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sábado, 26 de octubre de 2013

Querida Señora Schmidt

Una de las cosas que más me gustan de viajar es hospedarme en un lindo hotel, uno que tenga la mayor cantidad de estrellas posible, o al menos 4. De esos hoteles me gusta muchísimo además del Sauna, el Desayuno-Buffet. Será por eso que ahora que ya no puedo viajar porque que he comenzado recién a echar raíces en una nueva ciudad hoy me levanto temprano, temprano para ser un sábado, miro el reloj son las 7 y 50 de la mañana, calculo que estaré lista en 20 minutos porque a las 8 y 14 pasará por la puerta de mi casa el Bus 55 que me llevará a la estación principal y de ahí podré tomar cualquier tranvía que me acerque a Markplatz donde está el Kaiserhof que tiene un abundante delicioso desayuno que me hace sentir como si estuviera un poco de viaje, pero al mismo tiempo en casa.

Lástima que soy mujer y me demoro más de la cuenta, tal es que mientras salgo corriendo del edificio veo pasar al Bus 55 a las 8:13 de la mañana. ¡La Pucha! En Buenos Aires siempre perdía los autobuses porque venían siempre retrasados y ahora porque pasan bien adelantados, realmente me siento indignada, si el 55 debe pasar a las 8 y 14, ¿Por qué lo hace a las 8 y 13? De las dos maneras, una por estar retrasada y otra por adelantarse me dejan en la misma circunstancia: en la calle y a tomar un taxi. Pero no es tan fácil; allá en Avenida Las Heras apenas pisaba la vereda desfilaban mis amigos los taxistas, aquí la gente camina, toma el bus, el tranvía o anda en bicicleta, no hay taxis circulando en las calles, menos hoy a las 8 y tantos de un día sábado. Considero llamar a un Radio-Taxi pero, ¿Comenzar tan temprano hablando alemán? Dejemos un poco descansar al cerebro, que tan malo puede ser caminar un poco, que más da, hasta alcanzar la ruta de un tranvía en dirección a la estación principal, miro el lado positivo: es una hermosa mañana tibia de otoño y los árboles han comenzado de nuevo, como hace un año a perder sus hojas, y a mí me resulta encantador caminar sobre las que se amontonan en la vereda. ¡Qué lindo me resulta el crujido suave que hacen a mi paso!

Una amable mesera me recibe en la puerta, enseguida me aparta una mesa y me pregunta si para comenzar me apetece una copa Prosecco. ¡A las 9 de la mañana! Vamos, ¿Por qué no? Mientras le pregunto también por el diario, vieja costumbre de la de leer mientras se desayuna, igual que en un Martínez de Recoleta. Ella me ofrece o el Süddeustche Zeitung o el Frankfurter Allgemeine, tomo el Frankfurter. El Kaiserhof está repleto, todos los comensales van y vienen con sus platos cargados de cuanta comida pueden cargar y repiten y repiten hasta estar repletos. Frente a mi están sentados una mujer muy escotada que seguro raya en los 50s y un muchacho joven de no más de 25, madre e hijo, pienso yo, hasta que comienzan a los besos. ¡Madre mía, jamás permitas que eso me pase! Doy vuelta despacito mi silla y listo. La mesera se ocupa de todo, me trae primero la copa de Prosecco, luego el café y la leche deslactosada, mala idea la de beber temprano, pero excepciones podemos hacer.

Hoy el diario habla de las escuchas del servicio secreto americano al celular de la mujer más importante del país, la dificultad de los nuevos estudiantes universitarios para encontrar un departamento (en Alemania, ¡Sic!), el todavía mayoritario déficit de la mujer germana en los cargos importantes, bla, bla. De repente un artículo escrito por una tal Lucía Schmidt titulado: Herr Doktor, verstehst du? acapara completamente mi atención y al mismo tiempo revive en mí los dolores de vivir lejos de los míos. Esta mujer intenta escribir sobre la realidad de los médicos extranjeros en su país. Una realidad totalmente parcial, “su realidad”,  basada sobre todo en las dificultades que tenemos con el endemoniado idioma y en un tono totalmente burlón cuestiona el interrogatorio clínico de una joven galena indonesa cuando éste es totalmente correcto. En el ejemplo que ella señala como enteramente equivocado un paciente de 72 años relata que tiene disnea y palpitaciones cuando sube las escaleras, la primera idea que se nos viene a la mente a los clínicos y cardiólogos es la de una insuficiencia cardiaca y entonces es obvio que preguntamos entre otras cosas si el paciente se levanta en la noche para ir al baño, pero ésta mujer, no sólo desconoce la rutina de un típico interrogatorio médico-paciente, sino más bien saca ventaja de su vil ignorancia para desprestigiar a los médicos que provienen del extranjero, que había que agradecerle a Dios, si es que éste existe, quieren vivir en un país donde los propios médicos alemanes no quieren. Entonces hay que explicarle a ésta querida Señora Schmidt que la pregunta de la Dra. Gita Manoppo de si el paciente acude al Toilette durante la noche no tiene nada que ver con una enfermedad de vejiga como ella quiere significar, sino más bien con algo que se llama Nicturia (ir al baño en la noche a hacer Pi-pí) y que es un signo precoz acompañante de un cuadro incipiente de Insuficiencia Cardiaca. ¡Pero cómo hacerle entender a la estupidez! Y lo peor de todo, hoy sábado miles de lectores, que también son pacientes creerán otra vez más que los médicos extranjeros no tienen ni la menor idea de cómo tratar con los pacientes.

Esta señora Schmidt, que en lugar de escribir sobre medicina, debería investigar un poco más sobre cuánto dinero se ahorra ahora Alemania al tener médicos extranjeros, cuyos países han pagado la totalidad su formación académica (6 o 7 años de Universidad, 12 o más años si tienen una especialidad), trabajando en sus hospitales y más aún, la mayor parte de las veces sin siquiera recibir un solo centavo de dinero hasta esperar la dichosa prueba de homologación del título que puede tardar hasta un año. ¡Un año entero de trabajar gratis! Y que encima, el reconocimiento de la especialidad aún  no está reglamentado. Que su país poco o nada ha hecho hasta el momento para poder ayudar a quienes tenemos problemas con el idioma…se me ocurren ahora también porqué no, los enormes negociados de jóvenes colegas que vienen de Europa del Este o Rusia crédulos en las Agencias de trabajo privadas que sacan anualmente fortunas a costa de ellos. Querida señora Schmidt, ¿Usted también se ha tomado el tiempo para investigar aquello o lo otro? ¿O sólo, por ser sábado ha improvisado un discurso que ha acaparado una cara entera de uno de los diarios de mayor circulación de éste país?

La mesera trae ésta vez los Frikadellen, pequeños chorizos, alitas de pollo gratinadas y huevos revueltos. Pero a mí ya se me quitó por completo el apetito, mejor me voy a casa a escribirle un correo a ésta señora para hacerle comprender un poco la realidad de alguien que está del otro lado…pero ésta vez me tomo un Taxi.



viernes, 13 de septiembre de 2013

Mannheim: Hauptstadt der Deutschen Sprache

                                                                            (Text für eine Zeitung)

Die Straßenbahnlinie 3 hält und ein junger Mann steigt aus, der mit einem Koffer unterwegs ist. „Excuse me, do you know where is the Goethe Institut?”, fragt er eine Frau, die auf seine Frage antwortet und auf das gegenüber-liegende Gebäude mit den großen Fenstern und die hellgrünen Fahnen deutet. Dieser junge Mann ist einer von 300 Schülern, die das Goethe Institut Mannheim-Heidelberg im August aufnimmt und die aus verschiedenen  Altersgruppen und Nationen kommen: Kolumbien oder Peru in Lateinamerika, Kongo oder Ghana in Afrika, sind nur einige Beispiele. Warum sie Deutsch zu lernen möchten, variieren zwischen Sprachkenntnissen für die Arbeitssuche, der Möglichkeit an der Universität zu studieren oder reinem Vergnügen.
In der Arbeitsgruppe, die für die Integration der Studierenden zuständig ist, findet man hauptsächlich Freiwillige. Der Freiwilligendienst Kultur, ist ein Bildungs-Orientierungsjahr für jungen Menschen im Alter von 18 bis 26 Jahren, die gleichzeitig die Kulturarbeit im Institut unterstützen.

Die Arbeit der Freiwilligen

Derzeit ist Jenny Lieder eine von drei Freiwilligen. Seit fast ein Jahr arbeitet sie hier. „Wir müssen alle Möglichkeiten nutzen, ihnen Deutschland zu zeigen, damit sie sich mit der Kultur vertraut machen, während sie die Sprache lernen“, erzählt die 20-Jährige zufrieden. Die Schüler können die Deutschunterrichte vormittags oder nachmittags besuchen und spätabends oder am Wochenende an dem Kulturprogramm teilnehmen. „Wir organisieren ein interessantes, abwechslungsreiches Kultur- und Freizeitprogramm und begleiten sie bei den verschiedenen Aktivitäten“, so Jenny. In dem für diesen Monat vorgeschlagenen Programm können die Willkommenstour durch Mannheim, ein Abendessen in einem typischen Restaurant, einen Stammtisch, einen Kinobesuch oder Reisen und weitere Städtetouren in der Region umfassen.
 „Die positivste Erfahrung dieses Jahres war es, Leute aus allen Altersgruppen, Kulturen, Mentalitäten und Ländern kennenzulernen“, erzählt die aus Worms stammende Jenny. Sicherlich waren ihr am Anfang ihre englischen, russischen und spanischen Sprachkenntnisse sehr hilfreich.
„Dieser Job ist zweifellos eine Herausforderung“, sagt sie. „Er erfordert Kreativität, Eigeninitiative und viel Geduld.” Weil sie auch dazu bereit sein müssen, in den verschiedensten Situationen zusammenzuarbeiten, die für Neuankömmlinge ein echtes Problem darstellen könnten. Etwa ein Monatsticket für die S-Bahn kaufen, herausfinden, wo man sich ein Fahrrad besorgen kann oder die Telefongesellschaft nach einem Anschluss fragen.

Am Ende des Jahres

 „Sprache, Kultur und Übersetzen, das möchte ich studieren“, sagt Jenny, die vor einem Jahr das Abitur auf dem Kurpfalz Gymnasium machte und damals noch nicht wusste, was sie werden wollte. Jetzt wird sie im kommenden Monat an der Universität anfangen. „Ich würde anderen jungen Leuten diese Erfahrung definitiv empfehlen, denn sie ermöglicht uns, einen Einblick in die Zukunft zu gewinnen, Verantwortung zu übernehmen und zu wissen wie es ist, einen Vorgesetzten zu haben“, sagt Jenny. Wie wichtig ihre Arbeit ist, dank der sich ein Ausländer vom ersten Tag in Mannheim willkommen fühlen kann, scheint sie dabei gar nicht zu wissen.


domingo, 25 de agosto de 2013

Un nuevo día

Desde mi ventana se puede mirar justo la torre de la iglesia que se alza en medio del pueblo, que tiene una enorme campana de color ceniza que siempre canta indiscreta y le encanta sonar a partir de tempranas horas de la mañana. Orgullosa luce su dorada corona donde vive solitario un dorado y delgado joven gallito, que cambia con el influjo del viento y durante el día mira primero al sur y un poco después también al norte, pareciéndose mucho a mi estado de ánimo.

Cada día tiene su rutina que se compone de hechos que se desencadenan en cascada. Primero la campana bien puntual, porque ha nacido en Alemania anuncia el comienzo del nuevo día a las seis y treinta de la mañana. Yo que tengo el sueño muy pesado ni me doy por enterada pero el bebé que vive en la casa de al lado sí, y como tiene los tímpanos recién estrenados, de un sobresalto se despierta y ejercita sus pulmones con un llanto ensordecedor que hace el pequeño cachorro que también allí habita ladre incansable.


Entonces la madre, la mayor parte de las veces, algunas pocas el padre, comienzan a cantarle en voz alta, lo cual invariablemente me despierta. A la sazón estamos todos despabilados: campana, bebé, cachorro, madre, padre, gallito y yo.

lunes, 12 de agosto de 2013

El Poema del Amanecer

¿Puede alguien escribir un poema, mucho antes de tener un Blog y no publicarlo? Si, puede. Especialmente cuando en ese tiempo todavía se es Pseudomona. Quizás porque, a pesar de que han pasado un par de veranos, el recuerdo de aquel sencillo viajero que alguna vez pasó por las calles de Buenos Aires, duele. Increíblemente duele y hace feliz. Duele como nada puede doler después de eso y al mismo tiempo hace feliz como sólo pudieron lograrlo esos cortos momentos prestados. Hoy, que ya ha pasado tanto tiempo, considero que es tiempo de compartirlo:


La noche rota, desgarrada, se hizo corta
Verte sonriendo en aquella mañana soleada ya casi no importa
La luz apenas naciente, pinta de un color ligero mi ventana
Imposible cerrar su paso, como imposible es detener tu partida
Soledad ilusa, me hace mirar el ligero caminar del tiempo
Que parece tener aún más prisa mientras se acerca el momento

Víctima involuntaria de tus recuerdos
No dejo de torturarme mientra le busco el color correcto
A ese danzar de tus pasos y los míos en vano intento
De acompasar nuestros caminos bifurcados
Que temblaron por un momento
Cuando tomados de las manos buscamos
Otorgarle explicación a las suaves nubes del cielo

Curiosa cristalina gota que nació triste
Cae suicida desconsolada y silente
Capaz de convertirse en llana corriente
Cada vez que añoro la suave voz de tu presencia

Me aferro a tu espalda y no me suelto
Me meces despacio en silencio
Silencio que no es tal sino es un grito
De tristeza total, de vacío intenso

Amanece, pero no para mí.



domingo, 23 de junio de 2013

Al llegar la noche


Hoy ha sido un día muy largo, estoy completamente agotada entre todas las actividades que habitualmente caracterizan a un primer día en una nueva ciudad y la necesidad de cargar yo sola con mis dos pesadas maletas. He llegado un poco después del medio día, en el IC desde Mannheim y he sido bien recibida en mi nuevo hogar, que lejos de ser un edificio de departamentos como decía el anuncio es una casa de huéspedes, pero que cumple felizmente con el único requisito que me preocupaba: un baño para mí sola. La casona queda a 19 minutos de la estación principal de Bonn como me habían prometido en el e-mail, pero no en S-Bahn o en Bus, sino en un tren de larga distancia que obviamente no pasa cada 15 minutos como se me había sido dicho sino cada hora. Es decir, mi morada no queda precisamente en la ciudad sino en las afueras, en un pequeño poblado de madera y callejuelas estrechas, que por un lado tiene unas colinas verdes salpicadas de casitas totalmente blancas y por el otro deja pasar al Rhin tranquilo y cristalino que a ésa altura hace como una U, trayendo consigo también algunos coloridos botecitos de vela. Un lugar realmente precioso, cuya visión desde el mirador es como un sueño.

Me recuesto pasada la media noche, luego de haber acomodado todas las cosas que necesitaré, pues mañana tendré mi primera clase. Sin mucho esfuerzo y casi enseguida consigo conciliar el sueño, no puedo precisar cuanto tiempo después violentamente me despierto porque alguien me sujeta de las caderas y los brazos, abro bien los ojos y distingo a una sombra completamente obscura que recortada entre la pared blanca recién pintada y las sábanas color naranja me observa, yo quiero gritar pero ésta fácilmente logra colocarme una bolsa de plástico en la cabeza, mientras yo no puedo moverme, gritar o escurrirme porque estoy completamente paralizada. No puedo precisar si se trata de un hombre o quizás una mujer de tamañas dimensiones que con ambas manos logra sostenerme la cabeza. Yo que tengo los ojos bien abiertos no consigo distinguirle los rasgos de la cara, procuro respirar lentito pero siento que cada vez me va quedando menos aire y la bolsa transparente se va pegando a mi cabeza, impidiéndome también cerrar los ojos que me arden al contacto con el plástico, mientras mis tejidos ávidos de oxígeno comienzan a temblar y yo no puedo siquiera realizar un movimiento…me despierto, de un brinco enciendo todas las luces, incluso las de la cocina, no hay sombra, no hay bolsa de plástico. Verifico las cerraduras de las puertas, me acerco a la ventana que está igual como la he dejado pero igual la abro y echo un vistazo a la escalera de emergencia pero no hay nadie. Reviso en el baño, en el placard, debajo de la cama…nadie. Casi las cuatro de la madrugada, un silencio sepulcral envuelve el lugar, quizás sólo fue sólo un sueño, pero igual me quedaron doliendo los brazos, la garganta, los ojos…

Al día siguiente al final de la doble jornada de clases la cabeza me da vueltas, conocer a los nuevos compañeros casi todos venidos de países completamente desconocidos para mí fue una experiencia un poco extraña, todavía no puedo pronunciar sus nombres, algunos escritos en árabe, en chino, nigeriano, y otros tantos más.
Paso por el único supermercado del pueblo, la cajera que seguramente conoce a todo el mundo me mira extrañada, yo como vengo de Sudamérica donde no tenemos ningún problema de entablar conversaciones que aquí se consideran inapropiadas le digo que es mi segundo día aquí, que vivo en la casa de huéspedes y le pregunto hasta qué hora están abiertos. Ella me sonríe y me contesta amable y al finalizar me dice: Shönen Tag noch!

Caigo como en un profundo abismo, escucho voces por todos los lados repitiendo los conectores de tiempo gramaticales, los componentes de la oración y demás cosas nuevas aprendidas…pero yo considero que es hora de ir al baño y abro los ojos, retiro la sábana, y cuando me dispongo a bajarme de la cama, la escasa luz que se cuela por la ventana alumbra directamente sobre mi pierna izquierda, o sobre lo que queda de ella, pues cientos de gusanos blancos se retuercen ágilmente sobre los restos de mi piel desgarrada dejando ver casi por completo mi Cuadriceps Crural, puedo observar fácilmente todo el recorrido de los tendones hasta su inserción. Las fibras musculares han quedado totalmente descubiertas, el tejido rosado de vida no sangra, no duele, parece que estuviera de nuevo en el Anfiteatro como cuando experimentábamos en nuestras clases de Anatomía…

De nuevo un mal sueño, ahora son las tres de la madrugada. Me lavo la cara con un chorro de agua fría y abro de par en par las ventanas que dan al tejado, no quiero volver a dormir. Mejor me voy a la cocina, me preparo un café y hasta las siete escucho música en los audífonos de mi computadora mientras me pongo al tanto de todo lo que pasa en la región.

El tercer día pasó igual que el segundo, y en la noche un nuevo mal sueño, y al cuarto día no quiero dormir, no debo dormir, me distraigo haciendo otras cosas, pensando, planeando…pero al quinto día ya no puedo luchar más contra ésta necesidad de descanso y luego de que hoy mi estómago comenzara a vomitar todo el café que estuve tomando, enciendo un par de velas en la mesita de luz para no estar por completo en la obscuridad y me meto de nuevo entre las sábanas.

Esta vez no es una sombra, ni son los gusanos los que me despiertan, sino una sirena, que tiene un timbre tan alto que parece estar justo en mi habitación, parece como que algo terriblemente malo está pasando en el pueblo porque se le suman otras pequeñas sirenas que se escuchan a lo lejos que parecen todas correr al mismo tiempo al auxilio de algo que quien sabe que pueda ser, yo que ya estoy acostumbrada a éstos malos sueños, procuro disociarme y no pensar, aunque el humo inunda toda la habitación…

El General Anzeiger del 17 de junio da cuenta de todos los hechos que se sucedieron, y el pueblo innominado de repente cobra importancia a raíz de un incendio que comenzó en la habitación de la única víctima fatal, cuyo motivo aún no está establecido, pero todo hacer pensar que el fuego fue intencionalmente provocado por un par de velas que ardieron sin parar en la mesita de luz de una habitación de huéspedes…





martes, 18 de junio de 2013


Die Erfahrung


Mientras estamos en la pausa cotidiana de nuestras clases no se habla de otra cosa que de todas las cartas de presentación que se han enviado, el incalculable tiempo que puede tardar una respuesta, o quizás la inquietud de la espera, las demoras en la obtención de los documentos que habilitaran el ejercicio de la profesión en éste país, las experiencias que tuvo un amigo de un conocido, etc. Contadas todas esas historias casi siempre con un matiz de posibilidad, que en seguida se nos borra cuando la profesora comienza de nuevo con la gramática y nos damos cuenta de nuevo que será difícil hacer aquí una carrera. 

Hoy miércoles, todos esperamos a uno de nuestros compañeros que ha sido invitado al fin a un Vorstellungsgespräch en un pequeño hospital cerca de Munich, que incluía 2 días de Praktikum para conocer el funcionamiento sanatorial y claro, también a los nuevos colegas. El había viajado contento pues le habían pagado el pasaje de ida y vuelta y hasta el alojamiento, quizás por eso habíamos confiado que el puesto ya era suyo.

¡Fue todo un gusto! Pero estamos buscando una persona que tenga al menos un año de experiencia en el sistema sanitario de éste país, le dijeron a finalizar la visita, en un tono totalmente correcto. Fue desalentador escucharlo. Nuestra profesora que también es nuestra compinche, ha interrumpido la clase, lo ha hecho pasar adelante para que pudiera contarnos todos los detalles de su experiencia, en su frágil alemán con un fuerte acento ruso…






domingo, 26 de mayo de 2013

Mayo


Casi la medianoche, no sé si es la mala suerte, las copas de más de tu despedida o no contaste bien los minutos porque apenas estás llegando a Windeckstrasse y el último S-Bahn está pasando, sin darte tiempo siquiera de correr y abordarlo.
No es necesario que te acerques a comprobar a qué hora pasará el siguiente, lo sabes de antemano, a partir de las 23 horas vendrá sólo a cada hora y vos piensas que mejor a esperar, te vendría bien unos minutos de aclarar la mente e ir pensando. Aunque un poco te acobarda el frío invernal en plena noche de mayo, noche de primavera que parece todo lo contrario. Te acomodas un poco la boina, la bufanda, el cabello largo, los audífonos en la radio y vas tomando Norte siguiendo la lucecita lejana que va dejando el S-Bahn a su paso, no te cuesta nada como también hace un año que vas siguiendo un albor de color caramelo que te trajo hasta aquí desde aquella noche de Lola Mora en verano.
La gotas de lluvia te mojan un poco el pelo, la cara, los hombros, el pecho y después el alma, vos sientes algo que enseguida niegas que sea pena, sin duda es todo el vino que te has tomado. Pasito a paso, piensas que estás llegando a casa, que en unas horas no será más, aunque vos no te quisieras ir, sabes que corresponde de nuevo a hacer la maleta, de nuevo salir viajando.


Las gotas no arrecian pero se mantienen tranquilas, parece que un poco lloran también tu partida. Inoportuna la radio te recuerda que sólo quedan unas horas. Seguro que Lindenhof va a extrañar a unas de sus hijas aunque sea por un corto tiempo, porque estaré acá cerca, sólo a unos deditos de mapa. Sé que esto no consuela, pero igual digo: ¡Pronto voy a volver Mannheim querida!


viernes, 24 de mayo de 2013

Viaje


Anhelante tu mirada me refleja
Será por eso que vos
No respiras…no parpadeas
Quisieras dejar de existir ahora mismo

El silencio nos alarga su mano muda
Quisieras decir algo, yo te observo
Pero no dices nada
Inmóvil, sólo aprietas mi mano

Las horas se ríen de nosotros
Avanzan rápidamente decididas
Sin hacernos caso
Mientras vos y yo callamos.

viernes, 17 de mayo de 2013


Sin rastro


Yo sabía que tenía que haberlo reportado. Sabía que debía haber llamado al teléfono que nos dieron el primer día de nuestra llegada al Instituto. Todavía me acuerdo de la cara sonriente de la encargada al darnos la bienvenida. Aquí están las llaves de la puerta principal del edificio: Mannheimer Strasse 55, dijo, mientras nos daba un ejemplar a cada uno de los casi 10 nuevos estudiantes, todos extranjeros. Seguro por eso, aclaró: tienen un mecanismo automático, solamente hay que acercarlo a la puerta y listo, se abre enseguida. Por favor no las pierdan y como la puerta es eléctrica, deben avisar al menor defecto y ahí fue cuando nos entregó el teléfono, que todavía está en mi mesita de luz.

Hace más o menos tres días, que la puerta parecía que cerraba, pero en realidad no hacía contacto. Pero estamos en Alemania donde todo es seguro. No es lo mismo estar aquí que en otra parte del mundo. La puerta de lejos parecía estar cerrada. ¿A quien le podría interesar un edificio de estudiantes de idioma? Además cada uno de los departamentos tenía otra llave eléctrica, un pasillo y después otra puerta, que a su vez tenía otra cerradura común y corriente. ¿Qué puede pasar, si dejo pasar sólo éste día y mañana llamo? Nada. Pero aquel día volví tan tarde que no quería molestar a la encargada, pensé en hacerlo al día siguiente, pero aquel día salí corriendo casi al ras de las ocho y volví casi a la noche. Y seguramente como yo, mis demás vecinos habrán pensado. Y al final, a quien le importa que la puerta en realidad no cierre, si uno tiene tanta Hausaufgabe.

Ni siquiera me importaba que aquellos dos hombres me cerraran el paso por la vereda cada mañana, un tanto a propósito y otro tanto seguro por el trabajo. A veces con una carretilla otras con una camioneta. Dos obreros, que habían comenzado una refracción a la altura del número 43. Guten Morgen, decían y después algo que no lograba entender, seguro un dialecto. O talvez alemán, pero como todavía no entiendo. Yo nada, caminando rápido, ninguna respuesta. Siempre de prisa, pues la campana de Markus Kirche no se olvida de señalarme que voy retrasada.

Hoy, la solitaria Mannheimer Strasse de pronto ha cobrado movimiento. Casi las ocho de la noche, pero como es primavera parece que fueran las seis de la tarde. Han cortado la calle. Algo ha sucedido. ¿Pero qué? Varios autos de la policía estacionados. Una ambulancia de la Cruz Roja en la puerta que no cierra del número 55. No puede pasar, le dice el oficial al vecino del 41 ¡Pero que ha pasado! Comenta, éste extrañado. Mire, no puedo decirle nada. Pero usted tendrá que hablar con alguien, mientras le hace señas a una oficial mujer que se acerca rápido. Esta le dice que debe tomarle los datos, mientras le pregunta si puede el aportar algún movimiento extraño en el vecindario, porque al parecer han forzado la puerta y algo espantoso ha sucedido.


El pobre jubilado que sólo hace un rato ha salido al supermercado no puede dejar de sentirse horrorizado cuando los paramédicos se abren paso con una camilla hasta la puerta trasera del Rettungswagen. No está seguro, pero le parece observar un mechón de pelo largo y oscuro que sobresale por debajo de la inmóvil sábana.


miércoles, 24 de abril de 2013


Pseudomona

Una sombra raquítica cruza muy rápido la vereda, va ligera a pesar de estar cargando un gran bolso. El contraste que existe entre ambas figuras casi me hace reír, sino fuera que de pronto me doy cuenta que soy yo, que tengo las piernas hechas unos palitos de helado, he perdido la redondez de mis caderas y tan sólo el pelo me ha crecido en el ir y venir de estos días que, pensándolo bien, son semanas y hasta meses.

Cómo no voy a estar flaca, pienso, si hasta me cuesta hacer memoria y después aceptar que lo único que he comido ayer, si se puede llamar comida, fue el yogurt y el sanguchito que casi me obligaron mis Kollegen en el pequeño receso de nuestra clase y ahora que son casi son las 8 y 30, justo la hora que abre la embajada, siento el estómago lleno, pero lleno de qué, no sé. Está vacío pero a la vez lleno.

Y mientras voy subiendo la cuesta arriba de la calle Maure, que literalmente es una cuesta arriba en mi vida, siento que debo parar con todo esto. Debo volver a ser una persona normal, una chica normal, de aquellas que puedan comprarse un lindo vestido o una coqueta cartera, quizás hasta unos zapatos y sólo eso les baste para ser feliz. Olvidarse de que existen otras posibilidades de vivir, dejarse convencer por lo que dicen las estadísticas, de que todo en el país está bien y conformarse. Volver a ir al cine, a ver películas en inglés sin tener que sentirme culpable y después encima no volver a leer los diarios otra vez.

Por un rarísimo momento, que espero no volver a tener, quiero no tener estas ansias de de mudarme a otra parte, de seguir adelante, de descubrir otros lugares. Simplemente me conformo, me dejo estar. ¡Qué lindo se siente vivir en la ingenuidad y en el mero conformismo! Aunque sea por sólo unos segundos, pues ya abre la embajada y el guardia que siempre está encerrado en su escaparate de vidrio, no puede evitar sonreír al verme y que menear la cabeza de lado al otro. Ni siquiera me pregunta a dónde voy, simplemente me pide el celular al mismo tiempo que me entrega un número con el rótulo: Visas.


martes, 9 de abril de 2013


Konjunktiv II

By Pseudomona



Hoy, después del largo feriado, volvemos a las clases. Al final de las casi cuatro horas, estamos cansados, agotados mentalmente y un poco angustiados. Debemos aprender rápido éste idioma para darle continuidad a nuestros proyectos y empujar siempre hacia adelante nuestras vidas. Así estamos, en mesa de cuatro: Marcelo, que pronto desea hacer el viaje que lo lleve a establecerse en un pequeño pueblo cerca del Schwarzwald del que quedó prendado, Federico que quisiera aplicar para aquella beca y necesariamente debe presentar un certificado, Sasha de Europa del Este que ha tenido que aprender español y ahora ha descubierto que en realidad no fue tan buena idea haber migrado para acá y necesita rehacer las maletas y emprender el viaje de regreso pero esta vez con otra dirección y estoy yo, que también tengo un proyecto metido en mi cabeza o quizás ya la habré perdido…

Mi profesor, un alemán, ha nacido en Kassel pero ha vivido más tiempo en Buenos Aires que en su propio pueblo, que sólo él sabe porque lo ha dejado. Al vernos tan cabizbajos procura encontrar una pausa en la clase y nos pregunta la edad y ante cada respuesta se ríe a carcajadas y nos dice con un aire y acentos propios del porteño más porteño: ¿Viste? ¡Yo llegué a Buenos Aires antes de que nacieras! Y con todo el derecho, el es más de aquí de lo que podría ser alguno de nosotros, aunque siempre lo traicionen sus ojos verdes cristalinos y su pelo intensamente rubio, ahora casi blanquecino, aunque sí sabe conservar intacto el idioma materno que procura enseñarnos cada tarde en el Instituto. Que él lo intente con todas sus ganas no significa que nosotros podamos aprender más rápido, dado que es un lenguaje endemoniado que difícil es, siquiera poder acercarse a amansarlo.

Y hoy que debe introducir un tema más bien irreal, se la ponemos re-complicada, porque apenas damos tumbos y tumbos con el tiempo presente que él parece imaginarse como será poder trabajar sobre el idioma del mundo irreal. Entonces comienza con un cuento, porque el se sabe todos los cuentos del mundo y encima en alemán: Estaba una hermosa reina bordando en la ventana de su palacio cuando de repente se pinchó un dedo, al ver caer la gota de sangre sobre la nieve blanquecina pidió un deseo…y comienza a explicarnos cómo se pueden construir las oraciones de un mundo de fantasía. Yo pienso que es justo lo que necesitamos para hilvanar nuestras ideas que después crecerán hasta ser sueños y luego, seguramente verdades, o no. Por lo pronto yo escribo y luego lo comparto en voz alta: Ich würde in Deutschland bleiben, y el me corrige. No, bleiben no, puede ser más bien leben, si, mirá: Ich würde in Deutschland leben, ¿Ves? Queda mejor. Pero yo también quiero bleiben, digo. ¿Puede ser eso? Mis compañeros se ríen de mí, pero él seguramente entiende lo que yo le quiero decir, y me dice muy serio, dándome ánimo: ¡Pero por supuesto que puede ser bleiben!



sábado, 23 de marzo de 2013


23 de marzo, día del mar boliviano


Las aguas azules a lo lejos se agitan, el cielo también
Hoy es un día más que mi pueblo enclaustrado vive
Pues nuestro mar continúa prisionero
Pero hoy y siempre sus aguas flamearan en nuestros corazones.


"El mar nos pertenece, recuperarlo en un deber"


sábado, 2 de marzo de 2013


Cuando llueve en Buenos Aires

By Pseudomona

Una de las cosas más tristes de quien ya no tiene consultorio pero que tampoco se ha ido como había planificado, es pasar las tardes mientras se está pensando como estarán evolucionando los pacientes, especialmente aquellos más ancianos, aquellos que uno conoce de muchos años.

Entonces puede que a veces suene el teléfono:
-          ¿Dra? ¿Sigue aún en la ciudad?
-          Sí, es que…
-          ¡Que contrariedad para Ud! Pero para nosotros un alivio, verá yo la llamaba porque algo me decía que quizás la podía encontrar…y es que mi marido ha estado con mucha fiebre estos días…
-          ¿Lo ha llevado a la guardia?
-          Sí, le han hecho estudios y todo estaba bien, le dijeron que capaz tenía un virus, que tome Tafirol, pero la verdad que yo lo veo cada vez peor. ¡Hace un ratito tenía 39 grados!
-          Bueno, mire, entonces sería bueno volverlo a examinar.
-          Sí, estoy de acuerdo… pero con el anuncio de la lluvia yo no quiero sacarlo, pero Ud. quizás pueda revisarlo.
-          Me temo que no va a ser posible Sra. Herrmann, es que yo ya no tengo consultorio.
-          Pero quizás podría venir a la casa. ¡El se sentiría tan bien! Por favor.
-          Mmm está bien, déjeme ver…son casi las cuatro. ¿Le parece bien a eso de las seis?
-          Si. Ay muchas gracias Dra. yo le voy preparando un café con leche.
-          Ja, ja, gracias, hasta dentro de un rato Sra. Herrmann.

¡Qué alegría! ¡De nuevo al oficio! Busco rápidamente mi pequeño maletín que aún lo tengo perfectamente acomodado: guantes, gasas, tensiómetro, estetoscopio, otoscopio…recetario, sello y claro, lo más importante: la lapicera, la que nos otorga el poder de decidir sobre la vida del otro. Y de inmediato me acuerdo de aquel colega cirujano, que sin embargo tenía razón, cuando se burlaba de los clínicos durante nuestros años de residencia y decía que lo peor que nos pudiera pasar es que algún día nos faltase la lapicera.

Las cinco y media de la tarde, voy a ir caminando, calculo que serán 25 minutos, salgo de casa y despacio avanzo maletín en mano por la calle Laprida rumbo a la casa de los Herrmann.

Cinco minutos más tarde observo el cielo, aunque tiene unas grandes nubes negras y hay alerta metereológico, creo que otra vez se equivocaron, porque hace como 35 grados, menos mal que no traje paragüas. Me detengo en un kiosco para comprarme un helado y después retomo lentamente ni camino.

Apenas he terminado el helado cuando siento caer unas gruesas gotas de lluvia, pero el sol sigue brillando. ¡Qué tiempo loco! Apresuro el paso, no he alcanzado siquiera la cuadra siguiente cuando la lluvia arrecia de repente, las gotas son tan grandes que sólo una me empapa toda la cara. Estoy justo en la esquina del parque de Anchorena y Cabrera, la gente levanta rápidamente el campamento de verano, las sombrillas, mantas, heladeras. Adultos, nenes y mascotas todos corren apurados.

Yo busco un taxi, pero como siempre que llueve no hay uno sólo disponible. En unos minutos nada más, la lluvia de repente se ha transformado en una tormenta, caen rayos que hacen temblar la vereda y el cielo ahora sí que se ha puesto completamente negro. Yo, que me he quedado bajo un techito de la esquina, miro el reloj, diez minutos para las seis. ¿Llamo o no llamo a la Sra. Herrmann? Mejor no, seguro que se preocuparía aún más. Además ¿Cuánto tiempo puede durar una tormenta así? Así que me acomodo lo mejor que puedo debajo de mi resguardo y espero. 

Un muchacho con una remera deportiva verde llega corriendo en sentido contrario, logra cruzar la calle que ya se ha convertido en un pequeño río y se queda al otro lado de la vereda, protegiéndose debajo de un balcón. No sé porqué se queda, porque del otro lado la cosa parecería estar mejor, porque todos habían escapado en dirección a la avenida Santa Fe. Pero el no lo hace, se queda, quizás pienso yo, porque le da pena que una chica sola, se quede en la otra vereda cuando el agua ya le ha alcanzado los tobillos, a pesar de que se ha subido al punto más elevado de la vía.

La tormenta entonces sobreviene con todas sus fuerzas, se agitan los árboles que en vano alargan sus ramas oponiendo resistencia. Cabrera se ha convertido en un enorme río urbano arrastra bolsas y botellas de plástico, pañales, envases descartables y miles de porquerías más. ¡Cómo no va a estar el cielo enojado!

No hay un solo colectivo, ni un taxi, nada. Sólo autos particulares que transitan con las luces encendidas, haciendo extrañas maniobras a riesgo de estar inundados. La visibilidad es tenue, estamos sólo yo y cruzando la calle el muchacho de la remera verde, que tampoco se mueve. El agua me llega ahora hasta las rodillas, todo el vestido se me ha empapado, sostengo apenas pasando de mano en mano mi maletín que recién me doy cuenta lo mucho que pesa.

No hay mal que dure cien años, me digo. La tormenta debe parar, pero no para, el agua desborda a mares. Yo miro a mi derecha y observo un edificio en construcción y pido porque no quede un cable suelto.

No sólo la lluvia no para, sino que empeora, es ahora o nunca me digo, debo cruzar al lado norte de Cabrera, pero cómo hacerlo, el agua ha crecido muchísimo, veo que ahora arrastra cosas más grandes: sillas, sombrillas, cartones. Cómo no aprendí a nadar, me arrepiento. Ahora es muy tarde, seguro me llevaría a mí también. El río salvaje me llega hasta el pecho y me empuja con todas sus fuerzas, quiere que me suelte del solitario poste al que me he arrimado.

El muchacho que hasta entonces se había mantenido calmo, comienza a gritarme algo mientras agita los brazos y me hace señas desesperadamente, pero yo nada puedo escuchar. Casi no consigo sujetarme, mi maletín pesa demasiado, así que decido soltarlo de una vez, y allá va, triste lo veo alejarse como veo alejarse con el mis años pasados.

Cierro los ojos, mientras me abrazo al poste con los dos brazos, ha llegado mi hora. He sido muy feliz me digo y comienzo a tararear gotas de lluvia veo caer, pero la voz no me sale…

Diez, quince, veinte, dos minutos, no sé el tiempo que pasé aferrada al poste salvador, de a poco siento que el agua fluye pero no empuja y va descendiendo despacito, ya puedo ver mis pequeños pies sin zapatos. Miro al frente y el muchacho de remera verde también deja su esquina y se despide mientras me agita la mano.

Yo pienso, uyyyy que tarde se ha hecho, y la fiebre del Sr. Herrmann todavía sin tratamiento.



miércoles, 20 de febrero de 2013


Nueve años

By Pseudomona

El taxi se detuvo justo en la esquina y el, que viaja en el asiento trasero mira a su derecha a través de la ventana. Rivadavia y Cerrito a medio día, no es precisamente un lugar tranquilo, todo lo contrario, el pleno ajetreo de microcentro pasa por ésta esquina…una esquina que le es del todo familiar. Hace tanto tiempo, si, serán unos años que ha dejado la pensión que está a la vuelta, donde se vio obligado a pasar sus días más miserables de recién llegado.

Buenos Aires siempre le había parecido fascinante, especialmente cuando la miraba de lejos, desde aquel país que está lindando al Norte, será por eso que cuando terminó la facultad se alistó en seguida para trabajar en el campo y algo poder ahorrar para después hacer el viaje, el que lo llevaría a la especialidad.

Sonríe de repente porque todavía está allí, con sus letras rojas y blancas: Ugi´s, el local de pizza, claro que sólo lo conoce quien ha sido pobre y enseguida le parece que el tiempo no ha pasado por ésta vereda, aunque sí mucho por su vida. Cómo han cambiado las cosas ¿Será que los recuerdos se endulzan conforme pasan los años?
Se vio de repente llegando exhausto del trabajo a la una de la mañana con el Ugi´s todavía abierto y listo para ofrecerle lo de siempre, la cuarta pizza que en aquel entonces costaba 1.50 centavos.

Es que en ésos días, dígase el año 2004, eran pocos los médicos que habían venido del extranjero y quizás por ello era muy difícil que las clínicas pudieran ofrecerles algún trabajo. Ni hablar de lo mucho que se tenía que esperar para conseguir primero el documento y después la habilitación para ejercer en un país, que después de otorgarles la homologación del título los llamaba despectivamente: médicos sudamericanos, cómo si Argentina no estuviera también en el mismo continente. Había que pasar largas horas en salas de espera de los consultorios y pequeñas clínicas donde para suavizar el rechazo simplemente decían que no estaban autorizados para contratar a ningún médico que hubiera terminado su preparación en el extranjero, independientemente de su nacionalidad. ¡Ja! Sí, tampoco en aquel tiempo existía aún el INADI.

Entonces había que salir de capital, donde ofrecían los trabajos despreciados, aquellos que no toman los locales, perderse allá en el Sur, desde Avellaneda a Long Champs, subirse a una destartalada ambulancia desde las 7 de la mañana a las 11 de la noche y de nuevo volver al día siguiente y así un día y otro, todos los días, con un salario que apenas alcanzaba. Entrar en el Dock Sud sólo en compañía de un chofer que hacía también de enfermero a veces con una patrulla policial, otras tantas no…

El coche se mueve nuevamente porque la luz del semáforo y los bocinazos avivan un poco al taxista que conduce distraído y a el también que mira su reloj: 13:15, va tan bien con el tiempo piensa, que seguro se tomará un cortado en jarrito antes de comenzar a asistir a sus pacientes en su consultorio de Quintana y Callao en Recoleta.

sábado, 2 de febrero de 2013


Un viaje en colectivo

By Pseudomona

Las seis de la mañana de un día de semana. Ni bien salgo de mi casa encuentro la parada del colectivo de la línea 60. Hoy es uno de ésos días de suerte porque apenas pongo el pie, enseguida veo venir al rodado amarillo y rojo, pero que viene repleto, a pesar de ser tan temprano. Lo abordo en seguida, SUBE en mano para realizar el pago. Me doy vuelta para buscar un lugar donde sentarme, pues el viaje será largo.

Me encuentro con un montón de pasajeros que pudieran tener el cuello de goma de tanto haberlo doblado a un costado, parecen un montón de muñecos, todos desmayados, quizás de sueño, quizás de cansancio, y se mueven cada tanto, con los saltos que pega el colectivo cuando pasa por un bache típico de las calles de Buenos Aires.
Me quedo cerca de los asientos de adelante mientras pienso que será duro viajar de pie y justo hoy que será un viaje largo.

El 60 marcha automático y al pasar las Heras y Pueyrredón ya casi no para en ningún lado porque nadie sube ni baja, entonces parece que tomara un impulso y corre libre a lo largo de la Avenida que justo le abre en verde todos los semáforos.

Yo que viajo de pie, me tengo que sujetar con ambas manos para no salir despedida con cada impulso y de rato en rato también atajar mi vestido que se me sube un poco caprichoso.

Pasando Plaza Italia, en puente Pacífico casi se vacía el colectivo, la mayoría de los pasajeros repentinamente abren los ojos como si tuvieran un despertador incorporado, se acomodan la ropa, el pelo, los bolsos, las mochilas y bajan rápidamente.

Afuera suena muy fuerte la cumbia desde un bar de choripanes que ocupa casi toda la esquina y que, para quien ha vivido en la ciudad los últimos años, es realmente extraño, que se horneen panes en medio de la calle. Una pequeña réplica de plaza Once que invade poco a poco a los Palermitanos.

Ahora que quedan casi todos los asientos vacíos, yo también me acomodo en uno muy mullido y como si una fuerza sobrehumana de repente me asaltara, siento que lentamente me adormezco mientras pasan veloces los árboles de Avenida Luis María Campos.

Una voz tierna y amable me despierta. Es una anciana:

-          Nena, nena. Debes bajar aquí…es la última parada.
-          ¡Cómo! ¿La última parada?
-          Si, ya llegamos a Escóbar…
-          ¡Ay no, me quedé dormida! Digo mientras me incorporo de un salto, me arreglo un poco el pelo y observo a través de la ventana cómo un paseador canino transita por la vereda con un montón de perros grandes y pequeños, que vienen atados a una cuerda cual si fueran globos…


martes, 1 de enero de 2013


El árbol de queso


By Pseudomona


Ella está inclinada de cuclillas sobre la gruesa mesada de madera casi a ras del suelo, sus manos se pierden dentro de un lindo cántaro de barro donde despacio separa el turbio remanente acuoso de aquella mezcla blanquecina. Divide por un lado el requesón y por otro una masa homogénea. Hábilmente logra meter aquel preparado dentro de un gracioso molde fabricado con hojas de cortadera madura, aquella que crece al lado del río y que ella misma recolectó y trenzó tiempo antes.
Quizás sea porque en el campo ya casi no queda pasto fresco y las lluvias se han acortado o quizás talvez porque en su rebaño las cabras se resisten a tener crías o quien sabe porqué razón, hoy como todos los días, el ordeñe fue escaso.
Ella calcula desilusionada que sólo podrá hacer un queso y con certeza será uno pequeño. Comprime poco a poco con sus dedos minúsculos aquella mezcla tacaña que se acaba en el primer molde, después le hace unos agujeritos en los cuales pone sal gruesa ayudándose con un delgado cuchillo. Así quedará bien conservado, piensa y llegará a maduro sin necesidad de estar refrigerado. Luego, lo toma delicadamente entre sus manos y sale de la cocina. Se dirige al patio donde se encuentra un frondoso árbol indígena típico de aquel valle de cerros colorados: un churque. Ágilmente se trepa en sus ramas hasta alcanzar una graciosa canasta que pende cual fruta jugosa en medio de hojas y espinas. Deposita el queso del día dentro de aquel recipiente, donde yacen ingenuamente otros cinco moldecitos previamente preparados. Ella cuenta y calcula que ahora son seis. Cada queso costará diez pesos, diez por seis serán sesenta pesos. Sesenta pesos más cincuenta que ya tiene ahorrados serán ciento diez pesos. Suspira tristemente desalentada, todavía no alcanza siquiera para comprar el pasaje de ida hacia la capital. Deberá seguir trabajando y esperar. Los recuenta para estar segura y sólo son seis. Vuelve a guardar la canasta en su lugar y desciende de un salto de aquel generoso árbol.

Camina unos pasos, se vuelve y mira hacia arriba, la luna alumbra la canasta que cuelga en medio de las frondosas ramas del churque. Se imagina por un momento que pudiera de la nada existir un árbol que diera canastos con frutos de queso, así quien sabe pronto abandonaría la sequía de aquel pueblo…