Paula
By Pseudomona
El sonido
puntilloso de un mensaje me hizo volverme para atrás y dejar de mirar por la
ventana.
-
¿Y
que pasó?
-
Estoy
yendo
-
Dale
Fede
Al salir
miro el reloj, es verdad ya debía haber estado en su casa hace media hora.
Ella, que
recién se ha mudado me invitó a almorzar y el mensaje que recibí era para
recordarme que estaba retrasado, mi demora era un poco a propósito y otro poco
no, porque al conocerla tan bien, es probable que hasta hubiese olvidado la
cita, pero ésta vez la recordaba bien.
Tomé el
primer taxi que pude, llegué en 5 minutos. Toqué el timbre y ella bajó
apresurada, tenía un vestido anaranjado con pequeñas flores azules, hermosa
como la misma mañana, su cabello castaño claro haciéndole juego a sus ojos
limpios, fueron incontables las veces que intenté descifrar y mantener esa
mirada sin conseguir nada.
Me recibe
con un fuerte abrazo y me llena la cara de besos, hace una semana que no nos
vemos, me invita a pasar y orgullosa me enseña el departamento ubicado en el
séptimo piso de Melo y Junín, que en realidad es enorme y tiene una sala
completamente iluminada que da hacia un balcón.
-
Si
ves por acá - dice sonriente - podés ver
que acabo de poner algunas macetas.
Nos
sentamos en la sala y no paramos de hablar, pienso que es lo que más nos gusta
de nuestra amistad de todos estos años. Contarme sus cosas aunque siempre
terminamos en el mismo tema: los libros, ella disfruta diciéndome que ha
releído alguno de un autor por los dos conocido y que le ha parecido esto y
aquello. O que ha descubierto un nuevo cuento, que seguro me gustaría…
Escucharla hablar es toda una aventura, podría oír su voz eternamente y cuando
yo le platico ella también me sigue con la mirada, asintiendo con los gestos y
conteniendo la respiración cuando le hablo sobre un caso difícil que tengo en
el juzgado y yo siempre guardo para ella el más interesante.
La mañana
transcurre de la manera más fugaz. ¡Qué agradable! Almorzamos unas empanadas
que las ordenamos por teléfono, yo soy el encargado de llamar como siempre,
cómo cuando aún estábamos en la facultad. Después ella me ofrece un café,
mientras lo prepara en la cocina yo la observo, cada gesto, cada sonrisa, cada
palabra, tratando de guardar para mí todos esos recuerdos junto a los muchos
otros que tengo de ella. Salimos al balcón, no cabe duda, su sonrisa, sus
manos, sus ojos…pero como podía decírselo. Ella me confiesa todo, se desahoga
en mí, yo soy su mejor amigo y eso también conlleva una gran responsabilidad, aunque
a veces sospecho que algún día ella decidirá contarme que está enamorada de un
chico que no seré yo.
Hoy ella
tiene algo diferente, me mira un poco más de lo acostumbrado y se comporta de
una manera muy poco habitual en ella.
-
¡Vení!
me dice, mientras se balancea de un lado al otro se ríe y me hace señas con sus
manos.
Me acerco
despacio pensando lo bien que me siento en estos momentos y pronto estoy de pie
al lado de ella que se ríe aún más, aunque de repente se pone muy sería, me
toma fuerte de la mano y dice mirándome fijamente:
-
Ay
Fede…
Y el sol del
medio día alumbra de lleno, de una forma inusual en medio de sus ojos verdes.