Un nuevo día
Desde mi
ventana se puede mirar justo la torre de la iglesia que se alza en medio del
pueblo, que tiene una enorme campana de color ceniza que siempre canta
indiscreta y le encanta sonar a partir de tempranas horas de la mañana. Orgullosa
luce su dorada corona donde vive solitario un dorado y delgado joven gallito,
que cambia con el influjo del viento y durante el día mira primero al sur y un
poco después también al norte, pareciéndose mucho a mi estado de ánimo.
Cada día
tiene su rutina que se compone de hechos que se desencadenan en cascada.
Primero la campana bien puntual, porque ha nacido en Alemania anuncia el
comienzo del nuevo día a las seis y treinta de la mañana. Yo que tengo el sueño
muy pesado ni me doy por enterada pero el bebé que vive en la casa de al lado
sí, y como tiene los tímpanos recién estrenados, de un sobresalto se despierta
y ejercita sus pulmones con un llanto ensordecedor que hace el pequeño cachorro
que también allí habita ladre incansable.
Entonces la
madre, la mayor parte de las veces, algunas pocas el padre, comienzan a cantarle
en voz alta, lo cual invariablemente me despierta. A la sazón estamos todos
despabilados: campana, bebé, cachorro, madre, padre, gallito y yo.