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miércoles, 26 de septiembre de 2018


El viejo truco

Parte 3

La sala de Hemato-Oncología por cuestiones de organización se divide en dos, una parte azul y otra amarilla, con igual cantidad de pacientes por lado. Marina está a cargo de la parte azul y yo de la amarilla. Ella y yo, apenas mantenemos diálogo, terminamos convencidas de que somos muy diferentes y para no empeorar más nuestro clima laboral, nos decimos sólo lo estrictamente necesario, procurando para ello el tono más amable. Con el tiempo he llegado a aceptar, que no hay nada de malo en hacer las cosas a un ritmo propio, aunque signifique quedarse hasta muy altas horas de la noche y ser la primera en llegar por la mañana; y ella, ha pedido disculpas por haberme gritado aquella vez, en medio del pasillo “... parece que tuvieras metida una hormiga en el trasero”.

Son ya las nueve de la mañana, luego de haber firmado, rellenado, telefoneado (y rogado por teléfono), autorizado, etc., me dispongo a realizar la única actividad que hace que todavía me mantenga cuerda y que todos esos años de estudio valgan la pena: la visita médica, el contacto directo con los pacientes...

Después, ya casi cerca de las once, con ánimo de revisar los laboratorios que seguramente deberán estar listos en la computadora, me dirijo a la sala de médicos. Abro la puerta y en medio de papeles desparramados por toda la habitación, yace Marina, su cuerpo se sacude de tanto en tanto, ocultando la cara en los brazos cruzados sobre el escritorio: “Marina, ¿Qué tienes? ¿Necesitas ayuda?” le digo, “No, déjame… sólo quiero estar sola...” me responde, sin levantar la cabeza.

Salgo y aseguro bien la puerta. “Todo el mundo tiene derecho a tener un mal día”, aunque presiento, Marina ha tenido meses y años malos.

De regreso en la sala de enfermería, un bombardeo de peticiones hace que se me olvide por completo el asunto y ponga todo mi empeño en solucionar ésas pequeñeces que juntas hacen más y son capaces de quitarle toda la energía a cualquier ser humano.

A medio día pasa por la sala el Dr. Übben, jefe médico y al ver que voy llevando el “set de punción pleural” bajo un brazo y del otro lado empujo, apenas, el aparato de ecografía, me pregunta “¿necesitas ayuda?”, ya iba a contestar que “si, y que tengo además un par de preguntas…” pero enseguida le suena el teléfono y se aleja rápido a tiempo que dice “lo siento, volveré más tarde..., me llaman de urgencias”.

Al final de la tarde no puedo más del cansancio, me caigo de hambre y sueño; no sirve de nada el espagueti frío que la encargada de repartir la comida, ha guardado para mí; y ni siquiera después de tomar casi sin respirar un litro entero de agua sin gas, consigo renacer a la vida; pero es menester continuar, preparar las epicrisis de las altas del día siguiente.

Son casi las veinte horas cuando salgo del hospital; si había pensado en ir al cine o darle una vuelta al parquecito, lo postergo para mañana o mejor pasado mañana, si no tengo guardia, ya veré. Mis piernas encuentran lentamente el camino a casa, siento cómo todo me pesa, hasta la cartera..., los hombros me duelen tanto, como si hubiera estado todo el día, boxeando.

Martes, 11 de Septiembre de 2018

Cerca de las ocho de la mañana, estoy subiendo las escaleras para dirigirme a la sala de médicos, cuando recibo un llamado, es la jefa de enfermeras:

-         Buen día Dra., era para avisarle que la familia del paciente de la habitación 105 quiere hablar con un médico...

-          Pero 105 corresponde al sector azul...

-          Lo sé..., es que como sabrá la Dra. Marina no puede venir...

-          ¿Cómo que no puede?

-          ¿Es que todavía no se enteró?

-          No, ¿enterarme de qué...?

-          Pues que la Dra. Marina ingresó anoche...., de Paciente... en Terapia Intensiva...