en serio?, pues yo no lo sé, yo sólo puedo asegurar, que ésta noche es el perfecto lugar para ir de fiesta.

Con la salida del sol, volver al aeropuerto. Tomar un café con leche doble antes de subirse a aquel avión, (dormir durante todo el vuelo) y pasadas las diez de la mañana, no sólo aterrizar en Frankfurt, sino también en la realidad... Por un día libre, haber perdido todo el próximo fin de semana. Pero, ¡a quién le importa! Todavía le quedan al año muchos más fines de semana, y a la vida muchos años. Y si éso no bastara: ¡Quién me quita lo bailado! ¡Ja!

miércoles, 26 de septiembre de 2018


El viejo truco

Parte 3

La sala de Hemato-Oncología por cuestiones de organización se divide en dos, una parte azul y otra amarilla, con igual cantidad de pacientes por lado. Marina está a cargo de la parte azul y yo de la amarilla. Ella y yo, apenas mantenemos diálogo, terminamos convencidas de que somos muy diferentes y para no empeorar más nuestro clima laboral, nos decimos sólo lo estrictamente necesario, procurando para ello el tono más amable. Con el tiempo he llegado a aceptar, que no hay nada de malo en hacer las cosas a un ritmo propio, aunque signifique quedarse hasta muy altas horas de la noche y ser la primera en llegar por la mañana; y ella, ha pedido disculpas por haberme gritado aquella vez, en medio del pasillo “... parece que tuvieras metida una hormiga en el trasero”.

Son ya las nueve de la mañana, luego de haber firmado, rellenado, telefoneado (y rogado por teléfono), autorizado, etc., me dispongo a realizar la única actividad que hace que todavía me mantenga cuerda y que todos esos años de estudio valgan la pena: la visita médica, el contacto directo con los pacientes...

Después, ya casi cerca de las once, con ánimo de revisar los laboratorios que seguramente deberán estar listos en la computadora, me dirijo a la sala de médicos. Abro la puerta y en medio de papeles desparramados por toda la habitación, yace Marina, su cuerpo se sacude de tanto en tanto, ocultando la cara en los brazos cruzados sobre el escritorio: “Marina, ¿Qué tienes? ¿Necesitas ayuda?” le digo, “No, déjame… sólo quiero estar sola...” me responde, sin levantar la cabeza.

Salgo y aseguro bien la puerta. “Todo el mundo tiene derecho a tener un mal día”, aunque presiento, Marina ha tenido meses y años malos.

De regreso en la sala de enfermería, un bombardeo de peticiones hace que se me olvide por completo el asunto y ponga todo mi empeño en solucionar ésas pequeñeces que juntas hacen más y son capaces de quitarle toda la energía a cualquier ser humano.

A medio día pasa por la sala el Dr. Übben, jefe médico y al ver que voy llevando el “set de punción pleural” bajo un brazo y del otro lado empujo, apenas, el aparato de ecografía, me pregunta “¿necesitas ayuda?”, ya iba a contestar que “si, y que tengo además un par de preguntas…” pero enseguida le suena el teléfono y se aleja rápido a tiempo que dice “lo siento, volveré más tarde..., me llaman de urgencias”.

Al final de la tarde no puedo más del cansancio, me caigo de hambre y sueño; no sirve de nada el espagueti frío que la encargada de repartir la comida, ha guardado para mí; y ni siquiera después de tomar casi sin respirar un litro entero de agua sin gas, consigo renacer a la vida; pero es menester continuar, preparar las epicrisis de las altas del día siguiente.

Son casi las veinte horas cuando salgo del hospital; si había pensado en ir al cine o darle una vuelta al parquecito, lo postergo para mañana o mejor pasado mañana, si no tengo guardia, ya veré. Mis piernas encuentran lentamente el camino a casa, siento cómo todo me pesa, hasta la cartera..., los hombros me duelen tanto, como si hubiera estado todo el día, boxeando.

Martes, 11 de Septiembre de 2018

Cerca de las ocho de la mañana, estoy subiendo las escaleras para dirigirme a la sala de médicos, cuando recibo un llamado, es la jefa de enfermeras:

-         Buen día Dra., era para avisarle que la familia del paciente de la habitación 105 quiere hablar con un médico...

-          Pero 105 corresponde al sector azul...

-          Lo sé..., es que como sabrá la Dra. Marina no puede venir...

-          ¿Cómo que no puede?

-          ¿Es que todavía no se enteró?

-          No, ¿enterarme de qué...?

-          Pues que la Dra. Marina ingresó anoche...., de Paciente... en Terapia Intensiva...

sábado, 22 de septiembre de 2018


El viejo truco
Parte 2

Al terminar de ponerme el uniforme, me dirijo a la sala de médicos, me siento frente a la computadora y tecleo mi clave y contraseña, hago un clic en la lista de la “estación de Hemato-Oncología” y le echo un vistazo a los nombres nuevos que aparecen en ella: “Blaze, Müller, Bruder, Ehinger, etc.”, en total son ocho los pacientes que se han internado durante la noche, más los que estaban el día anterior: treinta camas ocupadas, y otras diez que esperan ser llenadas con las internaciones programadas para hoy. Imprimo la lista, resaltando cuidadosamente con un marcador fluorescente los nombres de los pacientes nuevos. Luego me armo de valor, tomo el teléfono y marco el número de secretaría, me atiende la amable voz de Frau Schneider. “Buen día doctora, ¿en qué puedo serle útil?”. Respondo al saludo y sin pretextos, como ya lo he hecho tantas veces, pues tengo bastante práctica en el asunto, le lanzo sin más ni más la pregunta “!Oh, si!, ya iba a comunicarlo, contesta,… me llamó hace un momento… se reportó enferma...”. Yo me quedo en silencio al otro lado, maldiciendo a mi intuición, en el fondo esperaba haberme equivocado y ella continúa “pobrecita… una especie de virus gastrointestinal”, ni siquiera tengo ganas de preguntarle por cuántos días había pedido Sophie la baja médica, la respuesta ya me la sé de memoria: “se tomará toda la semana”, doy las gracias y antes de colgar le escucho decir y me suena sincera “Que tenga un buen día doctora”.

Apenas pongo un pie en la Sala de Internación, se me acercan de un lado la jefa de enfermeras con el libro de medicamentos controlados “necesito urgente su firma”, la encargada de admisión “el señor Kaufmann, de internaciones programadas ha solicitado una cama para un paciente privado”, la visitadora social “nos han rechazado la derivación de la señora Schmidt al hospicio”, el laboratorista, alcanzándome un formulario de varias hojas “hay que rellenarlo a la brevedad, sin él no se podrán autorizar los análisis especiales que pidió para el señor Ribakov”. Todos ellos me miran anhelantes y parecen querer que lo solucione todo en el acto, como si pensaran que yo también pudiera escaparme a algún lado.

En una sala de internación donde normalmente deberían trabajar como mínimo cuatro médicos, hace tres semanas quedamos sólo dos. Pues además de mí, está también Marina. “Está” es la expresión correcta, pues ella existe y ocupa un lugar. Sería muy difícil imaginarse la sala sin Marina, que trabaja aquí hace más de nueve años.

En el pasillo de nuestra estación, como en otras del hospital, haciendo caso al reglamento interno, cuelgan las fotografías debidamente identificadas de todos los empleados, ahí se la puede ver, a Marina, de flamante médica; sonriente con un mechón de pelo rubísimo, casi blanquecino, cayéndole por la frente, despidiendo una luz intensa desde sus ojos azules. Ahora, es difícil de creer que se trate de la misma persona, no sólo por la risa, porque desde que la conozco no la he visto reírse jamás, sino también por su cuerpo, una pesada masa de pocos músculos y demasiada grasa, la cual se ha acomodado lo mejor que ha podido en la parte trasera de su cuello y sobre todo alrededor del busto. Vista de perfil, parece que al mínimo descuido Marina podría caerse de cara contra el piso. Cualquier mueca de alegría ha sido borrada por completo de su rostro, como si nunca hubiese existido. Se la ve moverse apaciblemente por los pasillos del hospital, como si sobraran las horas del día o fuera una enferma más, disfrazada con un guardapolvo percudido, como un toldo que resiste tercamente al sol tarde a tarde, en una tienda de las afueras de la ciudad, de ésas que hace mucho tiempo han dejado de tener clientes.
Continuará...


lunes, 10 de septiembre de 2018


El viejo truco

Parte 1 

Llevo un par de años acá, como médico residente del hospital y he logrado identificar, sin que nadie me lo haya dicho o haya llegado siquiera a insinuar, porque no sería de buena educación hablar de ello, y todo el mundo sabe que los médicos son seres muy educados, lo que yo llamo: “el viejo truco”. (Y que conste que ni siquiera yo lo he comentado hasta ahora con otra persona, recién lo hago ahora, aquí, a solas y por escrito).
Todo aquel que tiene planificada su vacación o vuelve de ella tiene elevadas posibilidades de caer desgraciadamente enfermo, con un lapso que es variable, algunos padecerán una enfermedad leve “resfrío, dolor abdominal sin causa aparente, diarrea” otros, los más desgraciados y que los hay, sufrirán “bronquitis aguda, infección urinaria complicada, fiebre de origen desconocido”. Por lo cual el lapso más o menos estimable de que lleguen a faltar al trabajo suele oscilar entre tres y siete días hábiles, aunque ha habido casos graves que han requerido semanas. Todo ello sucederá con increíble cálculo, (o no...) de tal modo que quien sale de vacaciones se reportará enfermo más o menos una semana antes y el que vuelve, lo hará inmediatamente después.
Aquí, se debe considerar el hecho de que estamos hablando de una población joven, que ha aprobado todos los rigurosos exámenes pre-ocupacionales que exige el Ministerio de Salud y cuya edad oscila entre veinticinco y treinta y cinco años ¿Qué será lo que les pasa? A veces me pregunto... ¿Será lo mismo que todas las mañanas me hace querer subirme a la S-Bahn rumbo a la estación principal?

Que no se piense que el problema es general, no, también están aquellos que jamás habrán de faltar a sus obligaciones, que se presentan a trabajar aunque apenas puedan abrir los ojos durante un minuto completo, tenga la voz como un hilo o estén volando de fiebre. 

Lunes, 10 de septiembre de 2018

Sophie tiene que volver hoy de vacaciones, han sido tres semanas de libertad y paz para ella, de muchísimas horas extras para los que quedamos acá. “Suerte con todo hermosa, a la vuelta te cuento cómo estuvo Sud Africa” se despidió.

“Debe haber vuelto” me digo, pero cuando entro al vestuario general donde los residentes nos mudamos de ropa; sus zapatitos, pequeños y blancos, como dos conejitos que acaban de nacer, yacen todavía ahí inmóviles, perfectamente alineados, al lado de otros de diversas formas y colores que los colegas han ido dejando al ponerse el uniforme. Son las ocho pasadas y el controlador automático de huellas dactilares no tolera ni un segundo de impuntualidad. “¿Lo ves?” pienso con fastidio, “el viejo truco”.
Continuará...

jueves, 11 de enero de 2018


En la Cafetería el Turista
Son casi las nueve de la mañana en la ciudad de Palma, por la puerta entreabierta de una de las cafeterías del Carrer de Sant Miquel, una señora asoma tímidamente la cabeza, al verla indecisa, la dependienta amablemente se le acerca:
-Buenos días señora, ¡adelante!
-Buenos días señorita..., es que no sé si debo...
-¡Cómo que no! ¿No le apetece un rico café para comenzar el día?
-Pues..., ¡no sé!
-Vamos, ¡entre! Mire tome asiento aquí, es el lugar más lindo cerca de la ventana.
-Gracias..., es que no sé..., no sé qué es lo que quiero...
-Pues en la mañana, a mí siempre me viene bien un cortadito.
-Un cortadito..., ¿le parece?
-¡Pues claro hombre!
-No sé..., no creo..., ¿qué otra cosa podría ser?
-Pues..., un latte macchiato es muy pedido entre los turistas...
-Bueno sí..., yo soy turista, entonces... un latte macchiato.
-¿Y qué le ofrezco para acompañar?
-Es que no sé..., ¿qué podría ser?
-Pues tenemos una variedad de bagels, croissants, ensaimadas....
-¿Y... los turistas...? ¿Qué es lo que piden los turistas?
-Pues depende..., a los alemanes por ejemplo les gustan muchos los Brötchen rellenos..., a los franceses las croissants, a los...
-¿Y los españoles?..., sí..., ¿ellos qué piden?
-Bueno, los españoles no vienen mucho a éste Café..., pero los que sí, piden tostadas con aceite de oliva y tomate...
-Bueno, yo soy española...
-Entonces... ¿le traígo las tostadas?
-Es que no sé..., creo que mejor esperaré a que llegue mi marido..., él es quien siempre toma las decisiones, ¿sabe?


miércoles, 10 de enero de 2018


Los Celulares y el Teatro
Imagine que usted se encuentra bien cómodo en su butaca en el teatro y está a punto de iniciar la función ¿Con cuál de los dos anuncios apagaría más rápido su celular?
1.- Escuchado en el Teatro Santo Domingo de Madrid:
A todos los que poseen celulares: ¡Déjenlos encendidos! ¡Qué vá! ¡Ni se les ocurra respetarnos! Simplemente somos unos actores.
2.- Escuchado en el Teatro de Improvisación de Palma:
A quien deje encendido el celular y le suene durante la función, le deseamos que: ¡se muera de una hemorragia interna!, no precisamente aquí..., sino más bien cuando llegue a casa, así no tenemos que limpiar.

martes, 9 de enero de 2018

En la recepción de hotel

Recepcionista: Buenos tardes señora, ¡bienvenida al hotel!
Clienta: Buenos tardes, ya se puede ingresar, ¿no?
Recepcionista: ¡Sí, por supuesto! Por favor permítame su documento.
Clienta: Sí, aquí lo tiene.
Recepcionista: ¡Ahá! Déjeme revisar..., según veo aquí a usted se le asignó un Upgrade, así que se quedará en el ala Vip del hotel, sí, en lo de Gaspar.
Clienta: Pero, ¿Cómo que en lo de Gaspar? ¡Yo he reservado una habitación para una persona!
Recepcionista: No se preocupe señora, Gaspar es el nombre de la habitación.

lunes, 8 de enero de 2018


La antesala a las vacaciones en Baden-Airpark

Todo comenzará apenas usted llegue al aeropuerto; a pesar de haber hecho el Check-in en casa, se enterará que debería haber impreso su boleto con anticipación: sí impreso, no sirve presentarlo así no más en el teléfono, “digital”, sino que deberá estar en papel, lo que de alguna manera tiene sentido, pues deberá recibir un sello que certifique que usted es un ciudadano que tiene los papeles en regla. Si no lo ha podido imprimir o no lo sabía, le aviso de antemano que no encontrará un café Internet a la vista, aunque lo busque con una lupa de alta resolución. Pero si fue precavido y tiene el boleto en mano, pasaporte y permiso de residencia alemán, y además ya se encuentra en la ventanilla de quien le está haciendo el control, sepa que ésta persona está especialmente entrenada para tal efecto y se empeñará en hacerle saber que hay muchas probabilidades de que usted en realidad no sea usted, y que comience a tener dudas de su verdadera identidad, pues observará que efectivamente su cara actual de sueño (a las seis de la mañana), estrés, emoción, timidez, ansiedad, etc, no se parece mucho al de la foto, donde más bien se lo vé bien peinado, arreglado y hasta guapo. Durará sólo segundos, pero a usted le parecerá una eternidad. Después de haber concluído la fase “ocular” de la inspección comenzarán la ronda de las preguntas, por ejemplo, en mi caso algo más o menos así: nacida en Potosí, ¿no? Por favor no se le vaya a ocurrir querer explicar: No, Potosí es la capital, mi lugar de nacimiento más bien es Tupiza capital de la provincia Sud Chichas del departamento de Potosí, Bolivia. Pues éso aumentará la sospechas de que usted en realidad no sea realmente usted. Más bien permanezca tranquilo y aunque la persona lea: nacida en La Paz, que es en realidad la ciudad donde se emitió el documento, usted no diga ni sí ni no, solo sonría y mueva ligeramente la cabeza de arriba para abajo y viceversa, pero no mucho.
¿Usted ya aprobó ése paso? ¡Felicidades! Ahora ya se encuentra en la fila de control de equipajes, separó su bolsa transparente bien sellada con todos los líquidos permitidos, su computadora, el celular, se sacó el abrigo, el cinturón, los zapatos (viaje por ello siempre con medias limpias y sin agujeritos), y si es mujer habrá cuidado con anterioridad que su corpiño no tenga una barra de metal que pueda alarmar el sistema de renocimiento de metales, pero también acuérdese de sus aretes o piercings, puede que éstos le jueguen justo en éste momento una mala pasada. Ármese de valor y decídase a pasar a través de ésa puerta electrónica, el único obstáculo que lo separa de sus vacaciones. ¡Avance! Ya está, ¿vió que no era muy difícil?
¿Qué? ¿La alarma de la puerta comienza a sonar de todas maneras? Pues no le queda más remedio que aceptar resignado, que unas manos extrañas comiencen una inspección minuciosa de las partes más recónditas de su Anatomía. Entonces es probable que usted piense, igual que yo: ¡A cuánto estamos dispuestos, con tal de irnos de vacaciones!