Minero
(Segunda Parte)
By Pseudomona
Se encaminó
como siempre rumbo al espacio 3, saludando animoso a los otros obreros que ya
se disponían a iniciar su jornada. Descendió acto seguido a la galería “La Milagrosa”
que poseía actualmente la veta más grande y en la que se trabajaba a
toda máquina, no vaya a ser que de un momento a otro desapareciera, por esos
misterios que los supersticiosos atribuían al Tío de la mina. Este, era todo un
personaje representado en la figura sin edad de un hombre mestizo de aspecto
macizo y brazos enérgicos, casi se podría decir que era bello y tranquilamente
pudiera ser un Dios andino en los subsuelos. Era magnánimo y a la vez exigente,
siempre había que darle un manojito de coca y un poco de alcohol de quemar a cambio
de su ostentosa sonrisa de dientes dorados. Ellos ciegamente se entregaban a su
protección en ésos rincones donde jamás había llegado el sol, ni el Señor de
las alturas se dignaba sólo a arrimarse un ratito.
Hace exactamente
9 días que habían depositado la carta adjunta a sus peticiones en las propias
manos del capataz de “La Esperanza”, pero no se había sucedido todavía ningún
cambio, sólo miradas cómplices y cuchicheos temerosos, siempre sobre la
posibilidad de que de un día al otro los dejasen en la calle, así el miedo
colectivo se iba apoderando del campamento y poco a poco apretaba sus gargantas con su
invisible mano.
Si bien él también
esperaba con impaciencia la muda respuesta al mismo tiempo creía que debían juntarse
otra vez y en ésta ocasión amenazar con ir a la huelga y quien sabe así obtendrían
algo más de atención, sí había que ir a la huelga y así se lo hizo saber al
maestro de la escuela.
Iba
mascullando sumergido en sus ideas cuando llegó por fin a la “La Milagrosa” donde
el ingeniero ya lo estaba esperando y apenas lo vio se le adelantó para decirle
que habían descubierto un nuevo filón 2 galerías más abajo, que ese día se
llevara a una cuadrilla de trabajadores para allá, así pudieran avanzar
algo y comprobar si realmente se trataba de una veta grande para armar un
equipo permanente al otro día.
En breves
minutos se conformó un grupo de ocho mineros que trabajarían a su cargo y
rápidamente se dirigieron mina adentro, hasta su corazón más oscuro sin perder
de vista al ingeniero que detuvo su marcha frente a un bloque de montaña y
señaló el sitio donde había que comenzar a excavar.
Ellos provistos con sólo un par de barrenos y toda las fuerza de sus pulmones quechuas, comenzaron a aguzar el henchido estómago de la roca para que ésta revelara su verdad.
Ellos provistos con sólo un par de barrenos y toda las fuerza de sus pulmones quechuas, comenzaron a aguzar el henchido estómago de la roca para que ésta revelara su verdad.
La campana
improvisada de la escuela ése tarde repicó sin cesar, había que reunir a todo
el pueblo para comunicarles que un terrible accidente se había sucedido en la
mina. Aunque las mujeres y niños mineros están acostumbrados a no derramar
ninguna gota de llanto y soportar lo que venga sin siquiera emitir una queja,
no pudieron ese día evitar que un río de lágrimas creciera caudaloso en medio
del campamento mientras el capataz leía de pie los nombres de los ocho mineros
que habían “desaparecido” en ése “desafortunado incidente”, ya que por las características
del terreno era imposible siquiera rescatar sus cuerpos. “Que Dios los tenga en
su gloria”.