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viernes, 6 de abril de 2012



 Paula

By Pseudomona

El sonido puntilloso de un mensaje me hizo volverme para atrás y dejar de mirar por la ventana.
-          ¿Y que pasó?
-          Estoy yendo
-          Dale Fede
Al salir miro el reloj, es verdad ya debía haber estado en su casa hace media hora.
Ella, que recién se ha mudado me invitó a almorzar y el mensaje que recibí era para recordarme que estaba retrasado, mi demora era un poco a propósito y otro poco no, porque al conocerla tan bien, es probable que hasta hubiese olvidado la cita, pero ésta vez la recordaba bien.
Tomé el primer taxi que pude, llegué en 5 minutos. Toqué el timbre y ella bajó apresurada, tenía un vestido anaranjado con pequeñas flores azules, hermosa como la misma mañana, su cabello castaño claro haciéndole juego a sus ojos limpios, fueron incontables las veces que intenté descifrar y mantener esa mirada sin conseguir nada.
Me recibe con un fuerte abrazo y me llena la cara de besos, hace una semana que no nos vemos, me invita a pasar y orgullosa me enseña el departamento ubicado en el séptimo piso de Melo y Junín, que en realidad es enorme y tiene una sala completamente iluminada que da hacia un balcón.
-          Si ves por acá - dice sonriente -  podés ver que acabo de poner algunas macetas.
Nos sentamos en la sala y no paramos de hablar, pienso que es lo que más nos gusta de nuestra amistad de todos estos años. Contarme sus cosas aunque siempre terminamos en el mismo tema: los libros, ella disfruta diciéndome que ha releído alguno de un autor por los dos conocido y que le ha parecido esto y aquello. O que ha descubierto un nuevo cuento, que seguro me gustaría…
Escucharla hablar es toda una aventura, podría oír su voz eternamente y cuando yo le platico ella también me sigue con la mirada, asintiendo con los gestos y conteniendo la respiración cuando le hablo sobre un caso difícil que tengo en el juzgado y yo siempre guardo para ella el más interesante. 

La mañana transcurre de la manera más fugaz. ¡Qué agradable! Almorzamos unas empanadas que las ordenamos por teléfono, yo soy el encargado de llamar como siempre, cómo cuando aún estábamos en la facultad. Después ella me ofrece un café, mientras lo prepara en la cocina yo la observo, cada gesto, cada sonrisa, cada palabra, tratando de guardar para mí todos esos recuerdos junto a los muchos otros que tengo de ella. Salimos al balcón, no cabe duda, su sonrisa, sus manos, sus ojos…pero como podía decírselo. Ella me confiesa todo, se desahoga en mí, yo soy su mejor amigo y eso también conlleva una gran responsabilidad, aunque a veces sospecho que algún día ella decidirá contarme que está enamorada de un chico que no seré yo.

Hoy ella tiene algo diferente, me mira un poco más de lo acostumbrado y se comporta de una manera muy poco habitual en ella.
-          ¡Vení! me dice, mientras se balancea de un lado al otro se ríe y me hace señas con sus manos.
Me acerco despacio pensando lo bien que me siento en estos momentos y pronto estoy de pie al lado de ella que se ríe aún más, aunque de repente se pone muy sería, me toma fuerte de la mano y dice mirándome fijamente:
-          Ay Fede…
Y el sol del medio día alumbra de lleno, de una forma inusual en medio de sus ojos verdes.