La chica de los
hoyuelos
By Pseudomona
Lo que más
me gustaba de ella eran los hoyuelos que se formaban en su cara cada vez que
sonreía y yo de veras me esforzaba para tenerla siempre contenta. Por
naturaleza fui un poco gracioso desde la escuela, pero al conocerla y gustarme
tanto su risa no podía evitar pasarme todo el día haciendo bromas, me convertí
en una especie de payaso para poder verla siempre sonriente.
Nunca pensé
que una chica como ella pudiera fijarse en mí, darme el sí primero para salir y
después de un tiempo corto también aceptar comprometernos. Si, debo admitirlo.
Se sucedieron muy rápido tantos cambios que al cabo de unos meses ya estábamos
viviendo juntos en un hermoso departamento que mis padres nos habían prestado
en el bajo Belgrano, era un precioso lugar que hasta tenía una pileta en la
terraza donde a ella le gustaba pasar las tardes mientras yo me iba a trabajar.
Parecía que
nuestra vida había de ser perfecta, éramos tan jóvenes y a mí me acababan de
ascender en la empresa donde apenas había comenzado hace poco, con todos los
beneficios que aquello significaba.
Nuestra
vida juntos transcurría feliz que era imposible creerlo. Pero no suele haber
sol sin tormenta y de la noche a la mañana la profunda crisis que se adueñó de
Argentina también arrasó con nosotros. Fue el 2001 que no simplemente me dejó
intempestivamente sin trabajo sino que hasta mis padres tuvieron que vender
nuestro departamento a consecuencia del default tan mentado de aquellos días. Si
bien yo tenía algunos ahorros, éstos no alcanzaban para continuar manteniendo
nuestro estilo de vida. A ella y a mí no nos quedó más remedio que mudarnos a
un escueto departamento en Villa del Parque, de pileta ni mentar, pues aquel no
tenía ni siquiera garaje, menos mal, pues también tuvimos que vender el auto y
yo estaba en la calle con los bolsillos resoplantes mientras ella me recordaba
que se iría con el mismo diablo si tuviera coche.
Fueron días
muy duros en los que trataba de ser a todas horas el hombre de la casa,
intentando conservar mi sentido del humor pero ésta vez sin éxito, ella se
alejaba cada vez más, como cubierta por una cortina deslucida. No importaba lo
mucho que podía hacer para mantenerla satisfecha, de pronto se convirtió en
sólo una sombra de la chica que hasta ése momento creí conocer.
Una noche,
después de un largo día al volver a casa encontré una nota en la mesa de la
cocina: “No aguanto más esta vida de mierda. Perdóname”.
Y sin más
palabras desfilaron días negros que agujerearon todavía más mi alma y yo no soportaba
más la ciudad que me recordaba a ella, fue como entrar en un pozo sin fondo de desesperanza
que lo único que me quedaba era también escapar, irme a otro lugar, uno que
quedara muy lejos de ella y sus hoyuelos.
Emprendí un
viaje, contacté algunos familiares allá en la vieja Italia pero debo estar
maldito pues lo que una vez se dio también se repite, es así que ahora luego de
once años volví obligado a andar por mis calles, de nuevo a encontrarme con los
recuerdos, aunque en la lejanía Buenos Aires dolía cada vez que pensaba en
ella, la primera gran decepción que marcó mi vida entera.
De nuevo a
las andanzas, noches de piratería sentado estoy con unos amigos en la barra de
un bar muy conocido en Cañitas, nos tomamos unas birras que nos hagan más valientes
para enfrentar a las chicas que apenas nos ven desfilan moviéndose coquetas. De
un momento a otro veo a una que lleva una terrible minifalda con un escote tan
marcado que hasta se le ve el corpiño, el pelo corto teñido de rubio platinado
y camina cual tigresa mientras agita en la mano una botella, sonríe, saluda y
dice ser la promotora de la bebida tal ¿Chicos, quieren probar un poco?
¡Qué suerte
que no me reconoce! Se ve que el tiempo también ha hecho estragos en mí, pero eso
no importa al verla así no puedo evitar sentir aún más tristeza. Prefiero
recordarla con esos hoyuelos en su cara antes ingenua.
¡Maldita
sea la crisis que también pasó por nuestras vidas!