Benedict Wells
La moderadora apenas ha terminado de decir que no habrá una
ronda formal de preguntas del público, sino que se procederá, dado lo avanzado de la hora de
inmediato a la firma de autógrafos; el chirrido de sillas que se corren de un
lado al otro y personas que tropiezan y se empujan al levantarse
apresuradamente reemplaza al prolongado aplauso que recibió la lectura. Sólo
unos pocos quieren perderse esa posibilidad y hacerle una pregunta al escritor,
que mientras espera, abre la tercera botella de agua sin gas, estira las
piernas relajado, sentado frente a una pequeña mesa, y procede a comprobar en un
pedazo de papel, que le quede suficiente tinta en su lapicero.
No se organiza una fila como tal, sino una gran muchedumbre bulliciosa
que intercambia impresiones sobre los párrafos de la lectura, se queja de la
falta de aire acondicionado, el tamaño del salón asignado a éste evento, que siendo
el primero que abre la temporada es relativamente pequeño o comenta lo impresionante
joven que luce y es el autor del libro.
Mona y yo estamos bien atrás en la multitud. Hemos comprado un
sólo ejemplar, porque el stand aceptaba nada más que dinero en efectivo y a
pesar de haber buscado un cajero automático fuera de la Casa del Libro en
Leipzig, no nos fué posible encontrarlo. Entonces arreglamos que ella me
prestaría los 10 euros que me faltaban para llegar al precio y yo la invitaría
a cenar. Mientras esperamos me cuenta del año que pasó en Alejandría,
que no parece ser tan terrible como yo me había imaginado, de la vida
universitaria en el extranjero, de la literatura actual de las culturas arábicas
sobre la cual está preparando su tesis, del porqué se hizo vegetariana y cómo
aprendió a bucear. Yo, en cambio me quejo de mis fallidos intentos de
escritura, del hecho de nunca termino de escribir lo que pienso, de mi falta de
disciplina y del hecho cada vez más probable de que jamás podré publicar un
libro. Ella intenta consolarme, dice que el gran problema es que no tengo tiempo
suficiente, y que a ella le gusta lo que escribo... y otras mentiras que suelen
decir las amigas.
El escritor, luce una camisa azul marino de mangas largas, con un pantalón
casi del mismo color. A pesar de que la lectura ha comenzado a eso de las 19:30 y durado como dos horas y media, las extensas dedicatorias que le son requeridas antes de poder
estampar su autógrafo, las preguntas que ha tenido que responder, sobre su vida
literaria y no tanto, la sonrisa no abandona su, a ésta hora, rubicunda cara; culpable
es ante todo la temperatura de la sala, su frente, despejada de su pelo corto castaño
claro, se arruga sutilmente y de tanto en tanto se le achican los ojos, en señal de atención, mientras responde
con paciencia las repetidas preguntas que con toda seguridad está acostumbrado
a escuchar, sin dejar de mirar de frente, abiertamente. Quizás, como él mismo dijo
hace algunos minutos, cada vez que habla con alguien u observa algún tipo de
comportamiento, se encuentra ya, en el proceso creativo de la escritura.
Delante de nosotras, están también otras dos amigas, más
jóvenes aún, ambas debaten si deberían molestar al escritor con
ésa pregunta o no. Cuando les toca el turno, una de ellas pregunta sin más ni
más, bien rápido, antes de saludar ni nada, como quien si no se da prisa,
después se arrepiente: ¿existe algún libro que enseñe el secreto para ser un escritor de éxito? ¡Aleluya! Pienso, ésa es la pregunta del millón, y la respuesta, en
mi opinión, está en simplemente tener talento o no. Pero él, no es tan radical
ni poco amigable como yo, así que dice, efectivamente existe literatura que
vendría bien revisar para comprender mejor el oficio y para mi gran asombro
comienza a citar un par de libros, a lo que la chica, interrumpe y busca en su cartera algo para poder anotarlos, sin lograr
encontrar nada. El escritor, le dice que no hay problema, y en una hoja blanca apunta una sarta de títulos y autores, luego la
dedicatoria, un apretón de manos, y adiós.
Luego, estamos Mona y yo. Claro, ella hace un pequeño paso atrás y me empuja sutilmente para adelante y en unos segundos estoy frente a frente con el escritor que ha recibido el “European Union Prize for Literature 2016” por su última novela, cuyos fragmentos pudimos oír ésta noche. Yo, que no había preparado absolutamente nada para preguntarle, me acerco y deposito el libro sobre la mesa.
Luego, estamos Mona y yo. Claro, ella hace un pequeño paso atrás y me empuja sutilmente para adelante y en unos segundos estoy frente a frente con el escritor que ha recibido el “European Union Prize for Literature 2016” por su última novela, cuyos fragmentos pudimos oír ésta noche. Yo, que no había preparado absolutamente nada para preguntarle, me acerco y deposito el libro sobre la mesa.
-Guten Abend!
-Hallo!, responde él sin ningún protocolo, con su imborrable
sonrisa.
-Para Teresa, sin H. Le digo, el autógrafo... intento
explicarle, es para Teresa...
-Teresa, eres tú, ¿no es cierto? Y continúa, o ¿es para regalo?
Y se queda mirándome...
-Soy, yo...
-¿Y, y qué te ha parecido la lectura del libro? Pregunta, y
de verdad parece aguardar una respuesta. Digo, ¿ya lo habías leído antes?
-No, aún no lo he leído, me disculpo, pero los fragmentos
que leíste aquí me intrigaron mucho, así que...
-¿En serio? ¿Por ejemplo? Vuelve a preguntar.
-La manera cómo fueron leídos... digo, ese intercambio de
voces agudas y graves, ahhhh y acentos, ¡me parecieron increíbles!
-Ja Ja Ja se ríe el escritor, cruzando los brazos detrás de
la cabeza, apoyandose en el respaldar de la silla. ¿Sabes? Es la práctica de
leer, ésta es como mi trigésima lectura de los párrafos del mismo libro y ése
acento al que te refieres, continúa con aplomo, viene de Austria, donde en una
de mis tantas lecturas, alguien me lo recomendó... me parece genial que tú
pudieras haberlo notado...
-¡Es que está muy bien logrado!
-Bueno, ¡cuánto me alegro! Abre entonces la tapa de mi
recién comprado libro y escribe una dedicatoria en la primera página, luego lo
cierra y me lo alcanza. ¡Que lo disfrutes!
-¡Gracias! Quiero decirle además, ¡mucho éxito! Pero él ya lo
tiene, así que nada más le doy la mano y me despido.
Mona, que ha estado escuchando me toma del brazo y guía en dirección a la salida, mientras dice:
-¡No puedo creer lo que le dijiste! Seguro es obra del
maldito calor que hace aquí...
-Qué tiene de malo decirle a un escritor, que además es un
buen lector...
-Nada, es que tú... dice, y me mira a los ojos, tú...,
ahhh olvídalo, ¿sabes?, y ya que serás la que invita, creo conocer el sitio perfecto para
ir a cenar.
Salimos de la casa del libro. Leipzig a ésta hora está
calmada y se prepara para ir a dormir, y nosotras tomamos parloteando calle arriba en dirección
a la Barfußgässchen, mientras yo ya me imagino cómo será cuando me ponga a leer "Vom Ende der Einsamkeit".