Translate

domingo, 26 de mayo de 2013

Mayo


Casi la medianoche, no sé si es la mala suerte, las copas de más de tu despedida o no contaste bien los minutos porque apenas estás llegando a Windeckstrasse y el último S-Bahn está pasando, sin darte tiempo siquiera de correr y abordarlo.
No es necesario que te acerques a comprobar a qué hora pasará el siguiente, lo sabes de antemano, a partir de las 23 horas vendrá sólo a cada hora y vos piensas que mejor a esperar, te vendría bien unos minutos de aclarar la mente e ir pensando. Aunque un poco te acobarda el frío invernal en plena noche de mayo, noche de primavera que parece todo lo contrario. Te acomodas un poco la boina, la bufanda, el cabello largo, los audífonos en la radio y vas tomando Norte siguiendo la lucecita lejana que va dejando el S-Bahn a su paso, no te cuesta nada como también hace un año que vas siguiendo un albor de color caramelo que te trajo hasta aquí desde aquella noche de Lola Mora en verano.
La gotas de lluvia te mojan un poco el pelo, la cara, los hombros, el pecho y después el alma, vos sientes algo que enseguida niegas que sea pena, sin duda es todo el vino que te has tomado. Pasito a paso, piensas que estás llegando a casa, que en unas horas no será más, aunque vos no te quisieras ir, sabes que corresponde de nuevo a hacer la maleta, de nuevo salir viajando.


Las gotas no arrecian pero se mantienen tranquilas, parece que un poco lloran también tu partida. Inoportuna la radio te recuerda que sólo quedan unas horas. Seguro que Lindenhof va a extrañar a unas de sus hijas aunque sea por un corto tiempo, porque estaré acá cerca, sólo a unos deditos de mapa. Sé que esto no consuela, pero igual digo: ¡Pronto voy a volver Mannheim querida!


viernes, 24 de mayo de 2013

Viaje


Anhelante tu mirada me refleja
Será por eso que vos
No respiras…no parpadeas
Quisieras dejar de existir ahora mismo

El silencio nos alarga su mano muda
Quisieras decir algo, yo te observo
Pero no dices nada
Inmóvil, sólo aprietas mi mano

Las horas se ríen de nosotros
Avanzan rápidamente decididas
Sin hacernos caso
Mientras vos y yo callamos.

viernes, 17 de mayo de 2013


Sin rastro


Yo sabía que tenía que haberlo reportado. Sabía que debía haber llamado al teléfono que nos dieron el primer día de nuestra llegada al Instituto. Todavía me acuerdo de la cara sonriente de la encargada al darnos la bienvenida. Aquí están las llaves de la puerta principal del edificio: Mannheimer Strasse 55, dijo, mientras nos daba un ejemplar a cada uno de los casi 10 nuevos estudiantes, todos extranjeros. Seguro por eso, aclaró: tienen un mecanismo automático, solamente hay que acercarlo a la puerta y listo, se abre enseguida. Por favor no las pierdan y como la puerta es eléctrica, deben avisar al menor defecto y ahí fue cuando nos entregó el teléfono, que todavía está en mi mesita de luz.

Hace más o menos tres días, que la puerta parecía que cerraba, pero en realidad no hacía contacto. Pero estamos en Alemania donde todo es seguro. No es lo mismo estar aquí que en otra parte del mundo. La puerta de lejos parecía estar cerrada. ¿A quien le podría interesar un edificio de estudiantes de idioma? Además cada uno de los departamentos tenía otra llave eléctrica, un pasillo y después otra puerta, que a su vez tenía otra cerradura común y corriente. ¿Qué puede pasar, si dejo pasar sólo éste día y mañana llamo? Nada. Pero aquel día volví tan tarde que no quería molestar a la encargada, pensé en hacerlo al día siguiente, pero aquel día salí corriendo casi al ras de las ocho y volví casi a la noche. Y seguramente como yo, mis demás vecinos habrán pensado. Y al final, a quien le importa que la puerta en realidad no cierre, si uno tiene tanta Hausaufgabe.

Ni siquiera me importaba que aquellos dos hombres me cerraran el paso por la vereda cada mañana, un tanto a propósito y otro tanto seguro por el trabajo. A veces con una carretilla otras con una camioneta. Dos obreros, que habían comenzado una refracción a la altura del número 43. Guten Morgen, decían y después algo que no lograba entender, seguro un dialecto. O talvez alemán, pero como todavía no entiendo. Yo nada, caminando rápido, ninguna respuesta. Siempre de prisa, pues la campana de Markus Kirche no se olvida de señalarme que voy retrasada.

Hoy, la solitaria Mannheimer Strasse de pronto ha cobrado movimiento. Casi las ocho de la noche, pero como es primavera parece que fueran las seis de la tarde. Han cortado la calle. Algo ha sucedido. ¿Pero qué? Varios autos de la policía estacionados. Una ambulancia de la Cruz Roja en la puerta que no cierra del número 55. No puede pasar, le dice el oficial al vecino del 41 ¡Pero que ha pasado! Comenta, éste extrañado. Mire, no puedo decirle nada. Pero usted tendrá que hablar con alguien, mientras le hace señas a una oficial mujer que se acerca rápido. Esta le dice que debe tomarle los datos, mientras le pregunta si puede el aportar algún movimiento extraño en el vecindario, porque al parecer han forzado la puerta y algo espantoso ha sucedido.


El pobre jubilado que sólo hace un rato ha salido al supermercado no puede dejar de sentirse horrorizado cuando los paramédicos se abren paso con una camilla hasta la puerta trasera del Rettungswagen. No está seguro, pero le parece observar un mechón de pelo largo y oscuro que sobresale por debajo de la inmóvil sábana.