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jueves, 28 de noviembre de 2019


El Cocodrilo

Aquí, en ésta iglesia, dice enfático el guía, deteniéndose frente a una antigua construcción de piedra y cúpula de ladrillo desgastado, se dice que está escondido un cocodrilo y al oír nuestras risitas escépticas, continúa, pero sí, aquí mismo. Se dice, lo encontraron momificado allá abajo, ¿lo ven? apuntando hacia el final de la calle, en medio de lo que entonces era un arenal, allá más o menos a finales de 1800, después, lo adornaron, al cocodrilo, y se lo ofrecieron devotamente a la Virgen María. Se dice que incluso hasta hace unos cincuenta y tantos años, todavía se lo podía ver tendido a los pies de la Virgen...
-¿Y ahora? ¿Ya no se lo puede ver? Pregunta Javier, demostrando por primera vez interés en el recorrido, al que nos habíamos anotado porque también asistía una chica que él estaba intentando conquistar, sin mucho éxito.
-No, no está más..., está la Virgen, pero el cocodrilo ya no.
-Y, ¿dónde está? Insiste Javier.
-La teoría oficial dice que fue hurtado, aunque más bien circula bien por lo bajo otra, que a mí me gusta más.
-¿Cuál? Continúa Javier sin la intención de dejar el asunto.
-Que los curas cansados de la gente que sólo venía a verlo a él, mandaron a retirarlo. Responde el guía.
-Pero ¿No es pecado quitarle una ofrenda a la Virgen?, dice una señora, persignándose.
-Pues sí, por lo cual se dice que aún sigue adentro, añade el guía dándose aires de misterio.
-¿Aquí? ¿En la Iglesia? Se sorprende Javier.
-Si. Como le fue ofrendado a la Virgen, lo natural es creer que no ha podido abandonar el edificio y tratándose de un bien histórico y religioso, seguro estará en uno de los depósitos subterráneos. Además… el guía hace una pausa, achicando su ojo izquierdo, con lentísimos movimientos de cabeza, como no queriendo soltar una confidencia.
-¿Además? Javier, acercándose aún más.
-Bueno, dicen, el cocodrilo era uno de ésos ejemplares grandes con una enorme mandíbula, y dibuja con sus brazos una terrible bocaza, a tiempo que los ojos de Javier también se le agigantan, la gente creyente de aquella época le llenó la panza de joyas, oro y toda clase de ofrendas de valor. Pero les repito es lo que dicen, de eso no hay ninguna constancia. Bueno, si no hay más preguntas, seguiremos ahora hacia la derecha, levanta su paraguas blanco indicando que lo sigamos.
-¿Lo escuchaste? Pregunta Javier, dirigiéndome una de ésas miradas que suele hacerme antes de que nos metamos en problemas.
-Sí, lo escuché, le respondo.
-¿Y? Añade el anhelante.
-¿Cómo que y...?
-¿Qué piensas? Frotándose las manos.
-Déjate de joder, te conozco.
-Imagínate si de verdad,  y todavía se encuentra allá abajo…
-Mi-tos y le-yen-das de Ma-drid, acuérdate, estamos en el Tour de mitos y leyendas.
-Precisamente por eso, la gente no cree que sea verdad, seguro que a nadie hasta ahora se le ha ocurrido buscarlo...
-¡Pues a nosotros tampoco! Digo incrédulo.
-Felipe ¡Si lo encontráramos!
Siguen en la ruta un par de iglesias más, fuentes de agua encantadas y una esquina embrujada, pero Javier no es de olvidar fácilmente. Al final del Tour, decidimos ir al Mercado de San Miguel a tomarnos unas cervezas, el no desaprovecha el momento para volver con el tema.
-Todo lo que podríamos hacer, si lo encontráramos… dice con ojos codiciosos.
-Encontrarle ¿A quién? Pregunto un tanto aburrido.
-Dale, no me tomes el pelo, ¿estamos?
-Ya te lo dije, ni pensarlo.
-Serían sólo unas horas… eso, de bajar a buscarlo…
-¡Claro! Y vos piensas que los curas nos abrirán la puerta y dirán, pasen, pasen, señores directo al sótano ¡Qué va! Lo miro, escupiendo en mi mano, el carozo de una aceituna.
-Te olvidas… de que es una iglesia, juntando sus manos como suplicando, yo soy muy creyente, ¿sabes?
Durante los próximos días no tengo un minuto más de reposo, Javier no se queda callado, volviendo una y otra vez sobre el tema. Quizás olvidé mencionar que él y yo compartimos una pieza en el barrio de Lavapiés. Dormimos en una cucheta de dos pisos, así que es inevitable no escucharlo.
Una noche, mientras él se acaba de quedar dormido hablando de lo mismo, comienzo a pensar si en verdad es tan mala la idea. Como ya no puedo conciliar el sueño, me levanto y ya en la madrugada me encuentro buscando febrilmente en Internet información sobre la red de túneles que conectan el casco viejo de Madrid. ¡Increíble! Pero parece, aún quedan varios de ellos: pasajes ocultos, entre farmacias, conventos y colegios, incluso algunos llegan al Palacio Real.
Es más, encuentro un artículo, fechado no hace muchos años que asegura, que un día dos niños se metieron por un agujero en el suelo, jugando allá en los Jardines Reales, estuvieron perdidos el día entero, apareciendo recién por la noche, en el sótano de una casa en la Calle de los Cuchilleros. Debido a eso, tiempo después el ayuntamiento ordenó verificar, no quedara hueco alguno en los Jardines Reales y los que se encontraron, ahí mismo fueron sellados.
Pero, ¿qué pasaría si de verdad lo encontráramos? Comienzo a pensar hipotéticamente. Naturalmente podríamos tomarlo, sin que nadie lo supiera, ¿acaso no fueron los mismos curas que dijeron que el cocodrilo sido robado?
Javier al final de la semana, ya anda con otros planes, la chica ésa del Tour le ha dado bola y él se está enamorando de nuevo, olvidando su idea de cazador de tesoros amateur por completo.
Pero no tengo más que contarle los progresos de lo investigado y el interés por encontrar al cocodrilo le vuelve en el acto. Comenzamos a estudiar los horarios en los que la iglesia está abierta al público. Por motivos que no importan, lo está sólo para la misa de los domingos, de diez a doce de la mañana y bodas y bautismos programados.
Yo consigo un libro de planos originales de edificios antiguos en la biblioteca de la Facultad y entre éstos, para mi asombro, están también los de la iglesia. Le sacamos fotocopia.
Dos domingos más tarde, a las diez de la mañana, mientras las campanas llaman a misa, estamos ingresando a ella cargados de nuestras mochilas. La verdad, hallar una puerta que nos conduzca al sótano, es más fácil de lo imaginado. Nadie parece reparar en nosotros, pues la iglesia éste día no dá más abasto. La diminuta entrada de madera al final de una escalinata de piedra, está asegurada con un gran candado oxidado. Ningún reto para Javier, un clic aquí y otro allá, luego me muestra airoso el fruto de su trabajo. Pero la puerta ha debido estar demasiado tiempo cerrada, pues a pesar de que la empujamos entre los dos, no se mueve, parece haberse soldado a sus postigos. Estamos así varios minutos más tratando, cuando se nos dá y la abrimos.
El sótano oscuro, parece estar labrado en la roca, o al menos eso me parece al alumbrarlo con mi linterna. Comienzo el descenso, contradiciendo a Javier que insiste en ser el primero. Bajo despacio y enseguida se releva una superficie de tierra arenosa, la palpo, está un tanto húmeda.
Revisamos el mapa y parece ser que éste es el último recinto que figura. No está vacío, comenzamos a hurgar entre sillas desvencijadas, un colchón, viejos baúles conteniendo cosas inútiles, nada parecido en lo más mínimo a nuestro cocodrilo.
Decidimos, entonces, buscar en las paredes, estamos así un largo rato y nos parece encontrarlo, detrás de una heladera antigua, está camuflada una entrada o salida, como se quiera llamarlo. Se trata de un túnel, la luz de nuestras linternas apenas alumbran el recorrido, que a momentos se hace tan estrecho  que sólo podemos pasar poniéndonos de costado. Llevamos avanzando un buen rato, cuando me detengo y miro el reloj, hace más o menos quince minutos que habíamos bajado. Hasta aquí, no hay rastros de ninguna cosa interesante, ni siquiera sabemos si el túnel en el que estamos nos conducirá a alguna parte.
-Javier, me parece que debemos volver, le digo.
-¡Ni pensarlo! Ya estamos acá…
-Pasó cuarto de hora…
-¡Dale Felipe! Sólo un rato más.
-Donde quiera que estemos, no estamos más debajo de la iglesia… ¿Lo entiendes? Tenemos que regresar y buscar por otro lado.
-¡No pienso volver! Ésa era la única entrada. Dice el testarudo.
-Debemos volver y revisar bien las paredes del túnel al comienzo, quizás exista algo…
Si, claro! Tú, el dueño de la razón ¡Déjame Javier, bajo yo primero! ¡No, Javier! Esto no, sino aquello. Pero ahora no ¡No volveré!
-¡Qué te pasa, Javier!  No comprendo por qué es tan terco.
-No ¡Estoy cansado, harto estoy! Anda, dale ¡Vuelve! ¡Yo lo encontraré! No sé por qué creí… ¡Bah! Pasa al lado mío, apretujándose.
-Pero, ¿entendiste lo que dije hace un rato? Ya no estamos debajo de la iglesia, nos estamos alejando...
-¡Déjame en paz! Responde él.
-¡Javier! Escucha, queremos encontrar el cocodrilo ¿Cierto? Pues estoy seguro, éste no puede ser el camino. Añado convencido.
El no hace caso, se aleja tan rápido que sólo en unos instantes pierdo el halo de su linterna. Sé que no debo seguirle, estaremos los dos perdidos, pero tampoco puedo dejarlo sólo, después de todo, no soy de los que escapan. Además, tiene un poco de razón y finalmente fuí yo el que decidió encarar el plan, cuando él casi lo tenía olvidado. Los niños, lo decía el Internet, aparecieron más tarde en la Calle de los Cuchilleros ¿Cierto? Pues nosotros también, seguro saldremos en otro lado, y si bien no habremos encontrado al cocodrilo, al menos podremos contar la anécdota.
Maldigo a Javier, me hace hacer cosas, que yo sólo nunca las haría, lo cual me convierte en un perfecto estúpido… llano, voluble, influenciable.
El túnel continúa siendo uno, aunque se tuerce, se encorva, parece terminar pero vuelve a empezar, a momentos se estrecha más y más y amenaza con no permitirme pasar. No se escucha nada, ahora me parecería celestial oír algo, lo que sea, incluso los chillidos de las ratas. La luz de mi linterna comienza a titilar, me detengo, deben ser las pilas. ¡Ey Javier! ¿Me escuchas? ¡Javier! El túnel es el único que me devuelve respuesta. O él, Javier no me oye, o simplemente prefiere no contestarme. ¡Ey Javier! Soy yo, ¡espérame! Allá voy ¡Espera!
Según mi reloj, bajamos hace como una hora, he recorrido el túnel lo más rápido que he podido. Comienzo a pensar que él debe haber encontrado otra salida en algún lugar de la pared, que seguramente a mí pasó inadvertida. Conforme voy avanzando el piso va haciéndose lodoso y el aire intensamente pesado, húmedo. Decido hacer una pausa, necesito reflexionar, a estas alturas no sé si es mejor seguir o retornar. Tengo sed ¡Qué tonto soy por Dios! Descender hasta aquí siguiendo los dichos de un guía que nos estaba contando una leyenda ¡Una leyenda! ¡Soy un verdadero…!
Unos ecos de lo que parecen ser gritos apagados, resuenan en algún lugar ¡Javier! ¡Ey, Javier! ¿Me escuchas? ¡Soy yo!, respondo en seguida, retomando el estrecho camino que metros más adelante se va ensanchando, llegando a una especie de cueva amplia de paredes altas y piso terriblemente resbaladizo. ¡Allá voy Javier! A una decena de metros me tropiezo primero con una botella de agua, más allá un zapato y luego una linterna que ya no alumbra. Avanzo un poco más tanteando el piso y percibo que a metros de mí algo se mueve, alumbro en ésa dirección mientras me acerco: es Javier, que yace tendido boca arriba, tiene los ojos abiertos a más no poder, jadeando dificultosamente. 
-¡Javier! Estarás bien, ¿me oyes? No te preocupes ¡Saldremos de aquí! Lo palpo, tiene las ropas completamente mojadas y tirita de frío. Me quito el chaleco e intento cubrirlo.
-¡Lo encontré! ¡Lo encontramos! Dice en un susurro.
-¿Qué dices Javier? Tranquilo…
-¡Lo hicimos Felipe! El cocodrilo…
-¿El cocodrilo?… pregunto, mientras intento calmarlo. 
-¡Lo ví! ¡Yo lo ví! Dice él convencido.
-Pero ¡Qué! Estás…
-¡No me lo vas a creer! Se fue por allá...

Acompaño su gesto y un muñón deforme, en lugar de lo que antes había sido su brazo derecho, del cual cuelgan aún piel y tejidos desgarrados, me señala un lugar en la oscuridad, desde donde proviene un murmullo de agua, goteando en alguna parte de éste mundo subterráneo.


domingo, 17 de noviembre de 2019


Tragedia en tres tiempos

El Jardín Real aquella noche, estaba vestido de gala. Desde ahí partían las luces que iluminaban la fachada del Teatro del Príncipe, ubicada en frente. La gente, engalanada para la ocasión, la première de la Ópera Roberto Deveroux que abría la temporada, se paseaba conversando animadamente minutos antes de permitirse el ingreso.
A la entrada del Teatro, se nos ofrecía el programa de la noche y una copa de espumante. Adentro todo brillaba en tonos oro y bordó. Yo me decidí sólo por el programa y aproveché el tiempo para recorrer el interior del edificio hasta el cuarto piso, para luego volver a la planta baja.
Había reservado mi butaca en una de las primeras filas de la platea, sólo a unos metros de la orquesta. Me acomodé, programa en mano y me dispuse a leer el argumento. A los pocos minutos, un señor de regia corbata de moño interrumpió mi lectura, pidiendo permiso para pasar y ubicarse dos butacas más a la izquierda, donde, encima del asiento yacía un foulard de caballero. Al llegar lo levantó algo extrañado, después miró por debajo del asiento, como buscando algo por adelante, por atrás, sin conseguir encontrarlo.
-¡Señorita, señorita! Venga de inmediato, le ordenó a la mujer joven, que vestía un traje negro, el uniforme de los que ésa noche ayudaban en la acomodación.
-¿Sí, señor? ¿Le puedo ayudar en algo? Dijo ella, acercándose servicial.
-¡Me han robado! Respondió él.
-¡Cómo! ¡Qué es lo que dice!
-Le repito, me han robado, continuó el hombre, mirándome directamente sin intentar disimularlo.
-No, no puede ser, ¿está seguro? Dijo sorprendida la acomodadora.
-Si, completamente. Acusó aquel.
-Dígame, ¿qué es lo que le fue sustraído?
-El programa, dijo solemne, que yo dejé aquí mismo, antes de ir al baño.
-¡Cómo! Hágame el favor, respondió aliviada su interlocutora, pensé que se trataba de...
-Un robo es un robo, interrumpió aquel hombre, clavando sus ojos en el programa que yo sostenía en las manos.
-Espere, tranquilizó la mujer, no se preocupe, enseguida le traigo otro.
-No, deje..., rechazó él despectivo, iré yo mismo, pero ésta vez me llevaré el chal, por si acaso...
-Pero, ¿qué es lo que está Ud. insinuando? La voz de una señora mayor, que habiendo estado sentada dos filas atrás, se dió por aludida.
-No insinúo nada, respondió el hombre, lo afirmo: me han robado. No se puede hacer nada en estos tiempos, desde que los extranjeros han comenzado a llegar en masa. 
Yo continué allí sentada, como si no escuchara mi mirada nada.
-Pero, ¡Cómo se atreve a decir semejante cosa! Se indignó la acomodadora.
-Pues, le llegará a quien deba llegarle. Respondió el tipo.
-Mire que yo también soy extranjera, respondió aquella, y no me gusta el tono en el que Ud. está hablando.
Entretanto la señora de dos filas atrás, se había acercado imperceptible cartera en mano, amenazante. Cuando me percaté ya se había ubicado en la fila posterior, directamente detrás de aquel hombre.
-Repita, lo que acaba de decir, en mi delante. Le increpó la señora ¡No voy a permitir que se hable mal de los extranjeros! Bajo ninguna circunstancia.
-Mire abuela, vuelva a su asiento, que nadie está hablando con Ud., le respondió aquel, volviéndose enseguida, dándole la espalda.
-¡Abuela! Nadie me llama así, sin mi consentimiento. Replicó aquella indignada y de inmediato comenzó a golpearlo en la espalda con su cartera.
La acomodadora salió disparada, yo creí que a traer ayuda. Mientras que la señora, que de lejos se notaba que físicamente estaba bien entrenaba, no paraba de propinar golpes. El hombre intentó hablar, defendiéndose al mismo tiempo. Se dió vuelta en dirección a la señora, pero en ése momento comenzó a agarrarse el cuello con ambas manos y segundos después se puso todo colorado. Levantó desesperadamente los brazos para arriba, como tratando de obtener auxilio. La señora, que recién pareció percatarse que algo no andaba bien, paró de golpearlo y se hizo a un lado estupefacta.
Un doctor, necesitamos urgente un doctor!, alertó un hombre de la primera fila.
Mientras el golpeado se arqueaba para atrás, tomándose desesperadamente de la garganta, abría la boca tan grande como una boa a punto de comerse una res y segundos después terminaba desplomándose sobre los asientos.
-¡Rápido, llame a una ambulancia! Dije saltando de mi asiento, dirigiéndome al señor de la primera fila que se acercaba corriendo. Usted y Ud., dirigiéndome a otros dos señores que también habían llegado hasta allí, pero que no se animaban a tomar partido, ayúdeme a levantarlo y llevarlo al pasillo.
Pero entre los tres apenas pudimos moverlo, fue necesario que vengan un cuarto y un quinto y entre todos lo arrastramos, agarrándole de los pies, de los brazos y de donde pudimos, hasta al fin lograr depositarlo en el pasillo de la platea.
Aquel hombre aún tenía pulso, pero no respiraba y se encontraba totalmente cianótico. Todo se sucedió tan rápido, que antes de siquiera considerarlo pedí ayuda hasta lograr semisentarlo y colocándome detrás de él presioné con todas mis fuerzas y varias veces con mis puños cerrados impactando en su epigastrio. Pasaron los segundos sin ningún resultado, seguí insistiendo sin parar hasta que de pronto el hombre hizo una arcada, luego otra, escupiendo después una masa amorfa de color rosa, luego se llevó las manos al cuello tosiendo repetidas veces cual tuberculoso.
Al verlo incorporarse, la gente que se había amontonado a nuestro alrededor comenzó aliviada a vitorear entre risas e instantes más tarde todo el teatro se llenaba de bravos y aplausos.
En ése momento miré para arriba y el público de los palcos superiores aplaudía de pie enérgicamente y sin ánimo de parar, como si de pronto la première en el Teatro del Príncipe se hubiera adelantado.

sábado, 16 de noviembre de 2019


Sobre los libros de cuentos

Soy una irremediable lectora de cuentos, raramente, con pocas excepciones soporto las novelas. No se trata del ahorro en la extensión sino más bien de la maestría con la que el escritor en muy pocas hojas, logra transmitirnos con claridad un mensaje que integraremos a nuestras vidas, tal cual lo hubiéramos vivido personalmente; una serie de emociones interminable e infinita.
Mi libro de cuentos favorito es Nueve Cuentos de Salinger, lugar que ahí no más van peleando Bestiario de Cortázar, Nadie Encendía las Lámparas de Felisberto Hernández y El Exilio y el Reino de Camus. He releído cada uno de ellos varias veces y más por disfrute que por curiosidad, incluso, con dificultades, en más de un idioma. Pero no hay Lengua en la que Nueve Cuentos nos haga perder siquiera un poquito de entusiasmo; te conquista en español, te seduce en francés, te encanta en alemán y te fascina en inglés. Rotundamente.
Si bien se podría decir que todos los cuentos escritos, reunidos y publicados por un mismo autor en un libro, comparten atmósferas, moralejas, recuerdos, visiones sobre la vida, etc., cada uno de ellos es totalmente independiente del otro, despertando a la vez un tipo diferente de emoción. Así es como concibo yo a un buen libro de cuentos.  
Pero hoy en la mañana, entre un click y otro me fuí metiendo en el universo de libros de cuentos ganadores de certámenes de escritura famosos y recientes. Me gusta de vez en cuando espiar por ésa rendija a la literatura de cuentos contemporánea. Así es que por ejemplo hace un par de años, tuve un encuentro sorprendente con El Matrimonio de los Peces Rojos de Guadalupe Nettel o conmovedor con La Composición de Sal de Magela Baudoin.
Pero, decía, hoy pude percartarme una vez más del crecimiento de un fenómeno que se viene dando durante algunos años, no sabría decir exactamente desde cuándo. Los escritores de cuentos que llamaríamos “profesionales”, han estado reuniendo historias parecidas en un mismo libro, donde a veces incluso el protagonista es el mismo personaje. O que el cuento número dos es la continuación del cuento uno y la antesala del cuento tres y así por el estilo. 
Es más, en un par de entrevistas (a dichos autores) que luego pude ver, se nos recomienda (a los lectores de cuentos) la forma correcta de leer un libro de cuentos, que vendría a ser en el órden en el cual está impreso “para que no se pierda el hilo de libro y la experiencia al terminarlo sea mayor”.
Yo me pregunto ¿Cómo pueden pretender que un libro de cuentos deba ser leído en un órden determinado? ¿No es precisamente el tomarlo y abrirlo al azar en cualquier parte de él, lo que hace que nuestra experiencia sea tan entrañable? Y definitivamente, no se debería escribir una novela, luego separarla en capítulos y pretender que cada uno de ellos sea un cuento. 
Pienso que debemos detenernos a recordar que un cuento es un cuento y una novela es una novela. No se deberían traspasar sus fronteras. Y si bien ambos son propiedad de la narrativa, son tan diferentes entre sí, como lo somos la vecina de al lado y yo.   

jueves, 14 de noviembre de 2019


Aquel día

(Parte I)

 Aquel día no me había levantado necesariamente temprano ni había trazado un plan como suelo hacerlo cuando estoy de vacaciones. Apenas me desperté, percibí que había algo extraño en el ambiente, era como una delgadísima capa de brillo que recubría las cosas en la habitación. Todo se encontraba tranquilo, en una agradable paz, como en un perfecto estado de balance.
No, no era la primera vez que estaba en Cagliari, ni siquiera en el hotel, quizás por ello creía saber lo que me esperaba afuera y no tenía el ánimo agitado, como el que suele arribarme al visitar cualquier ciudad por primera vez.
Tomé una larga ducha, larga significa para mí, algo así como unos cinco minutos, no más; definitivamente no me gusta desperdiciar el agua. Elegí usar aquel vestido azul de lunares blancos, y a pesar de que lo había dejado colgado al llegar, me costó mucho plancharlo.
Luego me peiné, puse mi traje de baño dentro de una bolsa de rafia, una delgada manta de algodón de colores muy fuertes anaranjados y rojos, "L´Exil et le Royaume" de Camus y un sombrero de panamá de color beige.
Salí a la calle y de nuevo aquí pude sentir el equilibrio; no obstante transcurrían coches y personas, de nuevo el fenómeno inexplicable de armonía, incluso a momento de cruzar la calle en Piazza Jenne, cuyas esquinas suelen obligarnos a esperar, ésa mañana la franja a rayas blancas estuvo desierta por breves segundos, suficientes para permitirme llegar sin problemas al otro lado de la vereda.
Bajé despacio por la acera derecha en dirección a la Piazza Matteoti, al llegar a la esquina, casi justo antes de cruzar se encuentra el Café Svizzero. Me senté en una de sus mesitas, la número siete, me puse los anteojos y cuando estaba abriendo mi libro, exactamente en “La Pierre Qui Pousse”, llegó el mesero a tomar mi pedido. Yo le expliqué en un italiano rudimentario que deseaba tomar un café con leche y unos bizcochos, imaginándome mientras, dos bizcochos dobles, uno redondo y otro en forma de corazón, rellenos de mermelada de naranja y espolvoreados con azúcar impalpable. Sonreí de mi ocurrencia y continué con la lectura que había suspendido la tarde anterior.
Minutos más tarde, el mesero acomodaba el pedido sobre la mesa, y sobre el platillo yacían dos bizcochos, no estoy diciendo que eran parecidos, no, eran los mismos que hace unos instantes había imaginado, en tamaño y forma: uno de corazón y otro redondeado, cubiertos con azúcar impalpable, incluso, como lo comprobé enseguida, rellenos de mermelada de naranja.
Después de desayunar tomé el autobús rumbo a Poetto Spiaggia y como nunca, decidí espontáneamente bajarme al comienzo de la playa, pensé que sería buen ejercicio recorrerla en toda su extensión, sus ocho kilómetros de punta a punta.
La Marina Piccola a ésa hora ya estaba repleta, las personas conversaban alto casi gritándose, la mayoría en italiano; los niños corrían alegres chapoteando en el agua, otros fabricaban extrañas edificaciones sobre la arena.
Me saqué los espadriles y avancé hasta tocar el agua con la punta de los pies; desde el primer momento sentí un contacto tibio de arena fina, suave. Comencé a caminar playa arriba. Conforme me iba alejando, La Sella del Diavolo simulaba un enorme lobo marino, bien robusto, reposando tranquilo, abrevando en las aguas saladas del mar.

Continuará...

miércoles, 6 de noviembre de 2019


Antes de la recorrida de Sala

¡Inútiles! Eso son todos ustedes, todos los residentes, incluidos los de tercer año, todos sátrapas... Al final no sé qué es lo que estamos haciendo aquí Vico y yo. Nosotros dos..., éramos cómo dioses allá en el Instituto Modelo, ¡Cómo querían obligar a quedarnos! ¿Te acordás Vico? ¡Ésos eran buenos tiempos! Allá en el Modelo..., sí, éramos jóvenes, qué jóvenes éramos, dos dioses jóvenes, sumalo al Maestro Lloveras que en paz descance. ¡Qué vá!, más que dioses éramos..., nosotros de jóvenes. Ahora tratando día a día ad honorem y sin el más mínimo resultado contagiarles algo a ustedes, de i-no-cu-lar-les un poquito de espíritu médico, de ése fuego sagrado, el fuego sagrado de la medicina del que la Universidad no entiende. Porque con éso se nace, ¡Negro!, se tiene o no se tiene y ustedes manga de mediocres, ¡qué fuego, ni nada! Nada tienen, ¡Médicos melones!, ni siquiera una chispita de todo éso conocen..., y encima ahora me ponen además de residentes, dizque a becarios, “dotores” cómo ésta..., hijita, sí a vos te hablo, vos deberías sentarte en la vereda de la calle, así como hacen los tuyos y ponerte a vender verdura, o más bien ¿por qué no te dedicas a la costura? ¡Eh! Aquí, jugando de mediquita sólo me estás haciendo perder el tiempo..., ¿Qué me controle, Vico? ¿Que me controle? ¿Yo? Pero si estoy de lo más bien ¡Negro!, de lo más tranquilo..., mirá lo tranquilo que estoy... Y sólo estoy diciendo la verdad. Zapatero a tu zapato, dice el refrán, ¿o es que acaso no dice éso? ¿Discriminador, yo, Cayolcito? Cómo te atrevés a decirme éso, vos que ni siquiera deberías atreverte a dirijirme la palabra. Vos..., Cayolcito ¿Qué hacés acá, de residente? Yo creo que deberías andar allá lejos en la Patagonia, bien perdido entre los indios, redactando el diccionario de la lengua Mapuche, tal cual hace hace tu papito. ¿Qué, Vico? ¿Que tenga cuidado con lo que digo? ¿Que Cayolcito es medalla de oro del CEMIC? ¡Pero a mí que me importa! ¡¿Cómo se atreven a hacer estúpidas comparaciones entre el CEMIC y el Hospital de Clínicas?! Si son como el agua y el aceite, nada tienen que ver... Nosotros Vico, tú yo yo somos la vieja escuela o... lo que queda de ella, la escuela de la Medicina Interna, no de la Clínica Médica como la hacen llamar ahora, ¡no!, Me-di-ci-na - In-ter-na ¡Negro! Fijate vos Vico, hoy por la mañana, justo cuando iba saliendo para acá, se atreven a llamarme del juzgado y dicen: debe presentarse a declarar... Caso Lainez-Mujica..., sospecha de mala praxis, dicen, Mala Praxis, ¡lo podés creer Vico! Ni siquiera Latín entienden, pero saben decir: Mala praxis a nosotros, que no hacemos nada más que desvivirnos por los pacientes, por todos, aún por los de PAMI, sobre todo por ellos, aquí en el piso 11 de la gloriosa Cuarta Cátedra de Medicina Interna del Hospital de Clínicas José de San Martín de Buenos Aires. Decime vos Vico, qué mala praxis puede haber en que un paciente con antecedentes clínicos más largo que un rollo completo de papel higiénico, haya fallecido a los 95 años..., no te estoy diciendo a los 21 ni siquiera a los 50, no, falleció a los no-ven-ta y cin-co años, de una falla multiorgánica a consecuencia de la sepsis a punto de partida de una neumonía bilateral, en pleno invierno de Buenos Aires. Ni siquiera falleció en nuestro piso, sino en la Terapia Intensiva. ¡Pero claro! Yo, el Dr. C.C. jefe de Internación de  la cuarta cátedra de Medicina Interna debe presentarse también a declarar, pues la familia Lainez-Mujica le ha hecho el juicio al Servicio de Ambulancias, al Médico de Ambulancia, a la Guardia de Emergencias, a la Sala de Internación, a la Terapia intensiva, a los Interconsultores Privados, summa summarum: juicio a todo el mundo. A todos, Vico. A nosotros que éramos más que dioses, ahora se atreven a acusarnos de criminales. ¿En qué tiempos vivimos? Vico, ¡En qué tiempos! Sí, Vico, ya entendí, que baje un cambio y le agarre el mate a ésta chica..., bueno, venga ése mate... y bizcochitos de grasa, ¿todavía tienen? Qué rico está, el mate, calentito... Y vos hijita, disculpame por todo lo que dije, eso de vender verdura de hace rato..., no era con ésa intención... Yo pienso que si te levantás todos los días como a las cuatro de la mañana y te comés hoja por hoja la decimoquinta edición del Harrison de Medicina Interna, te leés a diario y con devoción todos los artículos de la New England Journal of Medicin, venís acá como lo venís haciendo, bien temprano y te vás como a la media noche, prestás atención en la recorrida de sala y vas cultivando en tu interior el fuego sagrado..., yo creo que tenés alguna posibilidad de colgar un día el título de especialista en la puerta de tu consultorio privado o quizás, si te esforzás más, podrías llegar aún más lejos... ¡Quién sabe hasta dónde podrías llegar!..., lo mismo a vos Cayolcito, y a todos ustedes sacrificados médicos residentes, éste hospital es y seguirá siendo grande gracias a las nuevas generaciones de cerebros argentinos como los suyos, que van forjando mancomunadamente nuestro hospital, no por nada somos el Olimpo de los Dioses..., no por nada nos derivan pacientes desde Tierra de Fuego, no por nada... basta decir “recibido en el Clínicas” y se nos abren las puertas... Bueno, basta de charlas, los pacientes esperan ¡Qué decís Vico! ¿Comenzamos la recorrida? ¿Te parece que hoy comencemos por la sala de inmunocomprometidos? Vení, levantate que vamos yendo, te cuento que anoche apenas dormí, me leí de Pe a Pa el último consenso que publicó la Infectious Diseases Society of America sobre la Neutropenia Febril..., ni sabés las cosas nuevas que dicen, ésos americanos del demonio ¡Vico! ¡Ni sabés!