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viernes, 11 de octubre de 2019


Miércoles de Bandoneón

Disculpen, dijo el bandoneonista mirando desde el escenario a las mesas desiertas que la media luz intentaba esconder, para que no fuera tan evidente que éramos sólo unos pocos, los que habíamos asistido al concierto ayer por la noche. Nuestros instrumentos recién están empezando a conocerse, continuó, señalando al guitarrista que sonreía con la cabeza levantada en dirección al techo. El bandoneonista era joven y delgado, no era alto y lucía una oscura melena ondulada. Su mejilla izquierda lucía abultada, algo que logré comprenderlo después, era que estaba pijchando (masticando) coca. Somos un dúo joven, añadió el guitarrista, de sólo un par de meses de edad y se rió con una carcajada larga dirigiéndo la cabeza aún más hacia el techo, achinando bien los pliegues finos de sus ojos, no hechos para mirar.
Comenzó el concierto. El bandoneón se deslizaba serpenteando ágilmente, iba y venía, parecía estar juntando pedazos desde todos los rincones posibles y de todos éstos un cuerpo sonoro tomaba conciencia en notas agudas y graves, descubríase a si mismo, notaba que estaba dotado de alas y comenzaba a volar libre por encima de la sala, dándose cuenta recién de su flamante existencia, se sacudía intensamente, efímero y en ése preciso instante dejaba de ser. La guitarra mantenía un diálogo fluído, sus cuerdas podían ser más conversadoras que las de un piano, pero menos elocuentes que otro bandoneón.
Entre un tema y otro, uno de los músicos hacía una pequeña reseña o contaba una anécdota sobre la canción que íbamos a escuchar. Antes del tango La Casita de mis Viejos, el guitarrista contó: Bueno, dicen que Cadícamo no solía otorgar entrevistas. Una vez, un joven periodista que trabajaba para la televisión, que además era gran admirador suyo, lo convenció. La condición que puso Cadícamo fué que el mismo se haría cargo de todo, incluyendo el libreto con el cual se grabaría la entrevista, a lo que por supuesto el periodista accedió. Él, Cadícamo, dijo, yo voy a estar sentado tocando el piano, la cámara me filmará por el espalda y ahí es dónde usted entra, se me acerca y dice: ¡Qué lindo Maestro! ¿Qué es éso que está tocando?; ¡¿Estamos?! El periodista no se iba a oponer. Entonces cuando ya estaban filmando la entrevista, pasó exactamente lo que Cadícamo había dicho, éste se encontraba al piano, tocando justamente el tango que vamos a tocar ahora. El muchacho se acercó, la cámara estaba filmando y dijo: ¡Qué lindo Maestro! ¿Qué es éso que está tocando? A lo que Cadícamo contestó, dándose la vuelta: Pero, qué poca cultura musical muchacho, ¡Cómo no va a saber que se trata de La Casita de mis Viejos!
Y el concierto continuó. Una de las canciones más hermosas que se tocaron, se llamaba: ¿Cadé la Majeca? O al menos, éso fué lo que yo entendí, anotándolo en la penumbra, con una letra casi ilegible en una hoja de papel que tenía a la mano. Lo cierto es que hoy, en el momento que escribo, por más intentos que hice de encontrarlo en la red, no hubo caso. Lo más aproximado es que pudiera tratarse de una Bossa Nova y que el título pudiera llegar a ser: Eú cai la Marreca, pero de todas maneras la canción sigue sin aparecer. De nuevo el guitarrista hizo la introducción: Bien, al tipo que compuso éste tema (ahí mencionó el nombre, pero se vé que lo anoté mal), lo habían invitado a comer una Majeca, que es un ave, más o menos parecida a un pato o pollo, algo por el estilo. Por una razón u otra, el plato que le habían prometido no llegó nunca. Entonces él inspirado por ello, compuso éste hermoso tema, preguntando: ¿Cadé la Majeca? o cómo más bien sería: ¿Dónde está la Majeca? El bandoneonista añadió, entre risas, parece que tenía hambre.

Sí, anoche en el concierto éramos pocos, pero a mí pareció que de alguna manera estábamos todos.