Translate

martes, 27 de julio de 2021

 

La Mariquita de la suerte

Parte II

Era jueves de madrugada y nuestra guardia había estado transcurriendo sin sobresaltos, aparte del 10-15 en un parque del centro, cuyos infractores apenas nos vieron bajar del patrullero, supieron enseguida comportarse, no habíamos tenido otro inconveniente. Nicholas y yo nos dirigíamos a la comisaría, cuando a las 02:35 avisaron de un 10-31 en un domicilio particular, pocas cuadras más adelante. Las calles estaban totalmente desiertas y no nos hizo falta siquiera encender la sirena.

Mientras llegábamos a la dirección que se nos había proporcionado, un masculino joven se nos acercó haciendo señas con ambos brazos, corriendo desde la parada del tranvía ubicada unos cien metros más adelante. Yo los llamé, dijo jadeando, aquella señora, señalando a los asientos de la parada, dice que dos extraños entraron en su departamento, en el quinto piso..., ella no sabe decir nada más y no para de llorar, mi amigo está con ella, tratando de tranquilizarla...

Nicholas confirmó el 10-31 por la radio, pidiendo refuerzos y una ambulancia. La puerta principal del edificio estaba entreabierta y desde el interior se podía escuchar un ruido agudo, monótono y constante de algo que parecía ser una alarma de autos. Él y yo rápidamente nos pusimos los chalecos antibalas, los cascos, comprobamos nuestras armas y decidimos no esperar a los refuerzos y entrar de inmediato. Comenzamos a subir lentamente por las escaleras y a medida que lo hacíamos, una que otra de las unidades se entreabría y alguien asomaba la cabeza, pero al vernos, se volvía a meter rápidamente.

La puerta de uno de los departamentos del quinto piso estaba abierta de par en par y a oscuras. Nicholas, que tenía más experiencia que yo, entró primero, alumbrándose al mismo tiempo con una linterna, la alarma era aquí ensordecedora, casi no dejaba pensar y provenía de algún lugar desde el interior de la vivienda. Inspeccionamos con cuidado las habitaciones del piso inferior, luego subimos lentamente a la planta alta sin encontrar ni rastro de los delincuentes. El departamento en cuestión, era uno común y corriente, lucía bien ordenado, aunque con una increíble cantidad de ropa, zapatos y libros. En ése momento arribaron los refuerzos, aunque, quienes hubieron estado allí, ya se habían dado a la fuga antes de que nosotros llegáramos.

Uno de los colegas logró dar con el origen de la alarma y consiguió desactivarla, ésta había sido ingeniosamente instalada en uno de los peldaños de la escalera, lo cual provocó la hilaridad general. Otros dos comenzaron de inmediato con la recolección de las huellas dactilares en la puerta, que a simple vista, no parecía haber sido forzada. Los demás nos organizamos en dos grupos, uno comenzaría la búsqueda de los intrusos en todos los departamentos del edificio y el otro en los aledaños, dado que éste poseía una puerta trasera que conectaba con el corazón de la manzana.

Nicholas y yo, luego de haber concluido la revisión de cada uno de los diez departamentos que conformaban aquel inmueble y no haber encontrado nada sospechoso, nos acercamos al fin a la ambulancia, donde un paramédico acompañaba a una mujer en sus cuarentas que permanecía inmóvil sentada en la camilla. Era delgada y pequeña, lucía calmada, con notorios signos de haber llorado y miraba llanamente al suelo. Como única indumentaria traía una camiseta desgastada y ropa interior, sostenía entre sus manos una bata descartable de color azul.

Nicholas tomó la palabra y nos presentó; la mujer apenas se movió. Seguro que querrá cubrirse..., continuó Nicholas. Ella entonces levantó la cabeza y dirigió una mirada primero a él, luego a mí, después a sí misma y comenzó lentamente a colocarse la bata. Me pregunto si le gustaría llamar a alguien, añadió él, alcanzándole un celular, su domicilio deberá ser examinado minuciosamente y por el momento no podrá volver a él, no sé si lo comprende... La mujer asintió y tomó enseguida el celular. Lamento mucho lo que pasó..., dijo Nicholas en tono de disculpa, mi compañero y yo llegamos tan pronto como pudimos... Avísenos cuando esté lista, quisiéramos hacerle un par de preguntas, si nos lo permite. La mujer asintió de nuevo. Y nosotros nos hicimos a un lado y fuimos por un café, que una de las colegas iba repartiendo, mientras la mujer se comunicaba con alguien.

Minutos más tarde, volvimos a la ambulancia y escuchamos por parte de la mujer, la inverosímil historia de unas Mariquitas, de por qué había instalado la alarma de autos en la escalera, de cómo la puerta del departamento se abrió silenciosamente, del modo en que ella, tendida en el piso, había visto entrar a los intrusos y finalmente cómo se había arrastrado por el suelo hasta lograr huir, justo cuando la alarma se hubo activado. En un primer momento, creí que la mujer no se encontraba bien de la cabeza, a menudo tropezamos con personajes así, que padecen algo que nosotros llamamos: “Efecto CSI”; pero aparte de aquel relato, la mujer parecía coherente y negó tajantemente que hubiera ingerido drogas o alcohol. Dijo trabajar como Lectora para una editorial, lo cual casi me produjo risa. Para ganarse la vida, no hacía más que ponerse cómoda y leer un libro. Éso sí que había sido, en mi opinión, haber sabido elegir una buena carrera.

Nicholas preguntó entonces: ¿Tenía dinero, joyas o algo de valor guardado en el departamento? ¿Sospechaba de alguien que pudiera hacerle daño? ¿Enemigos?¿Algún ex-novio o ex-marido enojado? ¿Hay alguien que posea una copia de la llave? La mujer negó todo vehementemente. Nicholas se plantó aquí seriamente y dijo: Mire señora, sabemos que la está pasando mal, pero recuerde, nosotros no somos el fisco, así que le repito: ¿Posse dinero, joyas o algún objeto valioso guardado en su departamento? La mujer volvió a negar. En ése momento, un colega avisó por la radio que la persona a quien la mujer había llamado, acababa de llegar y pedía permiso de dejarla ingresar al perímetro que había sido marcado. Nicholas dió el visto bueno.

Instantes más tarde se acercó corriendo una pareja: una mujer y un hombre, que parecían de la misma edad que la víctima. Se presentaron como la mejor amiga y su marido. La mejor amiga, preguntó si no era posible, dejar para otro momento el interrogatorio, mientras que el marido preguntó si se había logrado dar con los sospechosos. La respuesta a la primera pregunta fue sí y a la segunda no. Quedamos de realizar un nuevo interrogatorio, por la tarde, en la comisaría. Nos despedimos, la mujer había comenzado a llorar de nuevo y se abrazaba sollozando a la amiga.

Acabábamos de subirnos al patrullero cuando Nicholas exclamó: ¡Maldición! Pero si está claro... y bajándose rápidamente se acercó corriendo de nuevo a la mujer, yo lo seguí de cerca, sin comprender del todo. Disculpe, señora ¿Está Ud. segura que la puerta se abrió sin hacer ruido? ¿Puede que los intrusos utilizaran una llave, cierto? La mujer asintió. Le repito, entonces ¿Hay alguien que posea una copia aparte de Ud.? La mujer negó. ¿Cambió Ud. recientemente la cerradura? La mujer dijo al fin que sí, que la cambió justo hace unos seis meses. ¿Se acuerda el nombre del cerrajero? La mujer no se acordaba, pero dijo que su taller se encontraba frente a la parada del tranvía de Herrenstrasse, el cerrajero también vive allí, añadió la mujer.

Nicholas ni siquiera agradeció, como es su costumbre y volvió corriendo al patrullero; yo no me desprendía de él, ni por un instante. Ya adentro, sentado al volante, me ordenó: Abróchate y acto seguido puso la baliza, encendió la sirena y arrancó el auto. Velozmente tomó la vía Norte rumbo a Herrenstrasse.

Un gran letrero de luces rojas tintileantes, anunciaba: Cerrajero, atención de urgencias las 24 horas. Era un local con un gran ventanal a la calle, cuya puerta, dada la hora, estaba naturalmente cerrada. Enseguida pude notar que a Nicholas se le había metido algo inusual en la cabeza, porque ante mi sorpresa, comenzó a acometer a patadas la puerta. ¡Policía, salga con las manos en alto! Pateó repetidas veces hasta que la puerta crujió, luego no paró de dar empujones hasta que cedió finalmente. ¡Policía! Gritaba Nicholas, apuntando con el arma, yo iba detrás. ¡Policía!

Habíamos avanzado apenas unos pasos cuando tropezamos con los pies descalzos e inmóviles de un hombre, que vestía pijama. No nos hizo falta controlar su pulso, pues una mancha oscura se extendía por el piso, partiendo desde su cabeza. Al alumbrar sobre su cara, sus ojos fijos, permanecían abiertos mirando a la nada. En medio de la frente, era visible el orificio de entrada, de una única bala.

Continuará...