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lunes, 29 de agosto de 2016


Benedict Wells

La moderadora apenas ha terminado de decir que no habrá una ronda formal de preguntas del público, sino que se procederá, dado lo avanzado de la hora de inmediato a la firma de autógrafos; el chirrido de sillas que se corren de un lado al otro y personas que tropiezan y se empujan al levantarse apresuradamente reemplaza al prolongado aplauso que recibió la lectura. Sólo unos pocos quieren perderse esa posibilidad y hacerle una pregunta al escritor, que mientras espera, abre la tercera botella de agua sin gas, estira las piernas relajado, sentado frente a una pequeña mesa, y procede a comprobar en un pedazo de papel, que le quede suficiente tinta en su lapicero. 

No se organiza una fila como tal, sino una gran muchedumbre bulliciosa que intercambia impresiones sobre los párrafos de la lectura, se queja de la falta de aire acondicionado, el tamaño del salón asignado a éste evento, que siendo el primero que abre la temporada es relativamente pequeño o comenta lo impresionante joven que luce y es el autor del libro.

Mona y yo estamos bien atrás en la multitud. Hemos comprado un sólo ejemplar, porque el stand aceptaba nada más que dinero en efectivo y a pesar de haber buscado un cajero automático fuera de la Casa del Libro en Leipzig, no nos fué posible encontrarlo. Entonces arreglamos que ella me prestaría los 10 euros que me faltaban para llegar al precio y yo la invitaría a cenar. Mientras esperamos me cuenta del año que pasó en Alejandría, que no parece ser tan terrible como yo me había imaginado, de la vida universitaria en el extranjero, de la literatura actual de las culturas arábicas sobre la cual está preparando su tesis, del porqué se hizo vegetariana y cómo aprendió a bucear. Yo, en cambio me quejo de mis fallidos intentos de escritura, del hecho de nunca termino de escribir lo que pienso, de mi falta de disciplina y del hecho cada vez más probable de que jamás podré publicar un libro. Ella intenta consolarme, dice que el gran problema es que no tengo tiempo suficiente, y que a ella le gusta lo que escribo... y otras mentiras que suelen decir las amigas.

El escritor, luce una camisa azul marino de mangas largas, con un pantalón casi del mismo color. A pesar de que la lectura ha comenzado a eso de las 19:30 y durado como dos horas y media, las extensas dedicatorias que le son requeridas antes de poder estampar su autógrafo, las preguntas que ha tenido que responder, sobre su vida literaria y no tanto, la sonrisa no abandona su, a ésta hora, rubicunda cara; culpable es ante todo la temperatura de la sala, su frente, despejada de su pelo corto castaño claro, se arruga sutilmente y de tanto en tanto se le achican los ojos, en señal de atención, mientras responde con paciencia las repetidas preguntas que con toda seguridad está acostumbrado a escuchar, sin dejar de mirar de frente, abiertamente. Quizás, como él mismo dijo hace algunos minutos, cada vez que habla con alguien u observa algún tipo de comportamiento, se encuentra ya, en el proceso creativo de la escritura.

Delante de nosotras, están también otras dos amigas, más jóvenes aún, ambas debaten si deberían molestar al escritor con ésa pregunta o no. Cuando les toca el turno, una de ellas pregunta sin más ni más, bien rápido, antes de saludar ni nada, como quien si no se da prisa, después se arrepiente: ¿existe algún libro que enseñe el secreto para ser un escritor de éxito? ¡Aleluya! Pienso, ésa es la pregunta del millón, y la respuesta, en mi opinión, está en simplemente tener talento o no. Pero él, no es tan radical ni poco amigable como yo, así que dice, efectivamente existe literatura que vendría bien revisar para comprender mejor el oficio y para mi gran asombro comienza a citar un par de libros, a lo que la chica, interrumpe y busca en su cartera algo para poder anotarlos, sin lograr encontrar nada. El escritor, le dice que no hay problema, y en una hoja blanca apunta una sarta de títulos y autores, luego la dedicatoria, un apretón de manos, y adiós.

Luego, estamos Mona y yo. Claro, ella hace un pequeño paso atrás y me empuja sutilmente para adelante y en unos segundos estoy frente a frente con el escritor que ha recibido el “European Union Prize for Literature 2016” por su última novela, cuyos fragmentos pudimos oír ésta noche. Yo, que no había preparado absolutamente nada para preguntarle, me acerco y deposito el libro sobre la mesa.

-Guten Abend!

-Hallo!, responde él sin ningún protocolo, con su imborrable sonrisa.

-Para Teresa, sin H. Le digo, el autógrafo... intento explicarle, es para Teresa...

-Teresa, eres tú, ¿no es cierto? Y continúa, o ¿es para regalo? Y se queda mirándome...

-Soy, yo...

-¿Y, y qué te ha parecido la lectura del libro? Pregunta, y de verdad parece aguardar una respuesta. Digo, ¿ya lo habías leído antes?

-No, aún no lo he leído, me disculpo, pero los fragmentos que leíste aquí me intrigaron mucho, así que...

-¿En serio? ¿Por ejemplo? Vuelve a preguntar.

-La manera cómo fueron leídos... digo, ese intercambio de voces agudas y graves, ahhhh y acentos, ¡me parecieron increíbles!

-Ja Ja Ja se ríe el escritor, cruzando los brazos detrás de la cabeza, apoyandose en el respaldar de la silla. ¿Sabes? Es la práctica de leer, ésta es como mi trigésima lectura de los párrafos del mismo libro y ése acento al que te refieres, continúa con aplomo, viene de Austria, donde en una de mis tantas lecturas, alguien me lo recomendó... me parece genial que tú pudieras haberlo notado...

-¡Es que está muy bien logrado!

-Bueno, ¡cuánto me alegro! Abre entonces la tapa de mi recién comprado libro y escribe una dedicatoria en la primera página, luego lo cierra y me lo alcanza. ¡Que lo disfrutes!

-¡Gracias! Quiero decirle además, ¡mucho éxito! Pero él ya lo tiene, así que nada más le doy la mano y me despido.

Mona, que ha estado escuchando me toma del brazo y guía en dirección a la salida, mientras dice:

-¡No puedo creer lo que le dijiste! Seguro es obra del maldito calor que hace aquí...

-Qué tiene de malo decirle a un escritor, que además es un buen lector...

-Nada, es que tú... dice, y me mira a los ojos, tú..., ahhh olvídalo, ¿sabes?, y ya que serás la que invita, creo conocer el sitio perfecto para ir a cenar.

Salimos de la casa del libro. Leipzig a ésta hora está calmada y se prepara para ir a dormir, y nosotras tomamos parloteando calle arriba en dirección a la Barfußgässchen, mientras  yo ya me imagino cómo será cuando me ponga a leer "Vom Ende der Einsamkeit".

domingo, 14 de agosto de 2016


El concierto de verano de la orquesta de instrumentos de viento de la policía de Heringsdorf

Era un día espléndido, a finales de julio, justo cuando la playa se llenaba tanto de bañistas como el cielo de gaviotas. Ya comenzaba a caer el sol. Después de haber descansado lo suficiente en mi Strandkorb (canasta de playa) como para recuperar fuerzas de la excursión del día anterior a la isla de Wollin (en Polonia) y haber leído las cien primeras páginas de “Nichts ist je vergessen”, que la Deutsche Bahn recomendaba como el thriller del verano, me dije: ¡Vamos a Heringsdorf! Pues durante el desayuno, mientras echaba mano de la segunda Croissant y al mismo tiempo ojeaba a la Usedom Anzeiger me enteré de que a las 19 horas, la orquesta de la policía del pueblo vecino de Heringsdorf iba a dar un concierto gratuito de gala. Así que arreglé mi Strandkorb, la cerré y volví al hotel, que quedaba justo frente a la playa, puse a secar mi malla en el balcón y me dí una ducha bien fría, pues el clima estival lo ameritaba, después me puse unos jeans, sandalias y una blusa bien delgada, alisté ése vestido que había comprado hace mucho pero aún no había estrenado, lo doblé lo mejor que pude, lo metí en una bolsita de lino y salí rumbo a la playa.
Todo el mundo sabe que lo mejor de Usedom, sino de todo el Ostsee, son las tres playas juntas de Ahlbeck, Heringsdorf y Bansin. Para mí en lo personal, la que más me gusta es Bansin, quizás porque fué la primera que conocí o porque asienta ésas casitas victorianas con sus balconcitos llenos de flores en plena playa, o el muelle, así nada más, desnudo y de madera, sin ningún otro elemento que recuerde que aún estamos dentro del mundo civilizado, aunque sólo de vacaciones y que ni siquiera hemos abandonado Alemania.
La playa no tenía intenciones de estar solitaria y se entretenía estrellando sus olas en los que aún disfrutaban de un atardecer que caía poco a poco, haciéndose esperar. La arena, que mientras más cerca estaba del agua, se hacía más finita y firme, era el lugar perfecto para comenzar esa caminata rumbo al oeste, hacia Heringsdorf. Me saqué las sandalias, me arremangué los pantalones y no me hice de rogar, sino que seguí playa arriba, dejando diminutas huellas, mientras sentía que el agua tibia acariciaba cada paso que daba.
No había avanzado ni siquiera unos doscientos metros, cuando vino corriendo hacia mí un perro demasiado grande como para ser cariñoso, yo no niego que al principio me asusté, pero después al ver que sólo quería buscar algo que había caído en el agua, me tranquilicé e intenté seguir adelante.
  • Disculpe, espero que Rob no le haya molestado. Me dijo una mujer que vino corriendo tras aquel canino, intentando disculparse.
  • No, no fué nada... respondí yo.
  • ¡Oh! Menos mal... mi nombre es Ann. Me dijo a continuación, extendiéndome la mano y sacándose los anteojos de sol.
  • Teresa, respondí yo.
  • ¡Encantada! ¿Es su primera vez en la isla, no? Lo digo, porque vengo todos los años y aún no la había visto...
  • Si, es la primera vez que vengo...
  • Se nota de lejos, ¿sabe?
  • ¿Ah si? Le dije, sin saber aún qué es lo que me pudo haber delatado.
  • Es que Bansin es un pueblito bien chico... dijo ella. Mi esposo y yo, hace unos años hemos comprado la Vineta y desde entonces venimos aquí todos los veranos, continuó.
  • Ya veo, dije, mirando para el oeste, intentando seguir mi camino, pues eran como las seis de la tarde y yo tenía aún que recorrer casi un kilómetro y medio a pie.
  • Mire, Teresa, vamos a dar una fiesta mañana, prosiguió, si no tiene otro compromiso, me encantaría que pudiera venir...
  • Gracias, pero... dije muy sorprendida de que alguien pudiera ser tan espontáneo en éstos días. Sin duda es culpa del verano.
  • No hay problema si no viene, pero sepa que estaremos mañana como a ésta hora, allá, dijo señalando hacia una casa un tanto rosa con balcones amplios, en la Vineta..., vendrán un par de amigos míos y otro tanto de parte de mi marido.
Había olvidado decir que casi todas las casas aquí tienen nombre propio. Y Vineta era una de ellas.
  • Gracias por la invitación. Entonces, puede que hasta mañana, me despedí.
  • Hasta mañana, dijo Ann, que se disponía a lanzar de nuevo la pelota a Rob para que éste pudiera rescatarla de las aguas.
Seguí playa arriba y todavía ví muchos caninos que jugaban de lo más  divertidos con sus dueños y sólo después de haber avanzado lo suficiente me dí cuenta que estaba caminando justo en la playa de mascotas, que eran como unos trescientos metros de largo y estaban perfectamente delimitados con divertidos letreros en forma de hueso.
Casi las seis y media, siempre playa arriba, comencé a escuchar algo que parecía ser salsa, y nada más que cantada en español. Al acercarme pude comprobar que justamente éso era, un escenario armado en una tienda enorme en la playa, donde casi todo el público estaba bailando. Bien rápido me enteré de qué se trataba: un grupo latinoamericano, no sé de dónde, pero cantaba covers de música tropical en español, y yo por supuesto también aproveché y canté a todo pulmón: “usted abusó, sacó provecho de mí, abusó...”, luego me compré una caipirina y la tomé hasta el fondo, mientras la banda ya estaba tocando “Beni Moré, como baila usted”. La gente parecía estar tan contenta y bailaba frente al escenario, que me dieron ganas de quedarme en la playa de Bansin, pero enseguida hice la comparación entre lo mucho que me gusta la música tropical y la de orquesta, y no hubo mucho para pensarlo, al menos no, en mi caso, así que seguí adelante.
En el camino me crucé con aquellas personas que hacían el tránsito en sentido contrario, siempre con pasos relajados, propios de quien está de vacaciones. Llegué a un lugar donde se podían recolectar conchitas de mar y me hice de un par, eran blanquísimas, las tomé como recuerdo de éste verano tan al norte, tanto que yo nunca había estado.
Cuando eran casi las siete y media, la hora que precisamente la banda ya estaría comenzando el concierto, un letrero me anunciaba que recién estaba atravesando la división entre Bansin y Heringsdorf. Metros más adelante vi una multitud de gente congregada al borde de la playa y conforme me fuí acercando, pude escuchar algunas notas de tango. Tango y caballos. Exquisito. No era como para perdérselo, así que me acomodé entre el público y ví como los caballos entrenados y ataviados para el efecto que hacían piruetas al ritmo de la música, un leve sueño de Buenos Aires, una caminata de otoño sobre la Avenida de Mayo o un café con leche a media mañana en la Avenida del Libertador.
A casi las ocho y tantos reinicié mi marcha y puse el google maps, pues no sabía bien con certeza el lugar donde estaba tocando la banda, pero había que encaminarse en medio del pueblo, dejando la playa.
Casi a las nueve de la noche llegué finalmente al concierto. Antes tuve que entrar a un sanitario para ponerme el vestido un tanto arrugado y peinarme un poco.
Ya adentro, todo era una gran fiesta y luces; parejas de danzarines bien arreglados se movían con gracia en “On The Sunny Side Of The Street”. Los músicos lucían un uniforme blanco con vivos azul marino, bien al estilo marinero. Y entre tema y tema, el moderador, con permiso del director de la orquesta, contaba un chiste, que seguramente a otros, como a mí, le hicieron doler un poco la panza de tanto reir.
Después de unos minutos, yo también estaba en plena pista de baile, y a tiempo que giraba en una “Moonlight Serenade”, me dije: ¡Mensch, ésta es sin duda, una de las mejores ideas que he tenido!


lunes, 8 de agosto de 2016


Konstablerwache, Frankfurt

Alemania, contrariamente a lo que la gente, como yo, que vivió toda su vida en el otro lado del mundo piensa, es un país muy cálido, literalmente hablando, sobre todo en verano. Por ejemplo ésta noche hacen como 27 grados. Todo el mundo anda de pantalones cortos y sandalias, bueno no todos. Yo, traigo un vestido de encaje hasta la rodilla y unos zapatos de media estación pues estoy de visita en la ciudad y no me quise arriesgar mucho; pero a la legua se nota que no estoy en la onda del verano.

He llegado sin contratiempos a la estación principal y de ahí a tomar la S-Bahn que me dejará justo en Konstablerwache, son las 19:30 así que las cosas van bien, estoy muy a tiempo, me digo, mientras consulto el reloj. La S-Bahn viene como siempre bien puntual, no es como allá en Buenos Aires donde aquello por lo general sería la excepción, aquí es la regla, por eso sólo en muy raras ocasiones, rarísimas, me vi forzada a tomar un taxi. Confío, como casi todos, en el sistema de transporte público.

Las escaleras eléctricas hacen lo suyo y en unos segundos estoy emergiendo con otros cientos de personas en plena plaza. Todavía están, a punto de ser desarmados algunos de los puestos del mercadillo, que suelen estar abiertos hasta las 18 horas. Apenas salgo, miro para todos lados, en busca de alguien que me haga alguna señal o algo, que indique que me está esperando. Y justo en frente de un letrero luminoso: SALE, está parado el motivo de mi visita. No me es tan fácil reconocerlo, pues hace mucho tiempo que no nos vemos. El está de pie con las piernas cruzadas y un pie apoyado en la pared, con un mano sostiene su chaqueta en la espalda, y con la otra me saluda, tiene el pelo más largo, pero mientras me voy acercando puedo notar que  el brillo en sus ojos no ha cambiado.

Me apresuro a cruzar la calle: Hallo! ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estás? Wie geht es dir? ¿Todo bien? Intento hablar sólo en alemán, y el quiere hacerlo sólo en español. ¿Sabes? Dice, tu alemán es ahora perfecto y me sonríe satisfecho.

Caminamos por la calle arbolada, ésa dónde está una pequeña biblioteca circular que te permite llevarte a casa todos los libros que quieras gratis y está abierta las 24 horas, en plena calle, la miro de reojo al pasar y él parece notarlo, se aproxima a una de sus puertecillas y toma un libro y me lo ofrece: ¡Mira! Justo para vos que te gustan tanto los cuentos. Yo lo recibo y compruebo que se trata de un compilado de Kurze Geschichten escritas por un tal Werner Wilfried Koch. ¡Mmm interesante! le digo. Bueno, ni hablar, te lo llevas ya mismo, me dice él, jalándome de un brazo,  adelantándose, como temiendo de que comenzara a echarle una ojeada a otros libros y que, como ya me ha pasado, elija tantos que sea imposible hacer otra actividad que irse a casa ya mismo a comenzar a leerlos.

Pero hoy estoy de visita, así que pongo el librito en mi bolso y me dejo llevar, bajo la arboleda. Minutos más tarde estamos entrando en un restaurant, en la puerta está esperándonos una jovencísima y sonriente Maître  que nos conduce hasta nuestra mesa, débilmente iluminada, un mantel blanco que está casi rozando el piso y en el centro un exquisito ramo de orquídeas (¡mis flores favoritas!). Espero sea de tu agrado, dice él, me acordé que te gustan los lugares “clásicos”, mientras me ayuda a sacarme mi chaqueta de lino y se la entrega a la Maître, junto con la suya. En el fondo se escucha suave al piano: “my baby take care of me”.

Nos sentamos. ¿Y? ¿Cómo te ha tratado España? Pregunto. El se ríe, y me hace reír, pues es muy gracioso escucharlo, a él, que hace unos años, justo cuando le salió la beca para el doctorado en Salamanca, podía decir sólo “hola”, “buenes días” y alguna que otra palabra más, ahora me responde en un español nativo.

  • Puez, excelente, dice. Tanto que te puedo dezir que no eres la única Doctora de ésta meza.
  • ¿En serio?
  • ¡Puez claro, hombre!
  • ¡Ah bueno, no me digas!
  • Sí, así como lo escuchaz. ¡Doctor en Criptografía, imagínate!
  • Wow, suena...  impresionante. (Aunque sólo tengo una mínima idea, de qué pueda tratarse la Criptografía).
  • Sí, así como lo oyes. Apenas puse un pie de vuelta en Alemania, ya estaba casi comprometido con un trabajo, y nada menos como jefe de departamento... Y gesticula con los labios el nombre de uno de los Bancos más importantes del país.
  • ¿En serio? ¡Genial!
  • Si, pienso lo mismo, sobre todo, porque me permite trabajar aquí, en Frankfurt. Te acordarás de lo mucho que me gusta mi ciudad.

Disculpen, dice la mesera que se ha acercado a nuestra mesa. ¿Desean ordenar algo para beber? Yo, una copa de Riesling, digo. Que sea una botella, dice él. Y nos vamos poniendo al tanto. Yo trato de abreviar al máximo de hablar sobre mí misma. ¿Qué es de Richard? Pregunta. Bueno, el mes pasado se ha ido a Praga, no se si sabrás que ha estado un año y un poco más en Regensburg. ¿Y Rahel? Pues a ella, sí que la tienes cerca, ella vive precisamente aquí, en Frankfurt, ya te pasaré su dirección. ¿Hortence? Dice. En Berlín, le respondo. Se ha comprometido. Uff el tiempo pasa volando, ¿no? Responde. ¡Definitivamente de acuerdo!, le digo. Y luego ordenamos taglietelle con gorgonzola y después una buena porción de postre de mascarpone. ¿Te acuerdas del Stamtisch en Mannheim? Pregunta, y puedo ver que sus ojos reflejan la nostalgia de aquellos días. ¡Claro!, cómo he de olvidarlo, allá en el barcito cerca de la estación de trenes, fue ahí donde nos conocimos, y junto con nosotros todos aquellos que habiendo nacido aquí querían irse a otro país y se fueron y otros que quisimos comenzar una nueva vida aquí. ¡Y así lo hicimos!

Ahhh. El tiempo parece ser sólo un soplo, un día estás aquí, al otro día allá. Y cada tanto la vida te sorprende y jamás deja de ser un misterio, y se vuelve más incomprensible si te empeñas en descubrir su significado.

Se ha habilitado la pista de baile y en un rincón, tímidamente una pareja se mueve. Una mujer en un largo y escotado vestido, parece, como nosotros, no haber entendido nada aún y canta a lo Peggy Lee: Is That All There Is?