El Cocodrilo
Aquí, en
ésta iglesia, dice enfático
el guía, deteniéndose frente a una antigua construcción de piedra y cúpula de
ladrillo desgastado, se dice que está escondido un cocodrilo y al oír
nuestras risitas escépticas, continúa, pero sí, aquí mismo. Se dice, lo encontraron
momificado allá abajo, ¿lo ven? apuntando hacia el final de la calle, en
medio de lo que entonces era un arenal, allá más o menos a finales de 1800,
después, lo adornaron, al cocodrilo, y se lo ofrecieron devotamente a la Virgen
María. Se dice que incluso hasta hace unos cincuenta y tantos años, todavía se
lo podía ver tendido a los pies de la Virgen...
-¿Y
ahora? ¿Ya no se lo puede ver? Pregunta Javier, demostrando por primera vez interés en el recorrido,
al que nos habíamos anotado porque también asistía una chica que él estaba
intentando conquistar, sin mucho éxito.
-No, no
está más..., está la Virgen, pero el cocodrilo ya no.
-Y,
¿dónde está? Insiste
Javier.
-La
teoría oficial dice que fue hurtado, aunque más bien circula bien por lo bajo
otra, que a mí me gusta más.
-¿Cuál? Continúa
Javier sin la intención de dejar el asunto.
-Que los
curas cansados de la gente que sólo venía a verlo a él, mandaron a retirarlo. Responde el guía.
-Pero
¿No es pecado quitarle una ofrenda a la Virgen?, dice una señora,
persignándose.
-Pues sí,
por lo cual se dice que aún sigue adentro, añade el guía dándose aires de misterio.
-¿Aquí?
¿En la Iglesia? Se sorprende Javier.
-Si.
Como le fue ofrendado a la Virgen, lo natural es creer que no ha podido
abandonar el edificio y tratándose de un bien histórico y religioso, seguro
estará en uno de los depósitos subterráneos. Además… el guía hace una pausa, achicando su
ojo izquierdo, con lentísimos movimientos de cabeza, como no queriendo soltar
una confidencia.
-¿Además?
Javier, acercándose aún más.
-Bueno,
dicen, el cocodrilo era uno de ésos ejemplares grandes con una enorme mandíbula,
y dibuja con sus brazos una terrible bocaza, a tiempo que los ojos de Javier
también se le agigantan, la gente creyente de aquella época le llenó la
panza de joyas, oro y toda clase de ofrendas de valor. Pero les repito es lo
que dicen, de eso no hay ninguna constancia. Bueno, si no hay más preguntas,
seguiremos ahora hacia la derecha, levanta su paraguas blanco indicando que
lo sigamos.
-¿Lo
escuchaste? Pregunta Javier, dirigiéndome una de ésas miradas que suele
hacerme antes de que nos metamos en problemas.
-Sí, lo
escuché, le respondo.
-¿Y? Añade el anhelante.
-¿Cómo
que y...?
-¿Qué
piensas? Frotándose
las manos.
-Déjate de joder, te conozco.
-Imagínate
si de verdad, y todavía se encuentra allá abajo…
-Mi-tos
y le-yen-das de Ma-drid, acuérdate, estamos en el Tour de mitos y leyendas.
-Precisamente
por eso, la gente no cree que sea verdad, seguro que a nadie hasta ahora se le ha
ocurrido buscarlo...
-¡Pues a
nosotros tampoco! Digo
incrédulo.
-Felipe
¡Si lo encontráramos!
Siguen en
la ruta un par de iglesias más, fuentes de agua encantadas y una esquina
embrujada, pero Javier no es de olvidar fácilmente. Al final del Tour,
decidimos ir al Mercado de San Miguel a tomarnos unas cervezas, el no desaprovecha
el momento para volver con el tema.
-Todo lo
que podríamos hacer, si lo encontráramos… dice con ojos codiciosos.
-Encontrarle
¿A quién? Pregunto un tanto aburrido.
-Dale,
no me tomes el pelo, ¿estamos?
-Ya te
lo dije, ni pensarlo.
-Serían
sólo unas horas… eso, de bajar a buscarlo…
-¡Claro!
Y vos piensas que los curas nos abrirán la puerta y dirán, pasen, pasen,
señores directo al sótano ¡Qué va! Lo miro, escupiendo en mi mano, el carozo de
una aceituna.
-Te
olvidas… de que es una iglesia, juntando sus manos como suplicando, yo soy muy creyente, ¿sabes?
Durante los
próximos días no tengo un minuto más de reposo, Javier no se queda callado,
volviendo una y otra vez sobre el tema. Quizás olvidé mencionar que él y yo
compartimos una pieza en el barrio de Lavapiés. Dormimos en una cucheta de dos
pisos, así que es inevitable no escucharlo.
Una noche,
mientras él se acaba de quedar dormido hablando de lo mismo, comienzo a pensar
si en verdad es tan mala la idea. Como ya no puedo conciliar el sueño, me levanto
y ya en la madrugada me encuentro buscando febrilmente en Internet información
sobre la red de túneles que conectan el casco viejo de Madrid. ¡Increíble! Pero
parece, aún quedan varios de ellos: pasajes ocultos, entre farmacias, conventos
y colegios, incluso algunos llegan al Palacio Real.
Es más,
encuentro un artículo, fechado no hace muchos años que asegura, que un día dos
niños se metieron por un agujero en el suelo, jugando allá en los Jardines Reales,
estuvieron perdidos el día entero, apareciendo recién por la noche, en el
sótano de una casa en la Calle de los Cuchilleros. Debido a eso, tiempo después
el ayuntamiento ordenó verificar, no quedara hueco alguno en los Jardines Reales y los
que se encontraron, ahí mismo fueron sellados.
Pero, ¿qué
pasaría si de verdad lo encontráramos? Comienzo a pensar hipotéticamente.
Naturalmente podríamos tomarlo, sin que nadie lo supiera, ¿acaso no fueron los
mismos curas que dijeron que el cocodrilo sido robado?
Javier al
final de la semana, ya anda con otros planes, la chica ésa del Tour le ha dado
bola y él se está enamorando de nuevo, olvidando su idea de cazador de tesoros
amateur por completo.
Pero no tengo
más que contarle los progresos de lo investigado y el interés por encontrar al
cocodrilo le vuelve en el acto. Comenzamos a estudiar los horarios en los que
la iglesia está abierta al público. Por motivos que no importan, lo está sólo
para la misa de los domingos, de diez a doce de la mañana y bodas y bautismos
programados.
Yo consigo
un libro de planos originales de edificios antiguos en la biblioteca de la
Facultad y entre éstos, para mi asombro, están también los de la iglesia. Le
sacamos fotocopia.
Dos
domingos más tarde, a las diez de la mañana, mientras las campanas llaman a
misa, estamos ingresando a ella cargados de nuestras mochilas. La verdad,
hallar una puerta que nos conduzca al sótano, es más fácil de lo
imaginado. Nadie parece reparar en nosotros, pues la iglesia éste día no dá más
abasto. La diminuta entrada de madera al final de una escalinata de piedra, está
asegurada con un gran candado oxidado. Ningún reto para Javier, un clic aquí y
otro allá, luego me muestra airoso el fruto de su trabajo. Pero la puerta ha debido
estar demasiado tiempo cerrada, pues a pesar de que la empujamos entre los dos,
no se mueve, parece haberse soldado a sus postigos. Estamos así varios minutos
más tratando, cuando se nos dá y la abrimos.
El sótano
oscuro, parece estar labrado en la roca, o al menos eso me parece al alumbrarlo
con mi linterna. Comienzo el descenso, contradiciendo a Javier que insiste en
ser el primero. Bajo despacio y enseguida se releva una superficie de tierra
arenosa, la palpo, está un tanto húmeda.
Revisamos
el mapa y parece ser que éste es el último recinto que figura. No está vacío,
comenzamos a hurgar entre sillas desvencijadas, un colchón, viejos baúles
conteniendo cosas inútiles, nada parecido en lo más mínimo a nuestro cocodrilo.
Decidimos,
entonces, buscar en las paredes, estamos así un largo rato y nos parece
encontrarlo, detrás de una heladera antigua, está camuflada una entrada o
salida, como se quiera llamarlo. Se trata de un túnel, la luz de
nuestras linternas apenas alumbran el recorrido, que a momentos se hace tan estrecho que sólo podemos pasar poniéndonos de costado. Llevamos avanzando un buen rato, cuando me detengo y
miro el reloj, hace más o menos quince minutos que habíamos bajado. Hasta aquí,
no hay rastros de ninguna cosa interesante, ni siquiera sabemos si el túnel en
el que estamos nos conducirá a alguna parte.
-Javier,
me parece que debemos volver, le digo.
-¡Ni
pensarlo! Ya estamos acá…
-Pasó cuarto
de hora…
-¡Dale
Felipe! Sólo un
rato más.
-Donde
quiera que estemos, no estamos más debajo de la iglesia… ¿Lo entiendes? Tenemos
que regresar y buscar por otro lado.
-¡No
pienso volver! Ésa era la única entrada. Dice el testarudo.
-Debemos
volver y revisar bien las paredes del túnel al comienzo, quizás exista algo…
-¡Si,
claro! Tú, el dueño de la razón ¡Déjame Javier, bajo yo primero! ¡No, Javier!
Esto no, sino aquello. Pero ahora no ¡No volveré!
-¡Qué te
pasa, Javier! No comprendo por qué es tan terco.
-No
¡Estoy cansado, harto estoy! Anda, dale ¡Vuelve! ¡Yo lo encontraré! No sé por
qué creí… ¡Bah! Pasa al lado mío, apretujándose.
-Pero,
¿entendiste lo que dije hace un rato? Ya no estamos debajo de la iglesia, nos
estamos alejando...
-¡Déjame
en paz! Responde él.
-¡Javier!
Escucha, queremos encontrar el cocodrilo ¿Cierto? Pues estoy seguro, éste no
puede ser el camino.
Añado convencido.
El no hace
caso, se aleja tan rápido que sólo en unos instantes pierdo el halo de su linterna. Sé que no
debo seguirle, estaremos los dos perdidos, pero tampoco puedo dejarlo sólo,
después de todo, no soy de los que escapan. Además, tiene un poco de razón y
finalmente fuí yo el que decidió encarar el plan, cuando él casi lo tenía
olvidado. Los niños, lo decía el Internet, aparecieron más tarde en la Calle de
los Cuchilleros ¿Cierto? Pues nosotros también, seguro saldremos en otro lado,
y si bien no habremos encontrado al cocodrilo, al menos podremos contar la anécdota.
Maldigo a
Javier, me hace hacer cosas, que yo sólo nunca las haría, lo cual me convierte
en un perfecto estúpido… llano, voluble, influenciable.
El túnel
continúa siendo uno, aunque se tuerce, se encorva, parece terminar pero vuelve
a empezar, a momentos se estrecha más y más y amenaza con no permitirme pasar. No se
escucha nada, ahora me parecería celestial oír algo, lo que sea, incluso los chillidos de
las ratas. La luz de mi linterna comienza a titilar, me detengo, deben ser las pilas. ¡Ey
Javier! ¿Me escuchas? ¡Javier! El túnel es el único que me devuelve
respuesta. O él, Javier no me oye, o simplemente prefiere no contestarme. ¡Ey
Javier! Soy yo, ¡espérame! Allá voy ¡Espera!
Según mi reloj, bajamos hace como una hora, he recorrido el túnel lo más rápido que he podido. Comienzo a
pensar que él debe haber encontrado otra salida en algún lugar de la pared, que seguramente a mí pasó inadvertida. Conforme voy avanzando el piso va
haciéndose lodoso y el aire intensamente pesado, húmedo. Decido hacer una
pausa, necesito reflexionar, a estas alturas no sé si es mejor
seguir o retornar. Tengo sed ¡Qué tonto soy por Dios!
Descender hasta aquí siguiendo los dichos de un guía que nos estaba contando
una leyenda ¡Una leyenda! ¡Soy un verdadero…!
Unos ecos
de lo que parecen ser gritos apagados, resuenan en algún lugar ¡Javier! ¡Ey,
Javier! ¿Me escuchas? ¡Soy yo!, respondo en seguida, retomando el estrecho camino que metros más adelante se va ensanchando, llegando a una especie de cueva amplia de paredes altas y piso terriblemente resbaladizo. ¡Allá
voy Javier! A una decena de metros me tropiezo primero con una botella de
agua, más allá un zapato y luego una linterna que ya no alumbra. Avanzo un poco más tanteando el piso y percibo que a metros de mí algo se mueve, alumbro en ésa dirección mientras me acerco: es
Javier, que yace tendido boca arriba, tiene los ojos abiertos a más no poder, jadeando dificultosamente.
-¡Javier!
Estarás bien, ¿me oyes? No te preocupes ¡Saldremos de aquí! Lo palpo, tiene las ropas completamente mojadas y tirita de frío. Me quito el chaleco e intento
cubrirlo.
-¡Lo
encontré! ¡Lo encontramos! Dice en un susurro.
-¿Qué
dices Javier?
Tranquilo…
-¡Lo
hicimos Felipe! El
cocodrilo…
-¿El
cocodrilo?… pregunto, mientras intento calmarlo.
-¡Lo ví!
¡Yo lo ví! Dice él
convencido.
-Pero
¡Qué! Estás…
-¡No me
lo vas a creer! Se fue por allá...
Acompaño su
gesto y un muñón deforme, en lugar de lo que antes había sido su brazo derecho, del cual cuelgan aún piel y tejidos desgarrados, me señala un lugar en
la oscuridad, desde donde proviene un murmullo de agua, goteando en
alguna parte de éste mundo subterráneo.