La Mariquita de la suerte
Parte I
Ésos
pequeños insectos, que se dice traen la suerte, pueden parecer a simple vista muy
tiernos, incluso queribles. Yo misma, en mis años de estudiante, solía
disfrazarme de uno y me paseaba por ahí con una gran toalla de color rojo atada
a la espalda, dos pelotitas de plástico sujetas a una vincha en forma de antenas
y varios puntitos negros dibujados en mi cara. Así que aquella noche de verano, cuando hubo de ser necesario dejar las ventanas abiertas y a éso
de las diez se metiera volando un insecto; me sorprendí de que se tratase de una
Mariquita, pues no sabía que podían hacerlo. Le resté importancia hasta que se
metió un segundo, luego un tercero. Al ver que no se espantaban con el sonido
de la voz o con el agitar de un trapo, ideé una especie de cucurucho con una
hoja de papel, así podía tomar al insecto sin lastimarlo y depositarlo sobre el
tejado, ya que el departamento se encontraba en el último piso. En más o menos
media hora había sacado con éste método unas siete Mariquitas, constatando con
creciente preocupación que se habían metido, en ése mismo período, el doble
número de insectos.
Definitivamente
mi método no estaba resultando, entonces decidí buscar ayuda en la Web. Las
fotos que allí se exhibían, no hicieron más que ahondar el temor de estar sufriendo
una infestación masiva. Con suma atención leí las recomendaciones que se
tildaban de infalibles y a la media noche me encontraba cortando afanosamente todos
los limones que tenía en la heladera y en lugar de preparar la dilución de
vinagre blanco que recomendaban, metí vinagre puro en un vaporizador y armada
con ello declaré la guerra a los insectos. Resultó. Éstos rápidamente se fueron
y yo aseguré las ventanas de inmediato. Lo que en aquel artículo no se
mencionaba, era que después de haber depositado por doquier recipientes con
rodajas de limón y hacer espolvoreado aquí y allá la solución de vinagre, uno
mismo se vería en la necesidad de abandonar la habitación, en éste caso el
dormitorio, pues era imposible permanecer allí debido al insoportable y
penetrante olor.
Resignada,
agarré mi almohada y bajé al living, acomodándome en el sillón. Estuve ahí largo
rato, con los ojos cerrados y el cuerpo relajado, pero no pude conciliar el
sueño. Probé entonces de escuchar música suave por medio de auriculares y nada.
Luego me incorporé, encendí las luces y leí sin comprender, una página cualquiera
de una revista que cayó en mis manos, pero el sueño no vino. Cerré la revista,
apagué las luces y decidí acostarme de nuevo, ésta vez, sobre la alfombra, boca
abajo en el piso, colocándome entre el sillón y la mesita de vidrio. Al poco
tiempo comencé a notar, al fin, que aquello parecía estar dando efecto. Calculé
que debían ser más o menos las dos de la madrugada.
Ya
entre sueños, me pareció escuchar pasos, que sonaban lejanos en la escalera
principal del edificio y continuaron subiendo hasta llegar al último
piso y ya que allí sólo vivíamos el vecino y yo, no dejé de extrañarme de las
actividades nocturnas de aquel. Pero los pasos no se detuvieron en aquella
puerta, sino que siguieron de largo en dirección a la mía. En pocos segundos,
sin poder discernir todavía si estaba dormida o despierta, escuché, estremeciéndome
de horror, cómo unas llaves se introducían simultáneamente en la doble cerradura,
hacían el ruido característico de girar y la puerta de mi departamento silenciosamente
se abría.
Me
imagino que ésta situación o alguna parecida, es la pesadilla de cualquier persona, que como yo, viva sola. Y más aún si aquella es adicta a las series de crímenes
verdaderos, en las que ha visto morir a individuos asesinados en su propia
casa. Por ejemplo, está aquella estudiante que vivía en un primer piso con
balcón y dejó abierta la puerta mientras dormía, aquella otra que habitaba en
la planta baja, cuya ventana fue forzada y ella atacada mientras se duchaba, o
el caso increíble de aquel hombre, que al parecer lo último que vió, fue salir
a un encapuchado desde un armario empotrado en la pared, el mismo, como se supo
más tarde, contenía un pasadizo escondido que comunicaba con el departamento
contiguo, etc. Yo había tomado en cuenta todas estas experiencias, al momento
de decidirme por el mío. Éste, se encontraba en el quinto y último piso y
aunque tenía balcón, era imposible acceder a él desde la calle o desde el piso
inferior; no ofrecía ningún otro tipo de ingreso, salvo la maciza puerta principal
de doble cerradura. Era espacioso, construido como una casa y constaba de dos plantas,
en la primera se ubicaban la cocina-comedor, sala de estar, balcón y baño de
las visitas, en el medio estaba dispuesta una escalera caracol de madera, que
permitía acceder al piso superior, donde se encontraba el estudio, otro baño y
la habitación más grande de todas: el dormitorio, con ventanas amplias y de
fácil acceso al techo.
Como
primera opción, en el hipotético caso de producirse una intrusión, me habría
propuesto, nunca enfrentarlo; consciente de la fragilidad de todas mis estructuras
anatómicas, sólo podría salir perdiendo. Llamar a la policía tampoco consideré
una posible alternativa, estaba convencida de que jamás podrían llegar a
rescatarme a tiempo. Menos conectarme a un servicio privado de alarmas, que
siempre me sonó a patrañas. Por lo cual lo mío fue proveerme de una vía rápida de
escape. Y en uno de los primeros días, luego de haberme mudado, concluí que la
mejor forma era escapar por el techo. Y dado que la mayoría de los casos presentados
en crímenes verdaderos, habían sucedido de noche, cuando la víctima ya se encontraba
durmiendo, construí un mecanismo casero, oculto en uno de los peldaños de la escalera, con
la esperanza de que me alertarse a tiempo. El mismo se activaría nada más al ser
pisado y provocaría un ruido suficientemente estruendoso, que no sólo sería escuchado desde
el interior del dormitorio sino en todo el edificio, dándome tiempo de sobra para abrir una de las ventanas y conseguir
escapar, en caso de ser necesario.
Claro
está, siempre cabía la posibilidad de no poder hacerlo a tiempo, en cuyo caso
sí que me defendería, patearía, mordería, arañaría y me aseguraría
de retener la mayor cantidad de tejidos biológicos, fibras de ropa, cabellos,
etc., para ayudar a que la policía pudiera resolver aquello que me hubiera sucedido,
aunque yo, ya no pudiera contarlo.
No
obstante, en todas las variantes que habían pasado por mi cabeza, jamás se me
había ocurrido lo que estaba aconteciendo aquella noche. Yo estaba tendida en
el piso y observaba a través de la mesita de vidrio, cómo dos sombras, ingresaban
sigilosamente por la puerta. La primera tropezó de inmediato con la cantidad
obscena de zapatos de tacón alineados en la entrada. De inmediato ambas sombras
permanecieron quietas, como congeladas, una de ellas, la que me pareció era
quien daba las órdenes, le hizo a la otra el ademán de shhhhh y momentos más
tarde, dió la órden de avanzar, señalando el piso superior. Muy despacio, caminaron,
tanteando en la oscuridad en dirección a la escalera y comenzaron el ascenso.
Continuará...