Iris
(Segunda Parte)
By Pseudomona
Llegamos a Tucumán y Callao, un pequeño departamento en un subsuelo
ambientado con luces tenues por doquier que le daban al lugar un aspecto
mortuorio en plena fiesta. Había un olor fuerte a música y alcohol. Nos
acercamos a la barra; donde estaban otros de nuestra cursada y enseguida ordenó
para mí una cerveza negra stout, mi favorita.
- Bueno
zapata, dijo chocando su vaso con el mío, que siempre nos vaya tan bien como
hoy.
- Que
no seamos tan viejos cuando salgamos de la facultad, grité yo.
- No
sé vos, al menos yo no lo seré, dijo guiñándome un ojo como siempre que me
hacía alguna broma.
Esa noche bailamos y bebimos, yo estaba feliz, es el efecto que la
cerveza suele producirme, tal vez debiera beber o bailar más a menudo. No me di
cuenta pero pasaron rápido las horas y la noche avanzó fácilmente, mientras
Lautaro se despedía de los otros chicos, comencé a observar detenidamente a un
extraño que estaba en un rincón del bar, me pareció que lo había visto antes en
la facultad, un hombre de, no sé, unos sesenta años, al que todos le decían:
señor Rector, por la cantidad de años que llevaba de estudio. O más bien de no
estudio, ya que reprobaba permanentemente. Nadie se le acercaba. Tenía una
mirada algo amarga, o tal vez era la luz que me hacía verlo de esa manera.
Usaba el pelo atado en una colita, una campera de cuero de motociclista negra y
fumaba sin cesar. Parecía estar observando a mi amigo desde aquel ángulo.
-
¿Qué
pensás, naba?, me gritó Lautaro, acercándose, ¿ya nos vamos?
-
¿Cómo?
-
Vamos,
te llevo a tu casa. Vamos.
Miré mi reloj al salir: las 6 de la mañana. Como era invierno apenas
amanecía. Me colgué de su brazo, ni un solo taxi pasaba por la avenida.
-
Vamos
a caminar, así con el aire frío se te pasa un poco la borrachera. Por Dios, no
te podés tomar ni una sola cerveza, me dijo.
Me di vuelta y la calle estaba silenciosa, algún empleado de Cliba a lo
lejos que finalizaba su tarea, y lo vi venir.
-
Ey,
¿viste al tipo ese? Le dije.
-
¿Cuál?
-
Ese,
el señor Rector, viene detrás de nosotros.
-
Sí,
debe vivir por acá.
-
Apurate,
le tengo un poco de miedo.
-
No
seas tonta, que sea mal alumno no lo hace mala persona. Mirá, te lo voy a
demostrar, lo vamos a saludar, dijo parándose en seco mientras yo jalaba
suavemente de su abrigo.
-
Ey,
saludó con la mano, hace frío, ¿no?
-
Sí,
dijo el tipo arrojando su cigarrillo.
-
Soy
Lautaro. Ella es mi amiga…
-
Los
he visto antes, en la facultad.
-
¿Ah,
sí? Estás cursando…Las materias se van poniendo difíciles, ¿no?
-
Sí,
mucho, en especial una.
-
¿Sí?,
¿cuál?
-
Una
en la que probablemente vos me seas útil, dijo mirándolo seriamente.
-
¿Yo?
No, no creo, somos de primer año.
-
Para
estas cosas los años no importan, ni siquiera importa estudiar medicina.
-
No
sé cómo. ¿Cuál es la materia?
-
Primero
debés decirme si me ayudarás.
-
Claro
hombre, si se puede.
-
Sí,
tenés que desearlo con ganas.
-
Bueno,
mirá, no me lo digas ahora, tengo que llevar a mi amiga a su casa, hablamos
luego.
-
Dijiste
que me ayudarías, insistió acercándose cada vez más.
-
Mirá,
no sé qué te traés, pero este no es el mejor momento para hablar.
-
Vamos
Lautaro, hace mucho frío. Vamos.
-
Dijiste
que me ayudarías, gritó el hombre, acercándose cada vez más a nosotros. Recién
ahí pude ver que enormes cicatrices le desfiguraban la cara
-
Vamos
hombre, solo quise ser amable, está amaneciendo, hablamos otro día y se puso
delante de mí.
-
Claro,
todo el mundo quiere ser amable.
-
Vamos,
no le hagas caso, le dije tirando con fuerza de su campera.
-
Nada
más dame la mano si de verdad querés ayudarme, dijo el otro, abalanzándose
contra él y empujándolo violentamente hacia el piso.
-
Dejalo,
le grité abrazando a mi amigo, y el hombre se alejó corriendo, lo vi desaparecer por la
esquina de Corrientes.
-
Ay,
se fue, ¿estás bien?, le pregunté y me asaltaban las lágrimas.
-
Sí,
eso creo, respondió sin lograr incorporarse. No, no estoy bien, dijo mientras
se restregaba desesperadamente los ojos una y otra vez, algo me pasa, dijo con
una lastimosa voz, no puede ser, ayudame
Isabel, no puedo…ver.
Y ya la luz del amanecer me dejaba ver la claridad de sus hermosos ojos.