Aquel día
(Parte I)
No, no era
la primera vez que estaba en Cagliari, ni siquiera en el hotel, quizás por ello
creía saber lo que me esperaba afuera y no tenía el ánimo agitado, como el que
suele arribarme al visitar cualquier ciudad por primera vez.
Tomé una
larga ducha, larga significa para mí, algo así como unos cinco minutos, no más;
definitivamente no me gusta desperdiciar el agua. Elegí usar aquel vestido azul
de lunares blancos, y a pesar de que lo había dejado colgado al llegar, me
costó mucho plancharlo.
Luego me
peiné, puse mi traje de baño dentro de una bolsa de rafia, una delgada manta de
algodón de colores muy fuertes anaranjados y rojos, "L´Exil et le Royaume" de
Camus y un sombrero de panamá de color beige.
Salí a
la calle y de nuevo aquí pude sentir el equilibrio; no obstante transcurrían
coches y personas, de nuevo el fenómeno inexplicable de armonía, incluso a
momento de cruzar la calle en Piazza Jenne, cuyas esquinas suelen obligarnos a
esperar, ésa mañana la franja a rayas blancas estuvo desierta por breves
segundos, suficientes para permitirme llegar sin problemas al otro lado de la
vereda.
Bajé despacio por la acera derecha en dirección a
la Piazza Matteoti, al llegar a la esquina, casi justo antes de cruzar se
encuentra el Café Svizzero. Me senté en una de sus mesitas, la número siete, me
puse los anteojos y cuando estaba abriendo mi libro, exactamente en “La Pierre
Qui Pousse”, llegó el mesero a tomar mi pedido. Yo le expliqué en un italiano
rudimentario que deseaba tomar un café con leche y unos bizcochos, imaginándome
mientras, dos bizcochos dobles, uno redondo y otro en forma de corazón,
rellenos de mermelada de naranja y espolvoreados con azúcar impalpable. Sonreí
de mi ocurrencia y continué con la lectura que había suspendido la tarde
anterior.
Minutos más
tarde, el mesero acomodaba el pedido sobre la mesa, y sobre el platillo yacían
dos bizcochos, no estoy diciendo que eran parecidos, no, eran los mismos que
hace unos instantes había imaginado, en tamaño y forma: uno de corazón y otro
redondeado, cubiertos con azúcar impalpable, incluso, como lo comprobé
enseguida, rellenos de mermelada de naranja.
Después de
desayunar tomé el autobús rumbo a Poetto Spiaggia y como nunca, decidí
espontáneamente bajarme al comienzo de la playa, pensé que sería buen ejercicio
recorrerla en toda su extensión, sus ocho kilómetros de punta a punta.
La Marina Piccola a ésa hora ya estaba repleta, las personas conversaban alto casi
gritándose, la mayoría en italiano; los niños corrían alegres chapoteando en el
agua, otros fabricaban extrañas edificaciones sobre la arena.
Me saqué
los espadriles y avancé hasta tocar el agua con la punta de los pies; desde el
primer momento sentí un contacto tibio de arena fina, suave. Comencé a caminar
playa arriba. Conforme me iba alejando, La Sella del Diavolo simulaba un enorme lobo marino, bien robusto, reposando tranquilo, abrevando en las
aguas saladas del mar.
Continuará...