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viernes, 28 de septiembre de 2018


Ibiza

Aeropuerto, un martes de septiembre cerca de las veintitrés horas:

Acabo de asegurar mi maleta en el guardaequipajes. Aunque he llegado apenas hace media hora, ya he pasado por el Toilette, me he puesto ése vestido, aquel que es todo de lentejuelas, perfecto para un peinado alto, zapatos y una cartera de fiesta. Ya lista, me dirijo a uno de tantos bares, llenos de viajeros que beben de a poco el último trago, intentando parar el tiempo, y no tener que volver a tomar el avión de regreso.

Me acerco a la barra y ordeno una copa de Sa Vall. El Barman, si al principio me miraba receloso, cuando le pregunto si también puedo llevarme la copa, me sonríe y dice: “¿la previa, eh?”. Previa o no, el vino como otras cosas que nos hacen felices, pero muy particulamente el vino, se deben disfrutar con calma.

Salgo a la noche de la isla y no parece que haya llegado el otoño, no, esta noche se siente que es pleno verano. En la parada de taxis, los demás pasajeros me observan y entre risas, murmuran entre ellos. A pesar de que a uno le cuentan que en Ibiza todo está permitido, una chica vestida para la noche con una copa de vino blanco en la mano, esperando en la fila de los taxis, parece ser demasiado. Pero, en éstos momentos, padezco el “Sindrome del Turista”, que según mi definición sería: “aquel individuo, que estando de vacaciones se comporta y hace cosas que normalmente no haría en su vida cotidiana”.

El taxista, al escuchar el nombre de mi destino, enseguida lo comprende todo y me pregunta cual sería el camino que preferiría para ir a San Rafael. Yo le digo, el que mejor a él le parezca y en menos de veinte minutos ya estamos llegando a la puerta.

El mismo martes de septiembre, cerca de las seis de la mañana:

Me encanta tomar largos desayunos de café con leche, en la cocina, frente a la computadora y con los audífonos andando a pleno. Sobre todo me gusta la página de “be-at.tv” que suele subir unos videos de festivales de música electrónica que me matan. Hoy, particularmente es una fecha especial, está anunciado para ésta noche: la fiesta de cierre del verano 2018 en la discoteca más grande del mundo, en Ibiza. ¡Uyyy está Carl Cox en el Line up! ¡Cómo me gustaría ir! Pero hay que trabajar, hay obligaciones que cumplir. Aunque, uno de los filósofos más jóvenes alemanes contemporáneos dijo, hace poco: “El trabajo en relación de dependencia, es la nueva esclavitud de nuestros tiempos..., el que trabaja, jamás será libre”.

Además, aún si consiguiera tener libre el día de mañana, seguro que ya no quedarán entradas... ¿Cómo? ¿Todavía hay un par en E-bay? Pero no creo que a éstas alturas se pueda conseguir un boleto de avión... ¿Qué, aún quedan plazas Frankfurt-Ibiza? Bueno, como todo en la vida, hay que saber interpretar los mensajes, “el que no arriesga, no gana”; así que preparo rápidamente mi maleta y parto con ella en mano rumbo al trabajo. A media mañana, le estoy hablando a mi jefe: ¿Quiere tomarse repentinamente libre el día de mañana?, dice él extrañadísimo, ¿Qué grado de motivo personal sería: leve, moderado o severo?, añade. Leve..., jefe, sería personal leve..., le digo. Estamos muy apretados, lo siento, pero no se puede..., responde, echando un vistazo a la hoja de planificación en su computadora. Entiendo jefe, y disculpe..., me despido, y cuando estoy a punto de retirarme, añade pensativo: Aunque..., habría que cubrir la guardia externa éste fin de semana..., sábado y domingo de 8 a 20...

Martes de septiembre, cerca de la medianoche:

Ponerse en la fila de la entrada al Club, disfrutar mientras se espera, la última gota del Sa Vall, mostrar la entrada electrónica, recibir un brazalete en la muñeca izquierda y listo: ¡Bienvenida, adelante! ¡Enjoy it!

Son casi las tres de la madrugada cuando toca the King Cox, la pista principal está repletísima y sus más fieles seguidores estamos bien adelante, si bien se trata de una discoteca y no un festival al aire libre, la música electrónica, tiene donde quiera sus propios códigos, y hoy, la vieja escuela Techno-House: ¡Oh yes, oh yes! ¡Oh yes, oh yes! ¡Carl Cox, oh Carl Cox! Hasta que la garganta se quede ronca y los pies ya casi no te obedezcan.

Dicen que Ibiza tiene playas de arena blanquísima, que el agua es insuperable, esto y lo otro..., ¿en serio?, pues yo no lo sé, yo sólo puedo asegurar, que ésta noche es el perfecto lugar para ir de fiesta.

Con la salida del sol, volver al aeropuerto. Tomar un café con leche doble antes de subirse a aquel avión, (dormir durante todo el vuelo) y pasadas las diez de la mañana, no sólo aterrizar en Frankfurt, sino también en la realidad... Por un día libre, haber perdido todo el próximo fin de semana. Pero, ¡a quién le importa! Todavía le quedan al año muchos más fines de semana, y a la vida muchos años. Y si éso no bastara: ¡Quién me quita lo bailado! ¡Ja!

miércoles, 26 de septiembre de 2018


El viejo truco

Parte 3

La sala de Hemato-Oncología por cuestiones de organización se divide en dos, una parte azul y otra amarilla, con igual cantidad de pacientes por lado. Marina está a cargo de la parte azul y yo de la amarilla. Ella y yo, apenas mantenemos diálogo, terminamos convencidas de que somos muy diferentes y para no empeorar más nuestro clima laboral, nos decimos sólo lo estrictamente necesario, procurando para ello el tono más amable. Con el tiempo he llegado a aceptar, que no hay nada de malo en hacer las cosas a un ritmo propio, aunque signifique quedarse hasta muy altas horas de la noche y ser la primera en llegar por la mañana; y ella, ha pedido disculpas por haberme gritado aquella vez, en medio del pasillo “... parece que tuvieras metida una hormiga en el trasero”.

Son ya las nueve de la mañana, luego de haber firmado, rellenado, telefoneado (y rogado por teléfono), autorizado, etc., me dispongo a realizar la única actividad que hace que todavía me mantenga cuerda y que todos esos años de estudio valgan la pena: la visita médica, el contacto directo con los pacientes...

Después, ya casi cerca de las once, con ánimo de revisar los laboratorios que seguramente deberán estar listos en la computadora, me dirijo a la sala de médicos. Abro la puerta y en medio de papeles desparramados por toda la habitación, yace Marina, su cuerpo se sacude de tanto en tanto, ocultando la cara en los brazos cruzados sobre el escritorio: “Marina, ¿Qué tienes? ¿Necesitas ayuda?” le digo, “No, déjame… sólo quiero estar sola...” me responde, sin levantar la cabeza.

Salgo y aseguro bien la puerta. “Todo el mundo tiene derecho a tener un mal día”, aunque presiento, Marina ha tenido meses y años malos.

De regreso en la sala de enfermería, un bombardeo de peticiones hace que se me olvide por completo el asunto y ponga todo mi empeño en solucionar ésas pequeñeces que juntas hacen más y son capaces de quitarle toda la energía a cualquier ser humano.

A medio día pasa por la sala el Dr. Übben, jefe médico y al ver que voy llevando el “set de punción pleural” bajo un brazo y del otro lado empujo, apenas, el aparato de ecografía, me pregunta “¿necesitas ayuda?”, ya iba a contestar que “si, y que tengo además un par de preguntas…” pero enseguida le suena el teléfono y se aleja rápido a tiempo que dice “lo siento, volveré más tarde..., me llaman de urgencias”.

Al final de la tarde no puedo más del cansancio, me caigo de hambre y sueño; no sirve de nada el espagueti frío que la encargada de repartir la comida, ha guardado para mí; y ni siquiera después de tomar casi sin respirar un litro entero de agua sin gas, consigo renacer a la vida; pero es menester continuar, preparar las epicrisis de las altas del día siguiente.

Son casi las veinte horas cuando salgo del hospital; si había pensado en ir al cine o darle una vuelta al parquecito, lo postergo para mañana o mejor pasado mañana, si no tengo guardia, ya veré. Mis piernas encuentran lentamente el camino a casa, siento cómo todo me pesa, hasta la cartera..., los hombros me duelen tanto, como si hubiera estado todo el día, boxeando.

Martes, 11 de Septiembre de 2018

Cerca de las ocho de la mañana, estoy subiendo las escaleras para dirigirme a la sala de médicos, cuando recibo un llamado, es la jefa de enfermeras:

-         Buen día Dra., era para avisarle que la familia del paciente de la habitación 105 quiere hablar con un médico...

-          Pero 105 corresponde al sector azul...

-          Lo sé..., es que como sabrá la Dra. Marina no puede venir...

-          ¿Cómo que no puede?

-          ¿Es que todavía no se enteró?

-          No, ¿enterarme de qué...?

-          Pues que la Dra. Marina ingresó anoche...., de Paciente... en Terapia Intensiva...

sábado, 22 de septiembre de 2018


El viejo truco
Parte 2

Al terminar de ponerme el uniforme, me dirijo a la sala de médicos, me siento frente a la computadora y tecleo mi clave y contraseña, hago un clic en la lista de la “estación de Hemato-Oncología” y le echo un vistazo a los nombres nuevos que aparecen en ella: “Blaze, Müller, Bruder, Ehinger, etc.”, en total son ocho los pacientes que se han internado durante la noche, más los que estaban el día anterior: treinta camas ocupadas, y otras diez que esperan ser llenadas con las internaciones programadas para hoy. Imprimo la lista, resaltando cuidadosamente con un marcador fluorescente los nombres de los pacientes nuevos. Luego me armo de valor, tomo el teléfono y marco el número de secretaría, me atiende la amable voz de Frau Schneider. “Buen día doctora, ¿en qué puedo serle útil?”. Respondo al saludo y sin pretextos, como ya lo he hecho tantas veces, pues tengo bastante práctica en el asunto, le lanzo sin más ni más la pregunta “!Oh, si!, ya iba a comunicarlo, contesta,… me llamó hace un momento… se reportó enferma...”. Yo me quedo en silencio al otro lado, maldiciendo a mi intuición, en el fondo esperaba haberme equivocado y ella continúa “pobrecita… una especie de virus gastrointestinal”, ni siquiera tengo ganas de preguntarle por cuántos días había pedido Sophie la baja médica, la respuesta ya me la sé de memoria: “se tomará toda la semana”, doy las gracias y antes de colgar le escucho decir y me suena sincera “Que tenga un buen día doctora”.

Apenas pongo un pie en la Sala de Internación, se me acercan de un lado la jefa de enfermeras con el libro de medicamentos controlados “necesito urgente su firma”, la encargada de admisión “el señor Kaufmann, de internaciones programadas ha solicitado una cama para un paciente privado”, la visitadora social “nos han rechazado la derivación de la señora Schmidt al hospicio”, el laboratorista, alcanzándome un formulario de varias hojas “hay que rellenarlo a la brevedad, sin él no se podrán autorizar los análisis especiales que pidió para el señor Ribakov”. Todos ellos me miran anhelantes y parecen querer que lo solucione todo en el acto, como si pensaran que yo también pudiera escaparme a algún lado.

En una sala de internación donde normalmente deberían trabajar como mínimo cuatro médicos, hace tres semanas quedamos sólo dos. Pues además de mí, está también Marina. “Está” es la expresión correcta, pues ella existe y ocupa un lugar. Sería muy difícil imaginarse la sala sin Marina, que trabaja aquí hace más de nueve años.

En el pasillo de nuestra estación, como en otras del hospital, haciendo caso al reglamento interno, cuelgan las fotografías debidamente identificadas de todos los empleados, ahí se la puede ver, a Marina, de flamante médica; sonriente con un mechón de pelo rubísimo, casi blanquecino, cayéndole por la frente, despidiendo una luz intensa desde sus ojos azules. Ahora, es difícil de creer que se trate de la misma persona, no sólo por la risa, porque desde que la conozco no la he visto reírse jamás, sino también por su cuerpo, una pesada masa de pocos músculos y demasiada grasa, la cual se ha acomodado lo mejor que ha podido en la parte trasera de su cuello y sobre todo alrededor del busto. Vista de perfil, parece que al mínimo descuido Marina podría caerse de cara contra el piso. Cualquier mueca de alegría ha sido borrada por completo de su rostro, como si nunca hubiese existido. Se la ve moverse apaciblemente por los pasillos del hospital, como si sobraran las horas del día o fuera una enferma más, disfrazada con un guardapolvo percudido, como un toldo que resiste tercamente al sol tarde a tarde, en una tienda de las afueras de la ciudad, de ésas que hace mucho tiempo han dejado de tener clientes.
Continuará...


lunes, 10 de septiembre de 2018


El viejo truco

Parte 1 

Llevo un par de años acá, como médico residente del hospital y he logrado identificar, sin que nadie me lo haya dicho o haya llegado siquiera a insinuar, porque no sería de buena educación hablar de ello, y todo el mundo sabe que los médicos son seres muy educados, lo que yo llamo: “el viejo truco”. (Y que conste que ni siquiera yo lo he comentado hasta ahora con otra persona, recién lo hago ahora, aquí, a solas y por escrito).
Todo aquel que tiene planificada su vacación o vuelve de ella tiene elevadas posibilidades de caer desgraciadamente enfermo, con un lapso que es variable, algunos padecerán una enfermedad leve “resfrío, dolor abdominal sin causa aparente, diarrea” otros, los más desgraciados y que los hay, sufrirán “bronquitis aguda, infección urinaria complicada, fiebre de origen desconocido”. Por lo cual el lapso más o menos estimable de que lleguen a faltar al trabajo suele oscilar entre tres y siete días hábiles, aunque ha habido casos graves que han requerido semanas. Todo ello sucederá con increíble cálculo, (o no...) de tal modo que quien sale de vacaciones se reportará enfermo más o menos una semana antes y el que vuelve, lo hará inmediatamente después.
Aquí, se debe considerar el hecho de que estamos hablando de una población joven, que ha aprobado todos los rigurosos exámenes pre-ocupacionales que exige el Ministerio de Salud y cuya edad oscila entre veinticinco y treinta y cinco años ¿Qué será lo que les pasa? A veces me pregunto... ¿Será lo mismo que todas las mañanas me hace querer subirme a la S-Bahn rumbo a la estación principal?

Que no se piense que el problema es general, no, también están aquellos que jamás habrán de faltar a sus obligaciones, que se presentan a trabajar aunque apenas puedan abrir los ojos durante un minuto completo, tenga la voz como un hilo o estén volando de fiebre. 

Lunes, 10 de septiembre de 2018

Sophie tiene que volver hoy de vacaciones, han sido tres semanas de libertad y paz para ella, de muchísimas horas extras para los que quedamos acá. “Suerte con todo hermosa, a la vuelta te cuento cómo estuvo Sud Africa” se despidió.

“Debe haber vuelto” me digo, pero cuando entro al vestuario general donde los residentes nos mudamos de ropa; sus zapatitos, pequeños y blancos, como dos conejitos que acaban de nacer, yacen todavía ahí inmóviles, perfectamente alineados, al lado de otros de diversas formas y colores que los colegas han ido dejando al ponerse el uniforme. Son las ocho pasadas y el controlador automático de huellas dactilares no tolera ni un segundo de impuntualidad. “¿Lo ves?” pienso con fastidio, “el viejo truco”.
Continuará...