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martes, 24 de diciembre de 2019


Un puente sobre Budapest

El concierto en el Jazz Club resultó exactamente como me lo había imaginado. El grupo Equinox brindó una magnífica e inolvidable performance. Incluso se me ubicó en una mesa, sin haber tenido que reservarla con antelación. Durante el concierto, que terminó un poco más allá de la medianoche, pude disfrutar de un Gin (Heindricks) Tonic con una rodaja de pepino. Ésto último, gracias al amable mesero que a pesar de mi terrible inglés fué capaz de comprenderme.
El Jazz Club quedaba cerca del Parlamento. Mi hotel también, pero a mí no me gusta la idea de acostarme temprano o dormir hasta tarde cuando estoy de vacaciones. Así que decidí tomar el tranvía número 6 en dirección a Buda y planeé bajarme apenas haber cruzado el puente. Así lo hice. A ésas horas, si bien el tranvía estaba concurrido, no habían turistas a la redonda. Los pasajeros iban en silencio, como pude observar, se comportan generalmente los húngaros.
La vista de la ciudad sobre la otra vera del Danubio era espectacular. Permanecí allí por varios minutos observando, a pesar del frío húmedo de diciembre. Intentaba memorizar para más adelante, todos aquellos preciosos detalles; los contornos de los edificios parecían surreales con la iluminación de fondo. La calle cerca del puente estaba completamente desierta, a mí no me importó, me sentía segura, quizás fuera que el alcohol me hacía sentir algo de su omnipotencia.
Cuando mis mejillas y los dedos de mis manos y pies comenzaron a presentar ligeros síntomas de dolor a causa del frío, fué que me animé a hacer el camino de regreso cruzando el puente. Intencionalmente elegí el camino a pie. El paseo fue magnífico. Me quedé absorta en medio del río contemplando ambos lados. La Torre de los Pescadores y el Palacio Buda a la derecha, el Parlamento y las torres de las iglesias múltiples resaltando a la izquierda. Un completo silencio se había apoderado de la noche.
Decidí retomar mi camino y volver al hotel cuando el ruido de un motor que se aproximaba, hizo voltearme. Algo que se pudiera llamar instinto me llevó a ocultarme en uno de los balconcitos que poseía el puente. Sólo unos instantes bastaron para que un auto se estacionara súbitamente unos pocos metros desde donde yo me encontraba. Una persona corpulenta descendió rápidamente desde el volante, abrió la puerta que daba al asiento trasero y sacó de el a rastras a una figura más pequeña, que no se movía, parecía estar inconsciente o quizás algo peor. Sin lugar a dudas era una mujer. Ella, la mujer, era muy pequeña.
Por un momento no podía creer lo que estaba pasando, mi primera reacción fue pensar que yo pudiera estar malinterpretando la situación. Así que me quedé quieta en las sombras, oculta y en silencio. Sólo bastaron unos instantes hasta que la figura, que ahora podía ver clararamente, se trataba de un hombre continuara jalando cada vez más y más a la mujer hasta aproximarla tanto a la varanda que no cabía duda que estaba preparándose para soltarla y dejarla caer al río.
Fue ahí que intempestivamente reaccioné y salí de mi escondite agitando los brazos a tiempo que estaba gritando: ¡Suéltela, qué hace, pero... déjela! El hombre enseguida la soltó, depositándola sobre el piso, luego se volvió hacia mí sin dar muestras de estar sorprendido. En ése momento caí en cuenta que la mujer que parecía estar siendo arrastrada, se incorporó de inmediato sacudiéndose enérgicamente las ropas, mirándome y murmurando algo en un idioma extraño. 
Me puse a correr lo más rápido que pude, intentando escapar y alcanzar la otra orilla, pero el hombre fue más veloz, me alcanzó enseguida sujetándome de los brazos. Yo intenté defenderme, huir, gritar en vano pidiendo ayuda. Él me agarró por el cuello, haciéndose de mi chalina comenzó a apretarla más y más hasta que yo sentí que el cuerpo ya no me obedecía. Entonces me arrastró de vuelta en dirección al auto. Lo último que llegué a escuchar, fue a lo lejos el chirrido del tranvía que comenzaba a entrar de nuevo en el puente en dirección a Pest.