Bergenweg
“Is beautiful, ist not?” dijo la mujer que viajaba al lado, señalando
con la mano a través de la ventanilla, dejando por un momento descansar sobre
sus rodillas un ejemplar de la Deutsche Bahn, que había estado leyendo
entretenida. Chizuyo, cámara en mano, volviéndose hacia ella asintió con una
sonrisa “Yes, gorgous!”. El autobús había partido sólo hace algunos minutos de
Baden-Baden en dirección a Freiburg, Chizuyo lo había tomado de improviso en la
parada del hotel, en señal de protesta, pues apenas llegados, su padre decidió
postergar un día el Tour que tanto habían planeado con tal de internarse desde
muy temprano en el casino. “Is Eisental wineyards” continuó la dama, “Too much apreciate to trecking”,
“You said, that can I walk through?” Preguntó la muchacha, “Oh, of course!” dijo la señora volcando después
toda su atención de nuevo en la revista.
Chizuyo no apartaba la vista de la
ventanilla y dirigía la lente de la cámara hacia las interminables plantaciones,
que lucían perfectamente ordenadas, como barbas prolijamente afeitadas y trepaban
en subidas incansables para sólo terminar casi en la cima misma de los cerros.
El sol de la tarde alumbraba de lleno y hacía de aquel espectáculo aún más
placentero. “Next stop: Kloster” escuchó desde su asiento, y efectivamente
pudo observar la torre de una iglesia, allá en medio del campo, un impulso
súbito le hizo apretar el timbre de bajada.
Se bajó, justo sobre un puente del cual descendía una escalera en
dirección al campo. La vista era simplemente magnífica, los campos ondulantes
brillando al sol. A excepción del motor del bus que se alejaba, no había otro
ruido que el variado canto de los pájaros. Tomó el primer sendero, observó que aquel
plantío había sido proyectado matemáticamente; cada cinco plantas había una
estaca gruesa, entre cada planta un metro de distancia y entre fila y fila, dos
metros. Las parras jóvenes extendían graciosas sus hojitas desde sus nudillos
más delgados, como láminas recortadas de papel crepé. Cada sendero estaba
perfectamente señalizado: “Klosterweg” marcado en una figura romboidal amarilla
o “Hugo Fischer Weg”. Observó sus flechas de dirección: “0,1 km Bühlertarstrasse”,
“2,6 km Alstweier”…, se entretuvo observando los árboles, mientras más
frondosos eran, albergaban una o dos casillas
diminutas para pájaros, pintadas de amarillos, rojo o verde y primorosamente
ubicadas. Hacía tanto que no había experimentado una sensación de paz igual a
ésta que trató de no pensar en lo que su padre habría dicho.
Siguió caminando hasta que vio justo en la división al final del sendero,
un figura Cristo crucificado, de tamaño real, con la cabeza inclinada
sobre su peso y los ojos cerrados en una expresión de profundo sufrimiento:
“Deine Schmerzen sind meine” rezaba a sus pies y tulipanes rojos sobre césped de
verde recién cortado, movían rítmicamente sus cabezas. Ella escribió rápidamente aquellas palabras en un traductor: “Mi dolor es el tuyo..., mi dolor es el tuyo”. Chizuyo no era religiosa, había leído la biblia en el colegio, quizás
entonces creía, pero después ya no... Su padre siempre que se hablaba de religión,
decía “Las religiones sólo sirven para separar a los seres humanos” o “Las religiones y las ideologías acabarán con
nosotros algún día” o tal vez “¿Creen ustedes que si no existieran las
religiones viviríamos como ahora?” No por ello dejó de sentir algo de
tristeza, quizás haya sido la soledad, la naturaleza, lo cual hizo que en el
fondo de sí misma sintiera un poco de vergüenza.
Unos ladridos mezclándose con una voz, interrumpieron sus pensamientos
“Rudolf! Rudolf! hier! Rudolf komm hier! y apareció ante ella
un precioso Lazzie que traía en la boca una rueda roja de plástico, después se
acercó también trotando a pasitos cortos un joven bastante pasado de kilos, de
aspecto sonrosado y jadeante, se detuvo ante ella procurando secarse con una
toallita el sudor que no paraba de brotarle de las sienes, mientras que al
mismo tiempo apuraba un líquido de una botella de plástico, parecía que todo lo
que tomaba le salía de inmediato por los poros “Ent-schul-digung...” dijo, “Ru-dolf mag fris-bee spie-len...”, deteniéndose a momentos para tomar más aire. Ella
respondió movió negativamente la cabeza, no pudo decirle que no había entendido ni una
palabra, pues no hablaba alemán, pero Rudolf ya le había tomado confianza e
intentaba meterse entre sus piernas, provocando un estallido de risas en ambos.
Después de haberle pasado los dedos a la lanuda cabeza de Rudolf,
decidió que iría para el Este tomando el “Bergenweg”, aquí cambiaban los
campo de uva por parcelas de arbolitos de uno o dos metros de altura cargados
de florecillas blancas y rosadas, plantaciones de ciruelos, de aquí hasta donde
cabía la vista. Diversas variedades, cada una marcada con un letrero de madera
pintado con letras blancas, donde aparte de nombrar la especie a la cual
pertenecía, habían un par de líneas de descripción con su correspondiente
traducción al inglés, por ejemplo, esto era lo que decía frente a una arboleda
de tamaño mucho mayor a los que había visto hasta ahora: “Bühler Frühzwetschge,
reina de nuestra plantación, descubierta en el año 1840 en Kappelwindeck. Tiene
un fruto en forma de huevo, de color azulado y sabor dulce”.
Quedó simplemente fascinada, leyó “Hanika”, “Katinka”, “Hermann” y se
apresuró a fotografiar los letreros para después mostrárselos a su padre. A
estas alturas, le pareció que después de todo no estaba tan mal, que él haya
decidido irse al casino…, sino ella no estaría dando éste paseo. Se entretuvo en bastantes letreros más hasta que le pareció que era
demasiado, miró su reloj: casi las cinco de la tarde, pensó nuevamente en su
padre, se lo imaginó, empinando su tercer o cuarto vaso de Whisky, lo cual siempre
lo ponía de buen humor. Decidió caminar hasta el final del sendero, donde se anunciaba una
parada de Bus que la llevaría a la estación de trenes y de ahí a Baden-Baden...,
o quizás con un poco de suerte inclusive, una conexión directa de retorno. Durante
todo el trayecto miraba a través de la lente de la cámara, a pesar de que tenía
enfrente los mismísimos árboles de ciruelas, le parecía que a su través se
veían aún más exóticos.
Más adelante sobre el mismo sendero, conversaban animadamente dos mujeres sosteniendo respectivamente a sus
perros, una llamaba la atención por un acentuado embarazo y trataba de
conversar al mismo tiempo que mantener quieto a un enérgico cachorro que intentaba
alejarse y seguir escarbando en la tierra, la otra, era más joven, llevaba el pelo cortado al ras, un tatuaje enorme en el cuello y
vestía como si acabara de salir de la escuela militar; sostenía en su mano derecha por una
gruesa correa a un enorme Rottweil, negrísimo, cuyos pelos al contacto con el sol,
parecían barnizados y de cuya boca colgaba un líquido blanco cartilaginoso. “…
Glaubst du, das morgen wird es regnen?” decía la embarazada a tiempo
que la otra retrasaba la respuesta y miraba de reojo a Chizuyo, que distraída observaba
aún, a través de la pantalla de su cámara, las fotos que había obtenido. Quizás se preguntase de dónde venía ¿sería china,
coreana, japonesa? cualquiera fuere el motivo, y antes de que ésta pudiera
reaccionar, le soltó bruscamente la soga al Rottweiler que sin demora se
abalanzó sobre Chizuyo tirándola de espaldas al suelo.
“¿Habrá sido la cámara lo que lo asustó?”, preguntaron después o “¿La
conducta de la chica?”. “¿Pero qué conducta?” lloraba inconsolable la embarazada,
“Era una turista… iba de paseo…” Entonces “¿Qué había pasado?”, “¿por qué?”
Nunca se supo, porque no se puede leer el pensamiento de los demás, lo que sí, quedaba
claro es que nadie parecía haber pensado que la cosa llegaría a tanto, porque cuando el
animal, habiéndola tendido en el suelo comenzó a gruñir como un loco, la dueña
enseguida entendió que bastaba, ya estuvo, si sólo había querido darle un susto, con esto más que sobraba; pero nadie puede pretender comprender
y explicar la naturaleza animal, y por qué cuando éste recién escuchó: ¡Basta, Logan,
basta!, es que atacó, se lanzó directo al cuello y no hubo forma, ni aún cuando
sintió que su dueña tiraba de la soga con todas sus fuerzas, hubo manera de
separarlo del cuerpo de Chizuyo, que yacía debajo del animal e intentaba defenderse moviéndose desesperadamente, mientras un lago rojo iba tiñendo poco a poco el suelo y sus quejidos se iban haciendo cada vez más quedos.