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sábado, 4 de noviembre de 2017


Carl Cox, ¡oh yes, oh yes!



Era el final de un día de pleno sol del alto verano, habíamos llegado a Bruselas la jornada anterior al festival y aunque quedaba todavía un trecho que recorrer para el evento, cambiamos de planes y decidimos pernoctar allí. Ahora que lo pienso, con suerte no para mí, para los demás fué todo un desastre, no ésa noche, sino el día siguiente, que era al que tanto nos habíamos preparado.

Festejamos, ésa noche, ¡y cómo! Bebimos, sí, yo menos que los demás, pues desde  que partimos de Karlsruhe no dejaba de pensar cómo iba de ser el festival, habíamos estado en otros tantos pero allí nunca, y llevábamos muchas ansias. Nosotros, somos algo así como el club in-oficial del Sr. Cox en nuestra ciudad. Somos ésa clase de Fan que prefiere mantenerse anónimo, pero que sale a correr poniéndose los auriculares y mientras lo hace a lo largo de las calles pacíficas de Karlsruhe, a veces hasta bien entrada la noche, después de salir del trabajo, lo hace sólo quizás más que por el deporte mismo, para escuchar tranquilo las deliciosas creaciones del Maestro; o cuando los viernes por la noche hay cena en casa de alguno de nosotros, para bailar siempre Carl Cox, si es verano a lo que dá el volumen y en la terraza.

Ésa noche festejamos decía y lo hicimos hasta tarde, o más bien temprano, como se vea, pues amanecía cuando llegamos al hotel y nos fuimos a dormir quedando de encontrarnos en dos horas más, en la recepción y salir de nuevo juntos, pues había que tomar el tren hacía Boom, y éso quedaba claro desde hace meses, casi desde el comienzo del año, que fué cuando ordenamos nuestras entradas. El problema fué que a las 7 de la mañana era yo la única que esperaba en el Hall. 

Llegué. Sola y ya casi a medio día a la estación de Boom, pues en Bruselas Central tuve que dejar pasar varios trenes, pues viajaban repletos, parecía que todo el mundo iba a pasar el fin de semana en ésa dirección. Como se sabía de antemano, según el programa, y algo que parecía hasta ofensivo era que el Maestro Cox fuera el primero en abrir el escenario a las 12 del medio día, cuando lo más esperado sería que fuera el último, el que cerrara la noche del festival. Se trata de una de ésas cosas difíciles de explicar pero que es mejor aceptar sin chistar, como el hecho de que mis amigos se hayan quedado dormidos.

Desde allí, la estación de trenes de Boom hasta el festival, sólo 2 kilómetros a pie decía Google maps, pero ya faltaba poco para el medio día, que decidí no arriesgar más y tomé un taxi, no vaya a ser que por haberme perdido en el camino, pueda yo también perderme el evento.

Era un predio enorme, algo así como un parque de diversiones para adultos, incluso con ésa rueda giratoria gigante. Y a las 12 en punto, efectivamente comenzó a tocar el Maestro. Éramos solo unos cuantos allá, tan pocos éramos que podíamos contarnos con los dedos de la mano, estaba por ejemplo el chico que llevaba un camiseta que decía: “fácil de atrapar”, un grupo de chicas que bailaban como locas, sosteniendo un bandera sueca, otro grupo de muchachos disfrazados de cavernícolas (¡en pleno verano!) y otros sin disfraz ni bandera como yo, que aunque no nos conocíamos, se nos notaba la pasión por los Cox-beats.
Ni siquiera les reclamé, a mis amigos, por haberme dejado sola aquel día, ellos lo sentían más que yo, pues cuando pudieron llegar, ya había terminado la sesión de tres horas del señor Cox y lo sentirán más todavía, pues hoy sábado nos juntaremos en casa y para bailar, pasaré el video oficial de aquel día que ya ha acumulado 1,628,712 vistas, donde el Maestro brilla y yo, yo estoy en medio de la multitud bailando. ¡Oh Yes, oh Yes!