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domingo, 14 de agosto de 2016


El concierto de verano de la orquesta de instrumentos de viento de la policía de Heringsdorf

Era un día espléndido, a finales de julio, justo cuando la playa se llenaba tanto de bañistas como el cielo de gaviotas. Ya comenzaba a caer el sol. Después de haber descansado lo suficiente en mi Strandkorb (canasta de playa) como para recuperar fuerzas de la excursión del día anterior a la isla de Wollin (en Polonia) y haber leído las cien primeras páginas de “Nichts ist je vergessen”, que la Deutsche Bahn recomendaba como el thriller del verano, me dije: ¡Vamos a Heringsdorf! Pues durante el desayuno, mientras echaba mano de la segunda Croissant y al mismo tiempo ojeaba a la Usedom Anzeiger me enteré de que a las 19 horas, la orquesta de la policía del pueblo vecino de Heringsdorf iba a dar un concierto gratuito de gala. Así que arreglé mi Strandkorb, la cerré y volví al hotel, que quedaba justo frente a la playa, puse a secar mi malla en el balcón y me dí una ducha bien fría, pues el clima estival lo ameritaba, después me puse unos jeans, sandalias y una blusa bien delgada, alisté ése vestido que había comprado hace mucho pero aún no había estrenado, lo doblé lo mejor que pude, lo metí en una bolsita de lino y salí rumbo a la playa.
Todo el mundo sabe que lo mejor de Usedom, sino de todo el Ostsee, son las tres playas juntas de Ahlbeck, Heringsdorf y Bansin. Para mí en lo personal, la que más me gusta es Bansin, quizás porque fué la primera que conocí o porque asienta ésas casitas victorianas con sus balconcitos llenos de flores en plena playa, o el muelle, así nada más, desnudo y de madera, sin ningún otro elemento que recuerde que aún estamos dentro del mundo civilizado, aunque sólo de vacaciones y que ni siquiera hemos abandonado Alemania.
La playa no tenía intenciones de estar solitaria y se entretenía estrellando sus olas en los que aún disfrutaban de un atardecer que caía poco a poco, haciéndose esperar. La arena, que mientras más cerca estaba del agua, se hacía más finita y firme, era el lugar perfecto para comenzar esa caminata rumbo al oeste, hacia Heringsdorf. Me saqué las sandalias, me arremangué los pantalones y no me hice de rogar, sino que seguí playa arriba, dejando diminutas huellas, mientras sentía que el agua tibia acariciaba cada paso que daba.
No había avanzado ni siquiera unos doscientos metros, cuando vino corriendo hacia mí un perro demasiado grande como para ser cariñoso, yo no niego que al principio me asusté, pero después al ver que sólo quería buscar algo que había caído en el agua, me tranquilicé e intenté seguir adelante.
  • Disculpe, espero que Rob no le haya molestado. Me dijo una mujer que vino corriendo tras aquel canino, intentando disculparse.
  • No, no fué nada... respondí yo.
  • ¡Oh! Menos mal... mi nombre es Ann. Me dijo a continuación, extendiéndome la mano y sacándose los anteojos de sol.
  • Teresa, respondí yo.
  • ¡Encantada! ¿Es su primera vez en la isla, no? Lo digo, porque vengo todos los años y aún no la había visto...
  • Si, es la primera vez que vengo...
  • Se nota de lejos, ¿sabe?
  • ¿Ah si? Le dije, sin saber aún qué es lo que me pudo haber delatado.
  • Es que Bansin es un pueblito bien chico... dijo ella. Mi esposo y yo, hace unos años hemos comprado la Vineta y desde entonces venimos aquí todos los veranos, continuó.
  • Ya veo, dije, mirando para el oeste, intentando seguir mi camino, pues eran como las seis de la tarde y yo tenía aún que recorrer casi un kilómetro y medio a pie.
  • Mire, Teresa, vamos a dar una fiesta mañana, prosiguió, si no tiene otro compromiso, me encantaría que pudiera venir...
  • Gracias, pero... dije muy sorprendida de que alguien pudiera ser tan espontáneo en éstos días. Sin duda es culpa del verano.
  • No hay problema si no viene, pero sepa que estaremos mañana como a ésta hora, allá, dijo señalando hacia una casa un tanto rosa con balcones amplios, en la Vineta..., vendrán un par de amigos míos y otro tanto de parte de mi marido.
Había olvidado decir que casi todas las casas aquí tienen nombre propio. Y Vineta era una de ellas.
  • Gracias por la invitación. Entonces, puede que hasta mañana, me despedí.
  • Hasta mañana, dijo Ann, que se disponía a lanzar de nuevo la pelota a Rob para que éste pudiera rescatarla de las aguas.
Seguí playa arriba y todavía ví muchos caninos que jugaban de lo más  divertidos con sus dueños y sólo después de haber avanzado lo suficiente me dí cuenta que estaba caminando justo en la playa de mascotas, que eran como unos trescientos metros de largo y estaban perfectamente delimitados con divertidos letreros en forma de hueso.
Casi las seis y media, siempre playa arriba, comencé a escuchar algo que parecía ser salsa, y nada más que cantada en español. Al acercarme pude comprobar que justamente éso era, un escenario armado en una tienda enorme en la playa, donde casi todo el público estaba bailando. Bien rápido me enteré de qué se trataba: un grupo latinoamericano, no sé de dónde, pero cantaba covers de música tropical en español, y yo por supuesto también aproveché y canté a todo pulmón: “usted abusó, sacó provecho de mí, abusó...”, luego me compré una caipirina y la tomé hasta el fondo, mientras la banda ya estaba tocando “Beni Moré, como baila usted”. La gente parecía estar tan contenta y bailaba frente al escenario, que me dieron ganas de quedarme en la playa de Bansin, pero enseguida hice la comparación entre lo mucho que me gusta la música tropical y la de orquesta, y no hubo mucho para pensarlo, al menos no, en mi caso, así que seguí adelante.
En el camino me crucé con aquellas personas que hacían el tránsito en sentido contrario, siempre con pasos relajados, propios de quien está de vacaciones. Llegué a un lugar donde se podían recolectar conchitas de mar y me hice de un par, eran blanquísimas, las tomé como recuerdo de éste verano tan al norte, tanto que yo nunca había estado.
Cuando eran casi las siete y media, la hora que precisamente la banda ya estaría comenzando el concierto, un letrero me anunciaba que recién estaba atravesando la división entre Bansin y Heringsdorf. Metros más adelante vi una multitud de gente congregada al borde de la playa y conforme me fuí acercando, pude escuchar algunas notas de tango. Tango y caballos. Exquisito. No era como para perdérselo, así que me acomodé entre el público y ví como los caballos entrenados y ataviados para el efecto que hacían piruetas al ritmo de la música, un leve sueño de Buenos Aires, una caminata de otoño sobre la Avenida de Mayo o un café con leche a media mañana en la Avenida del Libertador.
A casi las ocho y tantos reinicié mi marcha y puse el google maps, pues no sabía bien con certeza el lugar donde estaba tocando la banda, pero había que encaminarse en medio del pueblo, dejando la playa.
Casi a las nueve de la noche llegué finalmente al concierto. Antes tuve que entrar a un sanitario para ponerme el vestido un tanto arrugado y peinarme un poco.
Ya adentro, todo era una gran fiesta y luces; parejas de danzarines bien arreglados se movían con gracia en “On The Sunny Side Of The Street”. Los músicos lucían un uniforme blanco con vivos azul marino, bien al estilo marinero. Y entre tema y tema, el moderador, con permiso del director de la orquesta, contaba un chiste, que seguramente a otros, como a mí, le hicieron doler un poco la panza de tanto reir.
Después de unos minutos, yo también estaba en plena pista de baile, y a tiempo que giraba en una “Moonlight Serenade”, me dije: ¡Mensch, ésta es sin duda, una de las mejores ideas que he tenido!