León
El delgado triángulo de
masa aún está caliente y se dobla hacia su lado más puntiagudo, escapándose un
poco de mis manos, derramando, sin que yo pudiera llegar a evitarlo, parte de
su escaso relleno de atún al suelo. León, va por delante engullendo el suyo y
toma asiento, como acostumbramos a ésta hora, en una de las escaleras de la
placita, frente a la escuela de idiomas. Yo también me siento y ambos terminamos
de comer en silencio. Las porciones de pizza no nos llenan, pero sólo cuestan
cincuenta centavos y en el último mes, han sido cada día nuestro almuerzo.
León es mi compañero
en el curso de alemán destinado al personal de salud y de tantas charlas juntos,
sé que viene de Ucrania, tiene 32 años y es médico terapista y anestesiólogo.
Su nombre se lo debe a Tolstoi, del cual su padre era tremendo admirador. De
los sólo cuatro alumnos inscritos, él y yo somos los que más congeniamos y nos
la buscamos para hacernos entender en nuestro alemán roto.
Mientras las palomas y
los niños revolotean en el centro de la plaza, León y yo guardamos silencio. Llevamos
preocupaciones encima, sobre todo él, a quien la Visa ya se le acaba, y aún no
ha conseguido trabajo. Durante el último mes fue invitado a dos entrevistas, pero
ningún ofrecimiento. Cuando vino la primera invitación, León se había ilusionado
tanto que cuando no le dieron el puesto, fue un bajón. Quizás por ello, ahora
que es viernes, guarda silencio con respecto a la que deberá asistir el próximo
lunes.
Llevamos así unos
instantes, hasta que él de pronto dice: No es en vano, pero creo que ésta vez, sí que el puesto será mío. Y al ver que yo no agrego nada, pues ya habíamos estado en
éste mismo punto la última vez, continúa. Yo sé por qué te lo digo y lo puedo
demostrar, añade sacando de uno de los bolsillos de su pantalón un papel
doblado y me lo entrega. Se trata de una hoja de ruta de la Deutsche Bahn, que
muestra el recorrido que deberá hacer el tren para llegar desde Bonn, hacia un
pueblo bien adentro de Rheinland Westfalen, cuyo nombre largo aún no lo puedo
pronunciar. Mientras voy observando el papel, León añade: ¿Te das cuenta de lo
que estoy hablando? Yo la verdad no me doy cuenta y sigo mirando, intentando averiguar qué es lo que está tratando de decirme. Pero sí está claro, dice él. ¿Ves
las veces que hay que cambiar de tren para llegar a destino? Y ya que él lo
menciona, son cuatro veces, la última se deberá ir en bus. Ahí es cuando me
largo a reír, León también ríe, ambos sabemos la razón.
Como ya es la hora de
volver a clases, nos levantamos y caminamos en dirección al Instituto. Nuestra
aula está ubicada en el cuarto piso y antes que nosotros, ya habían llegado
nuestras otras dos compañeras. Mona, tiene 30 años, va vestida siempre de
Burka, es ginecóloga, de Arabia Saudita. Ha llegado a Alemania ya con un puesto
“ad Honorem” en un Hospital Universitario para subespecializarse en Urología
femenina. La otra, es Olena, y de los cuatro alumnos, es la más destacada,
también la más mayor y las más uraña. León y yo creemos que deberá tener como
40 o 42 años, viene también de Ucrania, es neurocirujana y no hay signo clínico que ella no sepa.
Tomamos asiento y abrimos nuestros libros. La profesora, que había estado haciendo anotaciones en la pizarra, se da la vuelta y nos dice, como tantas veces: Meine Lieben, die Pause ist vorbei, jetzt an die Arbeit!