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jueves, 14 de julio de 2022

 Mona, Irina y yo

Mona, trae hoy un hermoso pañuelo en forma de turbante atado en la cabeza. Al verla, me parece que hoy luce especialmente linda, así que le digo: ¡Mona, qué lindo es tu pañuelo! Ella me sonríe y dice, muy confiada: ¿Sabes? Hoy me puse un conjunto completamente amarillo, el pañuelo es parte de él. Yo me la quiero imaginar, a ella, con su túnica del todo amarilla, de los pies a la cabeza. Es difícil, pues lleva puesto el uniforme que lucen las empleadas de la limpieza del hospital, uno de color celeste, que no obstante combina muy bien con el color de su turbante. Mona es musulmana, por ello no le es permitido mostrar sus cabellos, que los lleva siempre atados debajo de su pañuelo. Mona, Irina y yo nos hemos hecho amigas en éste corto período de tiempo.

En la Estación donde estoy “destinada” ahora, no hay opción para tener más amistades o al menos charlas informales. Las enfermeras son muy diferentes aquí, siempre están tan estresadas, que es imposible entablar con ellas una conversación amigable o al menos adecuada. Aún no he logrado descifrar la razón de tal carga emocional que llevan consigo y al haber agotado todas las maneras, de abrirme un camino hacia ellas, he cesado de intentar. Pero en éste tiempo, éso sí, he logrado identificar a aquellas, que están dotadas de tal grado de malignidad, que hay que agradecer el hecho de que quieran mantenerse alejadas.

Decía antes, que Mona, Irina y yo nos hemos hecho amigas. Irina es la encargada de repartir la comida, es originaria de Kajajistán, la mayor de nosotras tres y la que más tiempo lleva aquí. Así que, lo de la identificación referente al grado de maldad nombrada hace rato, no le es desconocida. Yo, de las tres, soy la más nueva, tan sólo cuatro meses; desde los primeros días del mes de marzo y sólo estaré hasta el mes de octubre. En resumen, sólo me faltan tres meses para cumplir mi condena. Condena que tengo que sufrir para luego gozar de las libertades, que pienso, me otorgará el hospital oncológico de día.  

Pero con amigas como éstas, no se puede querer otra cosa, pues ambas, de sobremanera, me miman. Gracias a Mona tengo mi habitación siempre muy bien arreglada y oliendo a limpio a todas horas. Y ahora que es verano, tan sólo al llegar al trabajo siento la diferencia. Y gracias a Irina, tengo asegurados para el desayuno panecillos frescos con semillas y rebanadas de queso y sólo he tenido que pisar, unas contadas veces el comedor a la hora del almuerzo, pues ella reserva para mí, los platillos, que en su opinión son los que mejor le salen al Chef y nunca se equivoca. Aunque también con ello también vengan los “contra”, como por ejemplo, hoy por la mañana pude constatar con absoluto terror, que he subido en éste tiempo, al menos tres kilos de peso ;)


domingo, 10 de julio de 2022

 Hermoso Mini-Jumpsuit, talla 36, se vende

El Mini-Jumpsuit en cuestión es de color blanco, hecho de un material no transparente compuesto de 40% algodón y 60% seda mulberry. Tiene cuello V con solapas y botones adelante. Luce mangas cortas y es ligeramente entallado en la cintura. En la parte de abajo parece más bien una faldita que se anuda en la cintura, pero no; abajo posee unos shorts que aunque te agaches, no te delatan. Está deliciosamente bordado en el pecho con flores de color fuscia, naranja y azul intenso. Yo lo usé sólo una vez, pero durante todo un día.

Fue en el verano del 2019 cuando asistí al festival de cine de Valletta, en Malta. Yo había viajado con el objeto de participar de todo el festival y había reservado de antemano las entradas para las sesiones especiales que me interesaban particularmente, entre éstas, me ilusionaba la idea de conocer y si fuera posible, conversar con el director de una de las películas que más me dió a reflexionar sobre la absurdidad de la vida: Béla Tarr, The Turin Horse. Y en aquel día concreto me levanté muy temprano y me decidí de inmediato por el Jumpsuit, y como casi siempre que estoy de vacaciones, no olvidé llevar debajo un traje baño, en éste caso también blanco. Lo combiné con espadrilles beiges de terraplén, de ésos que se anudan en los tobillos. Puse mi cuaderno de apuntes, mapa, chal, anteojos y objetos varios en un shopper grande de jute y al salir agarré también mi sombrejo de panamá blanco. 

Fuí la única en la terraza del hotel a la hora de desayuno. Éste estaba perfectamente ubicado en la bahía de St. Julian, un edificio modernísimo que en el último piso poseía una enorme piscina al aire libre y a lado el restaurant. Desde allí, café en mano, pude apreciar el lento despertar de la ciudad, los botes atracados en el muelle se balanceaban suavemente, como preparándose para el ajetreo del día. El sol, aunque aún era temprano, ya brillaba con intensidad reflejándose en las ondas relajadas del agua.

Al salir del hotel no tomé el enseguida el autobús, sino que caminé lentamente, y a mis anchas, a lo largo de La Triq it Torri en dirección a Silema. El trayecto me tomó mucho más de lo previsto, pues yo me detenía a ratos para observar extasiada la increíble belleza del mar, intentando conservar para mí ésos instantes, que aún ahora, cuando el agobio de la cotidaneidad diaria me oprime, puedo todavía vivídamente recordar.

Toda la ciudad de Valletta tomaba parte del evento, a lo largo de las calles se podían apreciar los carteles donde los locales anunciaban alguna que otra actividad en el marco del festival. Pero era el Palacio del Congreso que había sido habilitado para la proyección de la película y su posterior charla con el Director. La vereda había sido alfombrada en rojo oscuro y cercada, con las señalizaciones que lo obligaban a uno a pasar por el puesto de control, donde el personal del festival controlaba la inscripción previa y le daba a uno el programa, la invitación a la Recepción y una credencial con su nombre correspondiente. 

La sala estaba colmadísima, casi todos habíamos llegado con mucha antelación. Un aplauso efusivo inundó la misma cuando el Director entró en companía de un séquito de personas y sólo se acalló, cuando éste nos saludó repetidas veces con la mano a tiempo de acomodarse en la primera fila.  Entonces las luces se apagaron y comenzó el film.

Fue cuando ya estaba en el baño, lavándome la cara, después de haber llorado durante casi la mayor parte de la película, que conocí a Lola. Ella estaba en el lavabo justamente por la misma razón que yo y al enterarse de que había ido sola, enseguida me invitó a ir con ella y su grupo: una media docena de estudiantes de la universidad local, que ya estaban engullendo sin disimulo, uno tras otro los bocadillos que circulaban en la Recepción. El Director también estaba allí, siempre rodeado de tanta gente, que era imposible acercárcele. Cuando la ronda de los bocadillos y bebidas hubo cesado, Andrew, uno de los amigos de Lola sugirió salir e ir por unas bebidas. 

Salimos y fuimos caminando ahí nomás al centro de la ciudad y nos hicimos de cervezas. Con ellas en mano bajamos hacia donde St. Elmo Square se hace playa y nos instalamos en las enormes rocas que yacen allí. Alguien puso una music-box a todo volumen y a ésas horas de la tarde, en pleno verano, de verdad que hacía mucho calor. Los chicos no se hicieron esperar y al poco tiempo ya se habían metido en el agua, y desde allí nos salpicaban a Lola, Claire y a mí con chorros grandes de agua, animándonos a zambullirnos. Yo no me dejé rogar, me quité el Jumpsuit, me acomodé el traje de  baño y salté.

Cuando la tarde hubo caído, yacíamos todos recostados en las rocas, haciendo planes para lo que sería la noche. De nuevo, Andrew dijo que conocía alguien, que a su vez conocía a un tercero que quizás pudiera hacer que nos coláramos en la fiesta en el Palacio del Congreso. Y hacia allá nos fuimos. ¡Fue increíble! No recuerdo haberme reído o bailado tanto como en aquella noche. Creo que en el fondo de mí intentaba hacer, de un sólo tirón hasta la madrugada, todo lo que los tres personajes de la película hubieran deseado hacer siempre. Lo que sucedió cuando de nuevo salió el sol, dá para otra historia.

Lo cierto es que cuando volví de Malta, llevé el Jumpsuit a la tintorería, lo retiré y así tal cual lo guardé todo éste tiempo. Hace una semana intenté volver a usarlo y ¡oh sorpresa!, mi talla hubo aumentado pues considerablemente en los últimos tres años, y ante la carencia de una opción de mejora, luego de haberlo meditado bien, no sin un poco de nostalgia, decidí ponerlo en venta. Le saqué un par de fotos y ayer por la tarde lo colgué en Internet. 

Hoy por la manana me encontré con varios mensajes sobre el objeto en cuestión: ¡Qué lindo Jumpsuit! ¿Tendrás también en la talla 40? O el siguiente: ¡Me encanta! ¿Quisieras cambiarlo por otra cosa? Otra escribió: Si me das un 50% de descuento te lo compro de inmediato. No obstante de todos los mensajes, hubo uno repleto de emojis de monito avergonzado, cuyo texto lo transcribo aquí tal cual: ¡Hola! ¡No sabes cómo me enamoré del Jumpsuit! Lo que pasa es que soy estudiante y mi presupuesto no alcanza. No quiero parecer desvergonzada, pero te ofrezco sólo ... (aquí escribió una cantidad mínima), ya sé que es poco... Disculpas y saludos desde Lübeck. Firma: Nemo474.

Un par de horas más tarde, he terminado de doblar cuidadosamente el Jumpsuit. A tiempo de empaquetarlo para su envío por correo, lo vuelvo a mirar por última vez..., una época que no ha de volver. 

Antes de cerrar la caja, adjunto una nota: Estimada Nemo474, gracias por tu compra, te deseo muchísima diversión y felicidad con el Jumpsuit. 

¡Y algo me dice que la tendrá!