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sábado, 24 de julio de 2021

 

La Mariquita de la suerte

Parte I

Ésos pequeños insectos, que se dice traen la suerte, pueden parecer a simple vista muy tiernos, incluso queribles. Yo misma, en mis años de estudiante, solía disfrazarme de uno y me paseaba por ahí con una gran toalla de color rojo atada a la espalda, dos pelotitas de plástico sujetas a una vincha en forma de antenas y varios puntitos negros dibujados en mi cara. Así que aquella noche de verano, cuando hubo de ser necesario dejar las ventanas abiertas y a éso de las diez se metiera volando un insecto; me sorprendí de que se tratase de una Mariquita, pues no sabía que podían hacerlo. Le resté importancia hasta que se metió un segundo, luego un tercero. Al ver que no se espantaban con el sonido de la voz o con el agitar de un trapo, ideé una especie de cucurucho con una hoja de papel, así podía tomar al insecto sin lastimarlo y depositarlo sobre el tejado, ya que el departamento se encontraba en el último piso. En más o menos media hora había sacado con éste método unas siete Mariquitas, constatando con creciente preocupación que se habían metido, en ése mismo período, el doble número de insectos.

Definitivamente mi método no estaba resultando, entonces decidí buscar ayuda en la Web. Las fotos que allí se exhibían, no hicieron más que ahondar el temor de estar sufriendo una infestación masiva. Con suma atención leí las recomendaciones que se tildaban de infalibles y a la media noche me encontraba cortando afanosamente todos los limones que tenía en la heladera y en lugar de preparar la dilución de vinagre blanco que recomendaban, metí vinagre puro en un vaporizador y armada con ello declaré la guerra a los insectos. Resultó. Éstos rápidamente se fueron y yo aseguré las ventanas de inmediato. Lo que en aquel artículo no se mencionaba, era que después de haber depositado por doquier recipientes con rodajas de limón y hacer espolvoreado aquí y allá la solución de vinagre, uno mismo se vería en la necesidad de abandonar la habitación, en éste caso el dormitorio, pues era imposible permanecer allí debido al insoportable y penetrante olor.

Resignada, agarré mi almohada y bajé al living, acomodándome en el sillón. Estuve ahí largo rato, con los ojos cerrados y el cuerpo relajado, pero no pude conciliar el sueño. Probé entonces de escuchar música suave por medio de auriculares y nada. Luego me incorporé, encendí las luces y leí sin comprender, una página cualquiera de una revista que cayó en mis manos, pero el sueño no vino. Cerré la revista, apagué las luces y decidí acostarme de nuevo, ésta vez, sobre la alfombra, boca abajo en el piso, colocándome entre el sillón y la mesita de vidrio. Al poco tiempo comencé a notar, al fin, que aquello parecía estar dando efecto. Calculé que debían ser más o menos las dos de la madrugada.

Ya entre sueños, me pareció escuchar pasos, que sonaban lejanos en la escalera principal del edificio y continuaron subiendo hasta llegar al último piso y ya que allí sólo vivíamos el vecino y yo, no dejé de extrañarme de las actividades nocturnas de aquel. Pero los pasos no se detuvieron en aquella puerta, sino que siguieron de largo en dirección a la mía. En pocos segundos, sin poder discernir todavía si estaba dormida o despierta, escuché, estremeciéndome de horror, cómo unas llaves se introducían simultáneamente en la doble cerradura, hacían el ruido característico de girar y la puerta de mi departamento silenciosamente se abría.

Me imagino que ésta situación o alguna parecida, es la pesadilla de cualquier persona, que como yo, viva sola. Y más aún si aquella es adicta a las series de crímenes verdaderos, en las que ha visto morir a individuos asesinados en su propia casa. Por ejemplo, está aquella estudiante que vivía en un primer piso con balcón y dejó abierta la puerta mientras dormía, aquella otra que habitaba en la planta baja, cuya ventana fue forzada y ella atacada mientras se duchaba, o el caso increíble de aquel hombre, que al parecer lo último que vió, fue salir a un encapuchado desde un armario empotrado en la pared, el mismo, como se supo más tarde, contenía un pasadizo escondido que comunicaba con el departamento contiguo, etc. Yo había tomado en cuenta todas estas experiencias, al momento de decidirme por el mío. Éste, se encontraba en el quinto y último piso y aunque tenía balcón, era imposible acceder a él desde la calle o desde el piso inferior; no ofrecía ningún otro tipo de ingreso, salvo la maciza puerta principal de doble cerradura. Era espacioso, construido como una casa y constaba de dos plantas, en la primera se ubicaban la cocina-comedor, sala de estar, balcón y baño de las visitas, en el medio estaba dispuesta una escalera caracol de madera, que permitía acceder al piso superior, donde se encontraba el estudio, otro baño y la habitación más grande de todas: el dormitorio, con ventanas amplias y de fácil acceso al techo.

Como primera opción, en el hipotético caso de producirse una intrusión, me habría propuesto, nunca enfrentarlo; consciente de la fragilidad de todas mis estructuras anatómicas, sólo podría salir perdiendo. Llamar a la policía tampoco consideré una posible alternativa, estaba convencida de que jamás podrían llegar a rescatarme a tiempo. Menos conectarme a un servicio privado de alarmas, que siempre me sonó a patrañas. Por lo cual lo mío fue proveerme de una vía rápida de escape. Y en uno de los primeros días, luego de haberme mudado, concluí que la mejor forma era escapar por el techo. Y dado que la mayoría de los casos presentados en crímenes verdaderos, habían sucedido de noche, cuando la víctima ya se encontraba durmiendo, construí un mecanismo casero, oculto en uno de los peldaños de la escalera, con la esperanza de que me alertarse a tiempo. El mismo se activaría nada más al ser pisado y provocaría un ruido suficientemente estruendoso, que no sólo sería escuchado desde el interior del dormitorio sino en todo el edificio, dándome tiempo de sobra para abrir una de las ventanas y conseguir escapar, en caso de ser necesario.

Claro está, siempre cabía la posibilidad de no poder hacerlo a tiempo, en cuyo caso sí que me defendería, patearía, mordería, arañaría y me aseguraría de retener la mayor cantidad de tejidos biológicos, fibras de ropa, cabellos, etc., para ayudar a que la policía pudiera resolver aquello que me hubiera sucedido, aunque yo, ya no pudiera contarlo.

No obstante, en todas las variantes que habían pasado por mi cabeza, jamás se me había ocurrido lo que estaba aconteciendo aquella noche. Yo estaba tendida en el piso y observaba a través de la mesita de vidrio, cómo dos sombras, ingresaban sigilosamente por la puerta. La primera tropezó de inmediato con la cantidad obscena de zapatos de tacón alineados en la entrada. De inmediato ambas sombras permanecieron quietas, como congeladas, una de ellas, la que me pareció era quien daba las órdenes, le hizo a la otra el ademán de shhhhh y momentos más tarde, dió la órden de avanzar, señalando el piso superior. Muy despacio, caminaron, tanteando en la oscuridad en dirección a la escalera y comenzaron el ascenso.

Continuará...