La reina de belleza
Fue durante los
últimos años de colegio, que yo comencé a trabajar en la radio. Aquello no era
de conocimiento público y tampoco se podría decir que era “realmente” un trabajo.
Recibí la oferta, luego de mi corta participación en la presentación de
la obra “Una libra de carne”, donde había estado presente el dueño de la única
radio local, que solía prestar el equipo de sonido para los acontecimientos
escolares.
¿Ha escuchado
alguna vez los comerciales en la radio? Pues yo era una de ésas voces y mi jefe,
solía contínuamente recordarme: “Clara, un comercial de radio es una pieza de
teatro para los oídos”. Él se ocupaba personalmente de escribir los guiones, en
los que yo debía decir algo más o menos así: ¡Oh, llevo un mes de casada y no
sé como hacer el arroz! A lo que él, con su magnífica voz, contestaba: Con “Arroz
del Valle” usted no necesita saber nada. “Arroz del Valle” ¡el arroz que se cocina
solo!
No recibía dinero
como remuneración a mi trabajo, sino que se me pagaba en especie, por ejemplo,
el dueño del almacén de abarrotes podía pagarme con un par de kilos de arroz,
claro no “del Valle”, sino algún otro que sí había que saber cocinar.
Así, inmersa en
el mundo de los comerciales, al menos me era más liviano soportar especialmente
aquel último año. Aunque yo siempre había sido solitaria y procuraba
no meterme con nadie, ni siquiera a mí, me fue posible escapar de
las bromas y desagradables sorpresas que Alberto, un compañero de curso, y sus
compinches ideaban en forma constante.
Aquella vez, como
se acercaba el día del estudiante, se debía elegir la reina de la primavera. Todo
el mundo sabía que la más hermosa del colegio estaba en nuestro curso, se
llamaba Ivanka. Ella salía reina todos los años y no había, quien pudiera hacerle competencia; incluso aquella vez en la que se fracturó la
pierna al caerse de su bicicleta, le bastó cubrir
su pierna enyesada y listo. Y al tratarse de nuestro último año, era de
conocimiento público que su madre, anticipándose a la elección, ya le
había mandado a confeccionar un hermoso vestido.
Alberto, me
imagino, habrá pensando que no podía desperdiciar semejante oportunidad y
cuando llegó el momento de dar los nombres de las tres chicas para dar comienzo
a la elección de curso, decidió postularme. Quizás deba aclarar aquí, que yo, en aquel entonces, era flaca como
una tabla y hace años venía dándole lucha al acné, que se había adueñado masivamente
de mi cara.
La elección se
hizo en presencia de nuestra tutora, que era la profesora de historia y al
terminar, Ivanka y yo lloramos. Yo lloré más que ella, le pedí a la profesora que
hiciera algo, que anule la elección, pero ella, que era una persona sensata
dijo: “Clara, el mundo es como lo acabas de ver, ésta es una lección que
deberás aprender y enfrentar. Más vale hacerlo ahora que más tarde”.
Ni siquiera
cuando mis padres fueron a quejarse a la dirección pudieron hacer nada. “Señores”,
les dijo el director, “fueron veinticinco votos a favor, en este colegio ante
todo, tratamos de inculcarle a los jóvenes el valor de vivir en democracia”.
Los días
transcurrieron hasta que finalmente llegó el día de la elección general. Una
compañera me prestó el vestido, la madre de otra se animó a hacerme un peinado
imposible y puso todo su empeño en cubrirme los granos, hasta llegó a pintarme las
cejas con un lapiz negro y dijo “haría resaltar mis ojos”.
Las participantes
debían salir cuando escuchaban su nombre, saludar al jurado y luego dar la
vuelta sobre una plataforma armada para la efecto, después retornar y ubicarse
en el escenario. Yo estaba escondida y me negaba a salir, pues me había
enterado que el plan que Alberto había organizado, consistía además en un
abucheo general.
De todas maneras,
me obligaron a salir y yo comencé a caminar con la cabeza baja, cuando para mi
sorpresa, empecé a escuchar aplausos. Levanté la cabeza y ví que todos los
profesores aplaudían de pie y mi jefe, que ése día también había sido el
encargado de amenizar la elección, había puesto la grabación de unos aplausos
en los altoparlantes, que efectivamente, daban la impresión de ser en vivo.
Alberto y sus compinches
no aparecieron por ningún lado. Después me enteré que la maestra de historia
los había tenido encerrados en clase, escribiendo un ensayo sobre la primera
guerra mundial.