Mayo
Casi la
medianoche, no sé si es la mala suerte, las copas de más de tu despedida o no
contaste bien los minutos porque apenas estás llegando a Windeckstrasse y el
último S-Bahn está pasando, sin darte tiempo siquiera de correr y abordarlo.
No es necesario
que te acerques a comprobar a qué hora pasará el siguiente, lo sabes de
antemano, a partir de las 23 horas vendrá sólo a cada hora y vos piensas que
mejor a esperar, te vendría bien unos minutos de aclarar la mente e ir pensando.
Aunque un poco te acobarda el frío invernal en plena noche de mayo, noche de
primavera que parece todo lo contrario. Te acomodas un poco la boina, la
bufanda, el cabello largo, los audífonos en la radio y vas tomando Norte
siguiendo la lucecita lejana que va dejando el S-Bahn a su paso, no te cuesta
nada como también hace un año que vas siguiendo un albor de color caramelo
que te trajo hasta aquí desde aquella noche de Lola Mora en verano.
La gotas de
lluvia te mojan un poco el pelo, la cara, los hombros, el pecho y después el
alma, vos sientes algo que enseguida niegas que sea pena, sin duda es todo el
vino que te has tomado. Pasito a paso, piensas que estás llegando a casa, que
en unas horas no será más, aunque vos no te quisieras ir, sabes que corresponde
de nuevo a hacer la maleta, de nuevo salir viajando.
Las gotas
no arrecian pero se mantienen tranquilas, parece que un poco lloran también tu
partida. Inoportuna la radio te recuerda que sólo quedan unas horas. Seguro que
Lindenhof va a extrañar a unas de sus hijas aunque sea por un corto tiempo, porque
estaré acá cerca, sólo a unos deditos de mapa. Sé que esto no consuela, pero
igual digo: ¡Pronto voy a volver Mannheim querida!