Tú y
la salita Santa Chiara
La noche comenzó para nosotros,
recién al amanecer; por algunas horas tú y yo, dos extraños solitarios, nos miramos.
Tus ojos, dos lámparas profundas, iluminaron raramente mi fondo, ahí donde estoy
sólo yo, donde es imposible pretender ser. Ésa sensación de haberte tenido una
vez, quizás varias..., ¿pero cuándo? ¿dónde? ¿es que se vive solo una vez?
Nuestras
soledades también se sentaron, aunque fuera por un rato. No,
dije, justificando el hecho de no estar con algún otro; no estoy sola, estoy
conmigo misma. Sí, cierto, confirmaste tu soledad y añadiste, señalándonos, igual, esto es un plus.
Misteriosamente ésa noche, fuímos dos,
extrañamente conocidos, abrazados para siempre en la escalera infinita de aquel verano muriente.