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lunes, 8 de agosto de 2016


Konstablerwache, Frankfurt

Alemania, contrariamente a lo que la gente, como yo, que vivió toda su vida en el otro lado del mundo piensa, es un país muy cálido, literalmente hablando, sobre todo en verano. Por ejemplo ésta noche hacen como 27 grados. Todo el mundo anda de pantalones cortos y sandalias, bueno no todos. Yo, traigo un vestido de encaje hasta la rodilla y unos zapatos de media estación pues estoy de visita en la ciudad y no me quise arriesgar mucho; pero a la legua se nota que no estoy en la onda del verano.

He llegado sin contratiempos a la estación principal y de ahí a tomar la S-Bahn que me dejará justo en Konstablerwache, son las 19:30 así que las cosas van bien, estoy muy a tiempo, me digo, mientras consulto el reloj. La S-Bahn viene como siempre bien puntual, no es como allá en Buenos Aires donde aquello por lo general sería la excepción, aquí es la regla, por eso sólo en muy raras ocasiones, rarísimas, me vi forzada a tomar un taxi. Confío, como casi todos, en el sistema de transporte público.

Las escaleras eléctricas hacen lo suyo y en unos segundos estoy emergiendo con otros cientos de personas en plena plaza. Todavía están, a punto de ser desarmados algunos de los puestos del mercadillo, que suelen estar abiertos hasta las 18 horas. Apenas salgo, miro para todos lados, en busca de alguien que me haga alguna señal o algo, que indique que me está esperando. Y justo en frente de un letrero luminoso: SALE, está parado el motivo de mi visita. No me es tan fácil reconocerlo, pues hace mucho tiempo que no nos vemos. El está de pie con las piernas cruzadas y un pie apoyado en la pared, con un mano sostiene su chaqueta en la espalda, y con la otra me saluda, tiene el pelo más largo, pero mientras me voy acercando puedo notar que  el brillo en sus ojos no ha cambiado.

Me apresuro a cruzar la calle: Hallo! ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estás? Wie geht es dir? ¿Todo bien? Intento hablar sólo en alemán, y el quiere hacerlo sólo en español. ¿Sabes? Dice, tu alemán es ahora perfecto y me sonríe satisfecho.

Caminamos por la calle arbolada, ésa dónde está una pequeña biblioteca circular que te permite llevarte a casa todos los libros que quieras gratis y está abierta las 24 horas, en plena calle, la miro de reojo al pasar y él parece notarlo, se aproxima a una de sus puertecillas y toma un libro y me lo ofrece: ¡Mira! Justo para vos que te gustan tanto los cuentos. Yo lo recibo y compruebo que se trata de un compilado de Kurze Geschichten escritas por un tal Werner Wilfried Koch. ¡Mmm interesante! le digo. Bueno, ni hablar, te lo llevas ya mismo, me dice él, jalándome de un brazo,  adelantándose, como temiendo de que comenzara a echarle una ojeada a otros libros y que, como ya me ha pasado, elija tantos que sea imposible hacer otra actividad que irse a casa ya mismo a comenzar a leerlos.

Pero hoy estoy de visita, así que pongo el librito en mi bolso y me dejo llevar, bajo la arboleda. Minutos más tarde estamos entrando en un restaurant, en la puerta está esperándonos una jovencísima y sonriente Maître  que nos conduce hasta nuestra mesa, débilmente iluminada, un mantel blanco que está casi rozando el piso y en el centro un exquisito ramo de orquídeas (¡mis flores favoritas!). Espero sea de tu agrado, dice él, me acordé que te gustan los lugares “clásicos”, mientras me ayuda a sacarme mi chaqueta de lino y se la entrega a la Maître, junto con la suya. En el fondo se escucha suave al piano: “my baby take care of me”.

Nos sentamos. ¿Y? ¿Cómo te ha tratado España? Pregunto. El se ríe, y me hace reír, pues es muy gracioso escucharlo, a él, que hace unos años, justo cuando le salió la beca para el doctorado en Salamanca, podía decir sólo “hola”, “buenes días” y alguna que otra palabra más, ahora me responde en un español nativo.

  • Puez, excelente, dice. Tanto que te puedo dezir que no eres la única Doctora de ésta meza.
  • ¿En serio?
  • ¡Puez claro, hombre!
  • ¡Ah bueno, no me digas!
  • Sí, así como lo escuchaz. ¡Doctor en Criptografía, imagínate!
  • Wow, suena...  impresionante. (Aunque sólo tengo una mínima idea, de qué pueda tratarse la Criptografía).
  • Sí, así como lo oyes. Apenas puse un pie de vuelta en Alemania, ya estaba casi comprometido con un trabajo, y nada menos como jefe de departamento... Y gesticula con los labios el nombre de uno de los Bancos más importantes del país.
  • ¿En serio? ¡Genial!
  • Si, pienso lo mismo, sobre todo, porque me permite trabajar aquí, en Frankfurt. Te acordarás de lo mucho que me gusta mi ciudad.

Disculpen, dice la mesera que se ha acercado a nuestra mesa. ¿Desean ordenar algo para beber? Yo, una copa de Riesling, digo. Que sea una botella, dice él. Y nos vamos poniendo al tanto. Yo trato de abreviar al máximo de hablar sobre mí misma. ¿Qué es de Richard? Pregunta. Bueno, el mes pasado se ha ido a Praga, no se si sabrás que ha estado un año y un poco más en Regensburg. ¿Y Rahel? Pues a ella, sí que la tienes cerca, ella vive precisamente aquí, en Frankfurt, ya te pasaré su dirección. ¿Hortence? Dice. En Berlín, le respondo. Se ha comprometido. Uff el tiempo pasa volando, ¿no? Responde. ¡Definitivamente de acuerdo!, le digo. Y luego ordenamos taglietelle con gorgonzola y después una buena porción de postre de mascarpone. ¿Te acuerdas del Stamtisch en Mannheim? Pregunta, y puedo ver que sus ojos reflejan la nostalgia de aquellos días. ¡Claro!, cómo he de olvidarlo, allá en el barcito cerca de la estación de trenes, fue ahí donde nos conocimos, y junto con nosotros todos aquellos que habiendo nacido aquí querían irse a otro país y se fueron y otros que quisimos comenzar una nueva vida aquí. ¡Y así lo hicimos!

Ahhh. El tiempo parece ser sólo un soplo, un día estás aquí, al otro día allá. Y cada tanto la vida te sorprende y jamás deja de ser un misterio, y se vuelve más incomprensible si te empeñas en descubrir su significado.

Se ha habilitado la pista de baile y en un rincón, tímidamente una pareja se mueve. Una mujer en un largo y escotado vestido, parece, como nosotros, no haber entendido nada aún y canta a lo Peggy Lee: Is That All There Is?