Hermoso Mini-Jumpsuit, talla 36, se
vende
El Mini-Jumpsuit en cuestión es de
color blanco, hecho de un material no transparente compuesto de 40% algodón y
60% seda mulberry. Tiene cuello V con solapas y botones adelante. Luce mangas cortas
y es ligeramente entallado en la cintura. En la parte de abajo parece más bien
una faldita que se anuda en la cintura, pero no; abajo posee unos shorts que aunque te agaches, no te delatan. Está
deliciosamente bordado en el pecho con flores de color fuscia, naranja y azul intenso.
Yo lo usé sólo una vez, pero durante todo un día.
Fue en el verano del 2019 cuando
asistí al festival de cine de Valletta, en Malta. Yo había viajado con el objeto
de participar de todo el festival y había reservado de antemano las entradas
para las sesiones especiales que me interesaban particularmente, entre éstas,
me ilusionaba la idea de conocer y si fuera posible, conversar con el director
de una de las películas que más me dió a reflexionar sobre la absurdidad de la
vida: Béla Tarr, The Turin Horse. Y en aquel día concreto me levanté
muy temprano y me decidí de inmediato por el Jumpsuit, y como casi siempre que
estoy de vacaciones, no olvidé llevar debajo un traje baño, en
éste caso también blanco. Lo combiné con espadrilles beiges de terraplén, de
ésos que se anudan en los tobillos. Puse mi cuaderno de apuntes, mapa, chal,
anteojos y objetos varios en un shopper grande de jute y al salir agarré
también mi sombrejo de panamá blanco.
Fuí la única en la terraza del hotel a la
hora de desayuno. Éste estaba perfectamente ubicado en la bahía de St. Julian,
un edificio modernísimo que en el último piso poseía una enorme piscina al aire
libre y a lado el restaurant. Desde allí, café en
mano, pude apreciar el lento despertar de la ciudad, los botes atracados en el
muelle se balanceaban suavemente, como preparándose para el ajetreo del
día. El sol, aunque aún era temprano, ya brillaba con intensidad reflejándose
en las ondas relajadas del agua.
Al salir del hotel no tomé el
enseguida el autobús, sino que caminé lentamente, y a mis anchas, a lo largo de
La Triq it Torri en dirección a Silema. El trayecto me tomó mucho más de lo
previsto, pues yo me detenía a ratos para observar extasiada la increíble
belleza del mar, intentando conservar para mí ésos instantes, que aún ahora, cuando
el agobio de la cotidaneidad diaria me oprime, puedo todavía vivídamente
recordar.
Toda la ciudad de Valletta tomaba
parte del evento, a lo largo de las calles se podían apreciar los carteles
donde los locales anunciaban alguna que otra actividad en el marco del
festival. Pero era el Palacio del Congreso que había sido habilitado para la
proyección de la película y su posterior charla con el Director. La vereda
había sido alfombrada en rojo oscuro y cercada, con las señalizaciones que lo obligaban
a uno a pasar por el puesto de control, donde el personal del festival
controlaba la inscripción previa y le daba a uno el programa, la invitación a
la Recepción y una credencial con su nombre correspondiente.
La sala estaba colmadísima, casi todos habíamos llegado con mucha antelación.
Un aplauso efusivo inundó la misma cuando el Director entró en companía de un séquito
de personas y sólo se acalló, cuando éste nos saludó repetidas veces con la mano a tiempo de acomodarse
en la primera fila. Entonces las luces se apagaron y comenzó el film.
Fue cuando ya estaba en el baño,
lavándome la cara, después de haber llorado durante casi la mayor parte de la
película, que conocí a Lola. Ella estaba en el lavabo justamente por la misma
razón que yo y al enterarse de que había ido sola, enseguida me invitó a
ir con ella y su grupo: una media docena de estudiantes de la universidad local, que ya
estaban engullendo sin disimulo, uno tras otro los bocadillos que circulaban en
la Recepción. El Director también estaba allí, siempre rodeado de tanta gente,
que era imposible acercárcele. Cuando la ronda de los bocadillos y bebidas hubo
cesado, Andrew, uno de los amigos de Lola sugirió salir e ir por unas bebidas.
Salimos y fuimos caminando ahí nomás al centro de la ciudad y nos hicimos de
cervezas. Con ellas en mano bajamos hacia donde St. Elmo Square se hace playa y
nos instalamos en las enormes rocas que yacen allí. Alguien puso una music-box
a todo volumen y a ésas horas de la tarde, en pleno verano, de verdad que hacía mucho calor. Los chicos no se
hicieron esperar y al poco tiempo ya se habían metido en el agua, y desde allí nos
salpicaban a Lola, Claire y a mí con chorros grandes de agua, animándonos a zambullirnos.
Yo no me dejé rogar, me quité el Jumpsuit, me acomodé el traje de baño y salté.
Cuando la tarde hubo caído, yacíamos
todos recostados en las rocas, haciendo planes para lo que sería la noche. De
nuevo, Andrew dijo que conocía alguien, que a su vez conocía a un tercero que quizás
pudiera hacer que nos coláramos en la fiesta en el Palacio del Congreso. Y hacia allá nos fuimos. ¡Fue increíble! No recuerdo haberme reído o bailado tanto como en aquella noche. Creo que en el fondo de mí intentaba hacer, de un sólo tirón hasta la madrugada, todo lo que los tres personajes de la película hubieran deseado hacer siempre. Lo que sucedió cuando de nuevo salió el sol, dá para otra historia.
Lo cierto es que cuando volví de
Malta, llevé el Jumpsuit a la tintorería, lo retiré y así tal cual lo guardé todo éste tiempo. Hace
una semana intenté volver a usarlo y ¡oh sorpresa!, mi talla hubo aumentado pues considerablemente
en los últimos tres años, y ante la carencia de una opción de mejora, luego de haberlo
meditado bien, no sin un poco de nostalgia, decidí ponerlo en venta. Le saqué un
par de fotos y ayer por la tarde lo colgué en Internet.
Hoy por la manana me encontré
con varios mensajes sobre el objeto en cuestión: ¡Qué lindo
Jumpsuit! ¿Tendrás también en la talla 40? O el siguiente: ¡Me encanta! ¿Quisieras cambiarlo
por otra cosa? Otra escribió: Si me das un 50% de
descuento te lo compro de inmediato. No obstante de todos los mensajes, hubo
uno repleto de emojis de monito avergonzado, cuyo texto lo transcribo aquí tal cual: ¡Hola! ¡No sabes cómo me enamoré del Jumpsuit!
Lo que pasa es que soy estudiante y mi presupuesto no alcanza. No quiero
parecer desvergonzada, pero te ofrezco sólo ... (aquí escribió una cantidad mínima),
ya sé que es poco... Disculpas y saludos desde Lübeck. Firma:
Nemo474.
Un par de horas más tarde, he terminado de doblar cuidadosamente el Jumpsuit. A tiempo de empaquetarlo para su
envío por correo, lo vuelvo a mirar por última vez..., una época que no ha de volver.
Antes de cerrar la
caja, adjunto una nota: Estimada Nemo474, gracias por tu compra, te deseo muchísima
diversión y felicidad con el Jumpsuit.
¡Y algo me dice que la tendrá!