Intenciones
Era invierno cuando mi hermana y yo estuvimos en Madrid. A
pesar de que vestíamos nuestros abrigos más gruesos, aún podíamos sentir el
intenso frío de ésa mañana. Paseábamos por lo jardines del Palacio del
Rey, cerca de la puerta principal, caminaba lentamente de un lado al otro, una anciana
vestida con ropas raídas, casi transparentes, iba descalza, a pesar de las
mínimas temperaturas; la gente, que era escasa, no era precisamente abundante
en solidaridad. Mi hermana y yo decidimos antes que darle algunas monedas, caminar
unas siete o diez cuadras de ida y vuelta, hasta la próxima tienda de zapatos, elegimos
unos muy mullidos, que tenían por dentro una especie de forro de corderito. Muy
contentas fuímos a entregárselos, ella nos recibió bien agradecida, nosotras
insistimos en que se los probase y ella hasta nos complació. Entonces la dejamos
muy satisfechas, creyendo que con sólo ése acto, nosotras éramos mejores
personas y ya el mundo era un lugar mejor. Dimos un par de vueltas más por los
jardines y cuando ya nos íbamos, nos cruzamos de nuevo con aquella señora, que
no nos reconoció, nos volvió a pedir unas monedas y aún continuaba descalza.