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sábado, 26 de noviembre de 2016


La vida de los personajes secundarios 

Hay un cuento del escritor Ring Lardner titulado “Campeón”, que hoy encontré, casi por casualidad, mientras ojeaba un ejemplar (ya sin cubiertas) de “Obras maestras del cuento norteamericano” publicado el año 1976. En sus, digamos, apenas veinte páginas nos muestra la más real, cruda y doliente (profundamente) caracterización de la condición humana. Y aunque no es raro en mí, pero ésta vez con más intensidad que otras, este cuento me hizo (aún me hace) como nunca pensar en las figuras que rodean y sin poder evitarlo son víctimas del personaje principal: el hermanito, la madre, la novia (después esposa abandonada), su hijito desnutrido, etc. Si bien, como en todos los relatos, aquí también se teje el hilo de vida del Campeón, uno no deja (no puede dejar) de ponerse a pensar qué será lo que les termina pasando a los otros. ¿Será que a la esposa le habrá cambiado la suerte? Se me ocurre que quizás haya encontrado otro trabajo o que al menos le hayan dado un aumento (corrían tiempos de verdad malos), o se decidió contratar un abogado y demandó al Campeón (ésta posibilidad es más improbable dado que los abogados han sido siempre caros) resultando así que pudo alimentar a su hijo, y no tuvo que seguir pidiendo a que se le devuelvan los 36 dólares que cuando novios le había prestado...

Y así, mientras estaba tratando de dotar hipotéticas y variadas existencias a los otros personajes, no pude evitar preguntarme (lo cual me llenó de miedo, más que de preocupación) ¿Qué tipo de personaje seré yo? ¿O Usted? Para que se me entienda mejor, al final, cuando nuestra historia acabe (muerte=finito), ¿se contará nuestra vida?, o permaneceremos silenciosos e incompletos a la orilla de alguien más interesante que nosotros. Y no le importaremos más que, a quien durante los sábados por la noche se dedica a leer ejemplares (de hojas un tanto cansadas) en los estantes de una biblioteca pública.

viernes, 18 de noviembre de 2016


Dos Pistas

La semana pasada me invitaron a una fiesta de disfraces, fuí vestida de lámpara de pie. La consigna era: tema libre. Al llegar al local donde la habían organizado, un departamento enorme con terraza, ubicado en el último piso de un edificio sobre la calle Kaiserstrasse, pasé un rato intentando encontrar a Silke, quien era la que en verdad había recibido la invitación; pero decía con acompañante y ésa era yo. Habíamos quedado de encontrarnos directamente en la fiesta.

Después de comprobar que ni Silke o Rias Gremory, como había anunciado que asistiría, se encontraban en el salón, me acerqué al Buffet y mientras intentaba, difícilmente poner un poco de ensalada en mi plato, hecho de verdad complicado por la mampara redondeada que le hacía un halo a mi cabeza; noté que algunos de los demás invitados, al mirarme murmuraban algo bajito y se reían entre sí. Los había de todo, vampiros y muertos vivientes, personajes de historietas y otros varios, tan bien logrados, que de verdad parecía que hubieran salido de una revista de Comics.

Al ver que mis intentos por comer habían fracasado penosamente, decidí salir al balcón, que de hecho estaba desierto, quizás debido a las bajas temperaturas de mitad de noviembre y me senté, haciéndome de una mantita que yacía sobre una de las sillas. No se sentía tanto frío como parecía, gracias en parte a varias estufas distribuidas en las esquinas. Desde mi asiento podía observar directamente Kronenplatz, su fuente de agua y las luces que la adornaban, violeta, verde y naranja. Estaba allí, observando en silencio el ir y venir de las personas al rededor de la plaza, tratando de adivinar quienes eran o a dónde irían a ésa hora, hasta que alguien abrió repentinamente la puerta corrediza. Se trataba de un hombre de unos treinta y tantos años, relativamente alto, pelo lacio y rubio. Vestía un saco negro, camisa gris y pantalón jean oscuro. Como me quedé observándolo por un momento, sin decir nada, él comenzó.

-          Puedo apostar que estarás pensando, ¡cómo demonios no me disfracé de otra cosa! ¿No? Dijo mirándome, a tiempo de volver a cerrar la puerta tras sí.

-          ¿Perdón? Respondí.

-           Sí, te lo digo por experiencia... dijo, tomando asiento en otra de las sillas que había a mi lado.

-          ¿Qué cosa?

-          Ah, nada ¡olvídalo! Esta no es una buena noche para mí... continuó, dándole un trago a un vaso de whisky que tenía en la mano. Y no digas nada, de todas maneras no podrías adivinar, de qué estoy disfrazado.

-          Si tú lo dices... respondí, volviendo a mirar en dirección a la plaza.

-          ¿Ah no? ¿Es que acaso lo reconoces? Preguntó intrigado.

-          Puede que sí, pero no estoy segura... respondí, cuando en realidad no lo sabía.

-          ¡Eso sí que es interesante! Vamos, dime, quién soy... dijo, poniéndose de mejor humor.

-          Antes tendría que hacerte un par de preguntas..., le dije, siguiéndole el juego.

-          Adelante, tienes opción a sólo tres, ¿estamos?

-          De acuerdo, asentí, intentando formular bien la primera pregunta. Déjame ver... ¿Eres un personaje de un libro? Dije al final.

-          Sí, lo soy, respondió. No lo haces nada mal, ¿Eh?, dijo mirándome, ésta vez sonriente, nada mal para ser una lámpara... ¡vamos tira la segunda!

-          Bien, a ver..., déjame pensar... ¿Eres héroe o villano?

-          Umm, no se podía decir a primeras que soy un héroe..., respondió, pero diría definitivamente que soy de los buenos. Vamos, continúa, la próxima pregunta..., y ésta, claro, es tu última oportunidad.

-          De los buenos ¿eh? Dije, pensando que la verdad no tenía la menor idea de quien podría tratarse. Un personaje de un libro y además de los buenos, repetí.

-          Sí, soy de los buenos, de verdad... y no sólo cuando intento ser un personaje..., añadió, es por eso que me vá, como me vá...

-          Ahora me parece que exageras, dije, intentando no reírme, por lo que quise taparme la boca, pero sólo conseguí apoyar la mano sobre la tela rígida que hacía de mampara.

-          Ja ja ja vamos, en serio, hazme la última pregunta..., dijo.

Y yo estaba pensando lo siguiente a preguntarle, cuando de nuevo se abrió la puerta corrediza y una esbelta figura de larguísimos cabellos rojizos, diminuta minifalda y botas de taco alto, se metió en el balcón: era Silke o más bien Rias Gremory.

-          Así que te escondiste aquí, dijo reconociéndome, ja ja ja, no lo puedo creer, ¡de verdad lo hiciste! Te ves muy tierna, añadió, intentando abrazarme, lo cual no fué posible, por mi enorme circunferencia.

-          Hey Silke, respondí, ¡estás increíble!

-          Gracias amiga, dijo, perdón por la demora, no sabía lo díficil que es tener cabellos tan largos, añadió, acomodándose un poco el flequillo. Ya veo que haz hecho nuevos amigos, dirigiéndose al personaje del libro.

-          Ah perdona, le dije, mira te presento a... 

-          Peter, dijo él, poniéndose de pie, Peter Lenz.

-          Mucho gusto Peter, soy Silke, dijo mi amiga, dándole la mano sin dejar de mirarlo.

-          Ya sé, ya sé, no lo digas, tu también piensas que no estoy disfrazado, dijo Peter. Pues debo decirte que precisamente...

-          Es un personaje de un libro y de los buenos, interrumpí yo.

-          Sí, ése soy yo, continuó Peter. A propósito, todavía no nos hemos presentado, Lamparita...

Se abrió nuevamente la puerta y era el compañero de trabajo de Silke, quien había organizado la fiesta, invitándonos a pasar, así que entramos. La música había subido de volumen y el DJ estaba dando oficialmente la bienvenida a la pista de baile. Silke se dejó llevar y al rato estaba allí, bailando en el medio. Yo me acerqué al Bar, aunque no estaba segura si podía beber. No es nada fácil la vida en forma de lámpara. Peter, que venía detrás, me preguntó si me apetecía una cerveza. Mejor vino, le dije, blanco. Con las bebidas en la mano, nos ubicamos en uno de los sillones que habían quedado libres, ya que la mayoría de los invitados estaban bailando.

-          ¡Salud Lamparita!, dijo sonriente Peter, colocando un sorbete en mi vaso de vino, hecho que hacía posible que de verdad pudiera tomarlo.

-          Gracias, respondí ¡Salud!

-          Lo estuve pensando y te voy a dar dos pistas más, continúo Peter, si es que de verdad quieres saber quien soy.

-          La verdad es que nadie se podría negar, mucho más si son dos pistas, le dije.

Se llevó la mano al bolsillo interno de su saco, alcanzándome primero un pequeño cartón de unos ocho a diez centímetros de largo por cuatro o cinco de ancho, que simulaba ser una entrada, escrita con letras a mano: Rigoletto, Ópera de Ystad, y después otro objeto, algo así como una credencial, confeccionado en plástico que decía: POLIS. ¡Y fue ahí que lo supe!

-          Ja ja ja, ya sé quien eres, le dije.

-          ¿En serio? Respondió Peter, ¿en serio lo sabes?

-          Sí, claro que lo sé, dije y sin poder contenerme me eché a reír.

-          ¡Sabía que era un buen disfraz! Decía Peter mientras también reía.

Horas más tarde, pasadas las tres de la madrugada, aguardábamos en la parada del tranvía número dos que me llevaría a casa. Peter, mientras intentaba ayudarme con mi bufanda de lana, que el viento insistía en arrebatarme, preguntó por qué me había disfrazado de lámpara. Y yo le respondí: éste caso no va a ser nada fácil, señor comisario de la policía criminal Kurt Wallander, pero estoy dispuesta a darle dos pistas...