El viejo truco
Parte 1
Llevo un par de años acá, como médico residente del hospital y he
logrado identificar, sin que nadie me lo haya dicho o haya llegado siquiera a
insinuar, porque no sería de buena educación hablar de ello, y todo el mundo
sabe que los médicos son seres muy educados, lo que yo llamo: “el viejo truco”. (Y
que conste que ni siquiera yo lo he comentado hasta ahora con otra persona, recién
lo hago ahora, aquí, a solas y por escrito).
Todo aquel que tiene planificada su
vacación o vuelve de ella tiene elevadas posibilidades de caer desgraciadamente
enfermo, con un lapso que es variable, algunos padecerán una enfermedad leve “resfrío,
dolor abdominal sin causa aparente, diarrea” otros, los más desgraciados y que
los hay, sufrirán “bronquitis aguda, infección urinaria complicada, fiebre de
origen desconocido”. Por lo cual el lapso más o menos estimable de que lleguen
a faltar al trabajo suele oscilar entre tres y siete días hábiles, aunque ha
habido casos graves que han requerido semanas. Todo ello sucederá con increíble
cálculo, (o no...) de tal modo que quien sale de vacaciones se reportará
enfermo más o menos una semana antes y el que vuelve, lo hará inmediatamente después.
Aquí, se debe considerar el hecho de que estamos hablando de una población
joven, que ha aprobado todos los rigurosos exámenes pre-ocupacionales que exige
el Ministerio de Salud y cuya edad oscila entre veinticinco y treinta y cinco
años ¿Qué será lo que les pasa? A veces me pregunto... ¿Será lo mismo que todas
las mañanas me hace querer subirme a la S-Bahn rumbo a la estación principal?
Que no se piense que el problema es general, no, también están aquellos que
jamás habrán de faltar a sus obligaciones, que se presentan a trabajar aunque
apenas puedan abrir los ojos durante un minuto completo, tenga la voz como un
hilo o estén volando de fiebre.
Lunes, 10 de septiembre de 2018
Sophie tiene que volver hoy de vacaciones, han sido tres semanas de
libertad y paz para ella, de muchísimas horas extras para los que quedamos acá. “Suerte con todo hermosa, a la vuelta te cuento cómo estuvo Sud
Africa” se despidió.
“Debe haber vuelto” me digo, pero cuando entro al vestuario general donde
los residentes nos mudamos de ropa; sus zapatitos, pequeños y blancos, como dos
conejitos que acaban de nacer, yacen todavía ahí inmóviles, perfectamente
alineados, al lado de otros de diversas formas y colores que los colegas han
ido dejando al ponerse el uniforme. Son las ocho pasadas y el controlador
automático de huellas dactilares no tolera ni un segundo de impuntualidad. “¿Lo
ves?” pienso con fastidio, “el viejo truco”.
Continuará...