Volver es imposible
Volví voluntariamente a visitar Bolivia hace pocos días. Me fuí hace más de quince años. En aquel
entonces, más que irme, mi propio país me expulsó.
Me fuí huyendo de la infinita espera, del andar rogando título en brazo,
del buscar a diario un anuncio imaginario de trabajo.
Me fuí, como muchos otros, pero ¡cómo hubiera preferido quedarme!
Tenía miedo, al irme. Tenía rabia, todavía tengo.
En la distancia maldije el haber tenido que marcharme. Lloré largamente la
imposibilidad de volver, lloré aún más por tener que resistir. Soportar primero
y acostumbrarme luego: ser extranjero de por vida. El estar ahí, pero ser de
acá. Y al final no saber de dónde.
Cuando uno se vá, se vá del todo. Fotos familiares, lecciones de sus maestros, renacuajos en charcos de
agua de lluvia, carcajadas de amigos en bicicleta..., tiempos ufanos de
adolescencia.
Cuando uno se vá, se vá del todo. Volver es imposible.
Puede que físicamente uno vuelva, pero las condiciones habrán cambiado. Nada
estará tal cual se dejó, ni uno mismo será el que se fué.
Se podrá volver sólo en teoría, que no por serlo es indolente.