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miércoles, 11 de abril de 2012


Otra piel

By Pseudomona


Me levanto como una autómata, adivinando las formas que tienen los muebles y mientras trato de no tropezar con las cosas que quedaron regadas por el suelo la noche anterior, me dirijo hacia el living donde dejé cargando el Nextel que a estas tempranas horas ya me está llamando, aunque recién me haya acostado.

Me visto despacio todavía entre sueños y hoy como hace días, también le escapo al espejo que en el último tiempo se ha convertido en el enemigo más implacable de mis casi cincuenta años, una nueva arruga seguro que me ha salido en el entrecejo, puedo sentirla ahí latente pero mirar no quiero y apenas arreglo mi cabello porque es tan rebelde que de nada sirve pasarle una vez más o menos el peine. Adivino que afuera apenas hay 5 grados, me asomo a la ventana y puedo ver que el viento también se ha levantado furioso ésta mañana. Cargo al hombro mi viejo maletín y salgo sin siquiera tomar el desayuno rumbo a la parada de taxis. A estas horas no tengo ganas de hablar con nadie y apenas suelto la dirección como en un murmullo.

Mientras el auto rueda veloz sobre las calles en dirección a mi viejo trabajo veo pasar a mujeres con varios niños de la mano, chicos y chicas que corren alrededor de la plaza, señoras que pasean tranquilas a sus perros, hombres que trabajan de lleno en la construcción de la nueva rama del Subte, veo pasar la ciudad entera, pero no me veo pasar a mí misma. Este rutinario trabajo de empleada de oficina no era lo que hubiera querido hacer cuando era niña, porque no le habré hecho caso a mi mamá… y si tan sólo hubiera sacado mejores notas en la escuela…en la escuela.

¡La escuela Florencia, vas a llegar tarde, arriba, vamos! Escucho a mi madre que me despierta y me levanto de un salto, todo fue sólo un mal sueño. Ya voy mamá ya voy, voy corriendo a darle un abrazo. ¡Ay mamá, no sabes cuanto te quiero!