La cabeza también pesa
By Pseudomona
Un dolor
grosero casi no le dejaba sentir su mano derecha, comenzaba a la altura de la
nuca y se extendía sin piedad por todo el plexo braquial dejándole un poco
atontados al mismo tiempo el codo y el antebrazo. Pero ni modo había que
continuar cargando su molesto bolso, aunque durante la noche tampoco podía
conciliar bien el sueño debido a la tremenda contractura que sentía en la
columna cervical.
Lo hubiera
dejado si no se tratara de un trabajo de varios años y a su edad la monotonía
no exige nada a cambio que recorrer todos los recovecos de aquel barrio porteño,
arribar a los domicilios justo a tiempo para entregar un sobre delgado a una
cara alegre que seguro sería una tarjeta de crédito o misivas regordetas de ésas
que suelen hacer algún reclamo y a veces, aunque ahora cada vez menos, también
alguna postal con recuerdos melancólicos. Hubieron sin dudas épocas mejores
pero las cosas cambian y vienen ahora con una instantaneidad tal, propia
de vivir on line, que es probable que pronto la empresa tenga que prescindir de
él.
Hoy
cuando apenas terminó de darse una ducha y comenzaba a vestirse quedó perplejo frente a un señor mayor que casi no tenía pelo, el cuello claramente
encogido hacia el lado diestro y también el hombro doliente colgando más bajo aún
que el izquierdo, que le miraba intrigado desde la otra cara del espejo.
Hay un momento
en la vida que a todos nos llega, preguntarnos si realmente esto que observamos
es lo que hubiéramos querido o es todo lo que se nos dará o quizás algo más nos
espera. Aquí todos arribamos algún día, no cabe duda que cada uno a su tiempo y
con una reacción igualmente diferente, pero nadie podrá negar que nos alcanza entonces la nostalgia de cuando uno era más esbelto, tenía
abundante cabello, se sentía fuerte con los hombros alineados y desafiantes.
Ver a un
señor mayor no era la peor cosa, sino la falta de valor para reconocerse en él
y sobretodo haber perdido todos sus sueños. Entonces el hombro derecho le
comenzó a doler aún más.