Miércoles de Bandoneón
Disculpen, dijo el bandoneonista mirando desde el escenario a las
mesas desiertas que la media luz intentaba esconder, para que no fuera tan
evidente que éramos sólo unos pocos, los que habíamos asistido al concierto ayer
por la noche. Nuestros instrumentos recién están empezando a conocerse,
continuó, señalando al guitarrista que sonreía con la cabeza levantada en
dirección al techo. El bandoneonista era joven y delgado, no era alto y lucía
una oscura melena ondulada. Su mejilla izquierda lucía abultada, algo que logré
comprenderlo después, era que estaba pijchando (masticando) coca. Somos un
dúo joven, añadió el guitarrista, de sólo un par de meses de edad y
se rió con una carcajada larga dirigiéndo la cabeza aún más hacia el techo, achinando
bien los pliegues finos de sus ojos, no hechos para mirar.
Comenzó el concierto. El bandoneón se deslizaba serpenteando ágilmente, iba
y venía, parecía estar juntando pedazos desde todos los rincones posibles y de
todos éstos un cuerpo sonoro tomaba conciencia en notas agudas y graves,
descubríase a si mismo, notaba que estaba dotado de alas y comenzaba a volar libre
por encima de la sala, dándose cuenta recién de su flamante existencia, se
sacudía intensamente, efímero y en ése preciso instante dejaba de ser. La
guitarra mantenía un diálogo fluído, sus cuerdas podían ser más conversadoras
que las de un piano, pero menos elocuentes que otro bandoneón.
Entre un tema y otro, uno de los músicos hacía una pequeña reseña o
contaba una anécdota sobre la canción que íbamos a escuchar. Antes del tango La
Casita de mis Viejos, el guitarrista contó: Bueno, dicen que Cadícamo no
solía otorgar entrevistas. Una vez, un joven periodista que trabajaba para la
televisión, que además era gran admirador suyo, lo convenció. La condición que
puso Cadícamo fué que el mismo se haría cargo de todo, incluyendo el libreto
con el cual se grabaría la entrevista, a lo que por supuesto el periodista
accedió. Él, Cadícamo, dijo, yo voy a estar sentado tocando el piano, la cámara
me filmará por el espalda y ahí es dónde usted entra, se me acerca y dice: ¡Qué lindo Maestro! ¿Qué es éso que está tocando?; ¡¿Estamos?! El periodista no se iba a oponer. Entonces cuando ya estaban filmando la entrevista,
pasó exactamente lo que Cadícamo había dicho, éste se encontraba al piano,
tocando justamente el tango que vamos a tocar ahora. El muchacho se acercó, la
cámara estaba filmando y dijo: ¡Qué lindo Maestro! ¿Qué es éso que está
tocando? A lo que Cadícamo contestó, dándose la vuelta: Pero, qué poca cultura
musical muchacho, ¡Cómo no va a saber que se trata de La Casita de mis
Viejos!
Y el concierto continuó. Una de las canciones más hermosas que se
tocaron, se llamaba: ¿Cadé la Majeca? O al
menos, éso fué lo que yo entendí, anotándolo en la penumbra, con una letra casi
ilegible en una hoja de papel que tenía a la mano. Lo cierto es que hoy, en el
momento que escribo, por más intentos que hice de encontrarlo en la red, no hubo
caso. Lo más aproximado es que pudiera tratarse de una Bossa Nova y que el
título pudiera llegar a ser: Eú cai la Marreca, pero de todas maneras la
canción sigue sin aparecer. De nuevo el guitarrista hizo la introducción: Bien,
al tipo que compuso éste tema (ahí mencionó el nombre, pero se vé que lo
anoté mal), lo habían invitado a comer una Majeca, que es un ave, más o
menos parecida a un pato o pollo, algo por el estilo. Por una razón u otra, el
plato que le habían prometido no llegó nunca. Entonces él inspirado por ello,
compuso éste hermoso tema, preguntando: ¿Cadé la Majeca? o cómo más bien sería:
¿Dónde está la Majeca? El bandoneonista añadió, entre risas, parece que
tenía hambre.
Sí, anoche en el concierto éramos pocos, pero a
mí pareció que de alguna manera estábamos todos.