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viernes, 13 de abril de 2012



Minero

By Pseudomona

Se detuvo pensativo a la entrada del socavón donde la imagen idólatra del Tío lo recibía con una silenciosa carcajada de bienvenida eterna, fijó su atención en aquel menudo hilo de agua sucia que se desprendía gota a gota desde una vasija rota con flores marchitas que enseguida lo transportó a un gran río de aguas límpidas que dejaba ver las piedras redondeadas de múltiples colores en su vasto lecho y de corriente tan mansa que cualquiera se podía quitar las ojotas y caminar relajado río arriba…
Una bocanada de aire frío le abofeteó la cara para recordarle que hacía muchos años que había dejado su río, que a estas horas se encontraba de pie cerca de la boca oscura de la montaña y era tiempo de ingresar de nuevo al seno profundo para comenzar su interminable jornada. Despacio se acomodó su destartalado casco y con un escupitajo de desprecio nunca de resignación, soltó con fuerza la masa verde de acullico sobre el enorme basural que formaba un gran montículo y ésta vez también como hace ya tiempo se le escapó un coágulo de sangre junto con un profuso ataque de tos. Le dolía crónicamente la espalda y tenía los brazos exhaustos, pero ahora parecía que su pecho quería desgarrarse, sería casi seguro a consecuencia de la pena, la pena de dejar pasar los días, meses, años y años trabajando en condiciones miserables, no poder ahorrar un solo peso para volverse de nuevo a su pueblo, comprarse un pedacito de tierra y ponerse a sembrar maíz o quizás alfalfa como había sido inicialmente su plan al mudarse para acá, atraído por las oportunidades imperdibles que decía tener la mina y todo lo que se podía atesorar trabajando en ella.

Aunque antes tampoco había sido fácil al menos era más joven y más tonto para sobrellevar su situación de manera más o menos tranquila, pero ahora cada vez que terminaba su extenuante jornada se sentía mucho más débil y cansado, que sólo caminaba el corto recorrido a casa y se tiraba a dormir unas horas para luego tener que retornar casi enseguida. Se había dado cuenta que nada había cambiado en cientos de años en esta patria olvidada, porque lo que habían dispuesto los españoles hace más de medio siglo con su sangre Quechua ahora lo estaban haciendo los empresarios del estaño.

Por eso recién, luego de haber pasado tanto tiempo con la cabeza baja y la voluntad  apoyada en el barreno buscando voluntarioso un filón de metal o una nueva veta de estaño, el, que había sido uno de los primeros en llegar al asentamiento, había decidido promover un movimiento genuino de trabajadores que protegieran sus derechos de hombres y de mineros. La noche anterior luego de tantos intentos, se había reunido al fin clandestinamente con cincuenta y nueve barreteros, casi la mitad de los trabajadores del pulmón de la Compañía La Esperanza, todos ellos seguro no pasarían de los cuarenta años, pero ya tenían el pelo entrecano, los hombros abatidos y los labios tiznados de un tinte verduzco por la costumbre ancestral de masticar coca para tolerar sus exigentes labores. También había asistido el maestro de la escuela y con su ayuda luego de haber deliberado sus parcas inquietudes, pudieron redactar por escrito las peticiones básicas que proponían los obreros junto con una carta en la que solicitaban una junta con el capataz de la empresa para explicarle personalmente sus aspiraciones.
Todos ellos al ser analfabetos habían dejado la impronta azul de su pulgar derecho al final del documento, en señal de estar de acuerdo con algo que después de una escueta salutación rezaba más o menos así:

-          Disminución de cantidad de horas de trabajo. Señores consideramos que el actual horario es inhumano.
-          Exigimos una mejoría en cuanto al sueldo. La plata no alcanza para la canasta básica  y sabemos que otras compañías de la región ya han tomado medidas al respecto.
-          Pedimos que la escuela prolongue un poco más sus clases a los niños más grandes para que puedan continuar sus estudios y aprendan algún oficio.
-          Consideramos urgente la presencia de un doctor y una enfermera. Está mal tener que esperar a morirse sin siquiera saber de qué uno se ha enfermado.
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Continuará