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martes, 22 de abril de 2014

A 03


El Banco de letras color naranja y azul ubicado en la Avenida Callao ése día estaba repleto, no sólo había gente haciendo cola en las ventanillas, sentada en todos los asientos disponibles, sino que también algunos clientes esperaban casi en la vereda, señal de la desesperación que invadía a los pequeños ahorristas como yo. Y seguramente no sólo aquellos sino también los otros, acostumbrados a hacerse por la fuerza de lo ajeno tendrían mucho trabajo aquel día, hecho que se había vuelto moneda corriente en nuestra cada vez más criolla Buenos Aires. Será por eso que desde ya casi un año el Banco Central ha reglamentado la prohibición del uso de teléfonos celulares y la colocación de una especie de mamparas en todas las entidades que se dedican a la transacción bancaria, con el objetivo de impedir que los asaltantes pudieran ver quien retira una cantidad considerable de dinero y así protegerlo de ser asaltado violentamente en la calle. No sé si por esto o por todo lo demás tengo un presentimiento que hace sentirme intranquila, pero como mi madre siempre dice, al mal paso darle prisa.

Me acerco decidida a la máquina expendedora de números de espera, la cual me pide de inmediato mi tarjeta y apenas he retirado el número A 03, oigo un doble sonido agudo que me hace mirar a la pantalla: Caja B: A 03 ¡Bienvenido cliente Infinity! El guardia de seguridad se me acerca al ver mi nerviosidad, seguro porque piensa que también pudiera ser una ladrona, primero verifica mi número y después se ofrece a acompañarme hasta la ventanilla. Yo siento cómo el forro de mi delgado vestido se va pegando lentamente a mis piernas mientras pesa sobre mí la mirada de fastidio del mar de gente que colma la sala.

La empleada de la ventanilla me saluda intentado mostrarse relajada, a pesar de que los pómulos de su cara rubicunda dicen todo lo contrario y aunque es un momento poco común, pienso que yo no sería buena trabajando en una caja, no podría hacer el mismo trabajo rutinario todos los días y además ni siquiera soy buena en matemáticas, no.

-          Sí, señora. ¿Que podemos hacer por Usted?
-          Yo, bueno…quiero retirar dinero…
-          Bien, le pido por favor su DNI y tarjeta de débito.
-          Sí aquí los tiene y los deslizo por debajo de la rendija que tiene la ventanilla de vidrio templado.
-          Ok ¿Cuánto quiere? Replica mientras termina de verificar mis documentos.

Yo ahora tengo miedo, no sólo de que me vean, de que “me marquen” sino también de que me escuchen. Por eso tomo de mi cartera una lapicera azul y escribo en el mismo papel del número de espera el monto que necesito retirar y se lo entrego. Ella abre enormemente los ojos y me dice:

-          ¿Ha reservado ese dinero para llevárselo ahora?
-          No…pero…
-          No puedo hacer esta transacción, no sé si lo podemos realizar hoy. Por norma del Banco, las transacciones grandes deben solicitarse con antelación. 

La sola idea de volver al día siguiente me aterra, no sólo porque con cada minuto que pasa mis ahorros van paulatinamente devaluándose, sino también porque no sé si al día siguiente seguiría teniendo las fuerzas para volver.

-          Por favor, ¿No puede hacer una excepción? Por favor, preciso retirar con urgencia ese dinero…
-          Mire, yo no puedo hacerlo. Le avisaré al gerente y el la atenderá. ¿De acuerdo?
-          De acuerdo.

Enseguida llama al guardia de seguridad que me conduce de vuelta por medio de la sala repleta de gente hacia una habitación vacía que da al otro lado de las ventanillas. Seguro que a estas alturas ya habré llamado suficientemente la atención. Mirá, me digo, si no puede ser hoy, no será. ¿Si? Las normas son las normas…curiosa idea, después de todo lo que pienso hacer hoy que precisamente está fuera de las reglas…podría sencillamente ir a la cárcel por haber violado el artículo número tantos del Banco Central que prohíbe la compra venta de moneda extranjera, simplemente sancionada por querer poseer la libertad de disponer como uno quiera de su propio dinero, fruto de un trabajo honrado.

Habrán pasado unos cinco minutos y un hombre de unos cuarenta y tantos años, vestido impecablemente con un traje gris entra rápidamente en la habitación, donde no hay nada más que una computadora, una pila de papeles y yo. Me saluda, no puede evitar tomar uno de sus relucientes gemelos y me dice tratando de mostrarse amable:

-          Señora, estoy al tanto de la situación, no hay problema, Usted podrá llevarse hoy el dinero, pero lamentablemente no tenemos billetes de a 100, sólo de 50, lo digo por razones de seguridad. No habrá venido sola, ¿verdad?
-          Sí, pero pierda cuidado con eso. Todavía estamos en Recoleta, le digo intentando hacerle una broma, algo para lo cual realmente no tengo habilidad alguna, por eso el habrá pensado que soy una completa chiflada.

Por suerte para mí en seguida otro de los empleados entra en la habitación, viene cargando dos bultos que contienen los billetes perfectamente alineados y sellados al vacío cual si fueran salchichas.

-          Le dejaré unos minutos a solas, me dice el hombre del traje gris, tómese el tiempo que quiera para verificar el dinero…
-          Yo rápidamente hago la cuenta mental de cada pedazo de papel y sólo de pensar lo que sería para mí recontarlo…no será necesario, respondo…me lo llevaré así, tal cual.
-          Mire que si después tiene algún reclamo, no lo podremos aceptar.
-          Descuide, no creo que tenga problema.
-          Ok, entonces hágame el favor de firmar aquí y aquí por favor, mientras me extiende unos documentos, lo cual hago de inmediato y ya el sudor ahora también se las ha tomado con mis manos, sólo cuando me alarga la copia del recibo me doy cuenta que en mi cartera naturalmente no iba a caber semejante cantidad de papel devaluado…y comienzo a mirar al alrededor, a tiempo que el Gerente se pasa la mano derecha por la nuca…pues en la habitación aparte de la computadora y los papeles de escritorio no hay nada más que un tarro de basura. Enseguida me acerco al tarro y le pregunto:
-          ¿Puedo?
-          El Gerente dudoso asiente…

El tarro estaba vacío, forrado con una bolsa negra de basura, en sólo unos segundos quito la bolsa negra, me saco el suéter y envuelvo el dinero para quitarle los ángulos que pudieran hacer del paquete sospechoso, lo meto entonces en la bolsa y ya estoy lista. El Gerente me acompaña de nuevo a la sala y después de despedirse deseándome buena suerte se dirige hacia el guardia de seguridad y parece indicarle algo por lo bajito, yo me imagino que le habrá dicho que no me pierda de vista, mientras estuviera en las instalaciones, no sería la primera vez que un cliente fuera asaltado en pleno edificio y en ese caso el dinero debería ser devuelto por el mismo Banco. Seguro que le habló por eso.

Mientras me dirijo a la salida me doy cuenta que ha venido aún más gente, hecho que me obliga a pedir permiso para pasar en medio de la masa impaciente. Apenas pongo un pie fuera de la puerta principal aseguro mi pequeña cartera y aprieto con fuerza la resbalosa bolsa de basura en mi mano derecha, mientras el sol de Recoleta brilla allá arriba en lo alto.

Continuará…