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miércoles, 16 de mayo de 2012


La chica de los hoyuelos

By Pseudomona

Lo que más me gustaba de ella eran los hoyuelos que se formaban en su cara cada vez que sonreía y yo de veras me esforzaba para tenerla siempre contenta. Por naturaleza fui un poco gracioso desde la escuela, pero al conocerla y gustarme tanto su risa no podía evitar pasarme todo el día haciendo bromas, me convertí en una especie de payaso para poder verla siempre sonriente.
Nunca pensé que una chica como ella pudiera fijarse en mí, darme el sí primero para salir y después de un tiempo corto también aceptar comprometernos. Si, debo admitirlo. Se sucedieron muy rápido tantos cambios que al cabo de unos meses ya estábamos viviendo juntos en un hermoso departamento que mis padres nos habían prestado en el bajo Belgrano, era un precioso lugar que hasta tenía una pileta en la terraza donde a ella le gustaba pasar las tardes mientras yo me iba a trabajar.
Parecía que nuestra vida había de ser perfecta, éramos tan jóvenes y a mí me acababan de ascender en la empresa donde apenas había comenzado hace poco, con todos los beneficios que aquello significaba.
Nuestra vida juntos transcurría feliz que era imposible creerlo. Pero no suele haber sol sin tormenta y de la noche a la mañana la profunda crisis que se adueñó de Argentina también arrasó con nosotros. Fue el 2001 que no simplemente me dejó intempestivamente sin trabajo sino que hasta mis padres tuvieron que vender nuestro departamento a consecuencia del default tan mentado de aquellos días. Si bien yo tenía algunos ahorros, éstos no alcanzaban para continuar manteniendo nuestro estilo de vida. A ella y a mí no nos quedó más remedio que mudarnos a un escueto departamento en Villa del Parque, de pileta ni mentar, pues aquel no tenía ni siquiera garaje, menos mal, pues también tuvimos que vender el auto y yo estaba en la calle con los bolsillos resoplantes mientras ella me recordaba que se iría con el mismo diablo si tuviera coche.
Fueron días muy duros en los que trataba de ser a todas horas el hombre de la casa, intentando conservar mi sentido del humor pero ésta vez sin éxito, ella se alejaba cada vez más, como cubierta por una cortina deslucida. No importaba lo mucho que podía hacer para mantenerla satisfecha, de pronto se convirtió en sólo una sombra de la chica que hasta ése momento creí conocer.
Una noche, después de un largo día al volver a casa encontré una nota en la mesa de la cocina: “No aguanto más esta vida de mierda. Perdóname”.
Y sin más palabras desfilaron días negros que agujerearon todavía más mi alma y yo no soportaba más la ciudad que me recordaba a ella, fue como entrar en un pozo sin fondo de desesperanza que lo único que me quedaba era también escapar, irme a otro lugar, uno que quedara muy lejos de ella y sus hoyuelos.
Emprendí un viaje, contacté algunos familiares allá en la vieja Italia pero debo estar maldito pues lo que una vez se dio también se repite, es así que ahora luego de once años volví obligado a andar por mis calles, de nuevo a encontrarme con los recuerdos, aunque en la lejanía Buenos Aires dolía cada vez que pensaba en ella, la primera gran decepción que marcó mi vida entera.

De nuevo a las andanzas, noches de piratería sentado estoy con unos amigos en la barra de un bar muy conocido en Cañitas, nos tomamos unas birras que nos hagan más valientes para enfrentar a las chicas que apenas nos ven desfilan moviéndose coquetas. De un momento a otro veo a una que lleva una terrible minifalda con un escote tan marcado que hasta se le ve el corpiño, el pelo corto teñido de rubio platinado y camina cual tigresa mientras agita en la mano una botella, sonríe, saluda y dice ser la promotora de la bebida tal ¿Chicos, quieren probar un poco?

¡Qué suerte que no me reconoce! Se ve que el tiempo también ha hecho estragos en mí, pero eso no importa al verla así no puedo evitar sentir aún más tristeza. Prefiero recordarla con esos hoyuelos en su cara antes ingenua.
¡Maldita sea la crisis que también pasó por nuestras vidas!