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domingo, 2 de noviembre de 2014

Cuestión de Salud Pública

Vuelo Frankfurt-Buenos Aires abordando por puerta C 16, repito a todos los pasajeros del vuelo…

Asiento en clase económica, 40 D al pasillo, me siento despacio acomodándome el cinturón de seguridad y me inclino un poco a la derecha, para disimuladamente echarle una ojeada a los otros tres viajeros que se encuentran en la misma línea de asientos de aquel Boeing 876, porque según la constitución física de ellos puedo inferir de antemano si comerán o beberán mucho durante el viaje, que en otras circunstancias me tiene sin cuidado, pero en un viaje tan largo significa la cantidad de veces que voy a tener que levantarme o no, para darles paso en dirección del baño. No, creo que hoy no tendré problemas, los pasajeros: dos mujeres de mediana edad y un varón de más o menos la mía, todos de apariencia física normal, me saludan con un ademán de la cabeza, ya debidamente ubicados, con cinturón puesto y sobre todo, en silencio, es más mi compañero inmediato está sosteniendo entre sus manos un libro…qué suerte que tuve.

Despegamos. Las luces se apagan dejando al avión en una relajante penumbra. Algunos viajeros respiran hondo, otros cuchichean despacito, paulatinamente van aflojándose los cinturones y de pronto hay un movimiento inusitado en la fila de al frente, que es sólo de dos personas y está ubicado al lado de la puerta de emergencia. Son una pareja, yo ya los había visto en la fila de abordaje, ambos de unos 60 y tantos años, vestidos como para ir a escalar el Everest. Ella, no obstante tener todo el pelo canoso y ralo, lo llevaba suelto como tratándose de una hermosa melena, él, resistiéndose a la notoria calvicie tenía atada en una larga cola la poca cantidad de pelo blanquecino que le quedaba. De tanto prestar atención puedo escuchar palabras sueltas en alemán que le dice la mujer a su marido: me manché toda…mirá…que vergüenza…y él tratando de consolarla, se para primero y después busca en los compartimentos donde se guardan los equipajes de mano, que por el nerviosismo seguro se ha olvidado donde ha guardado el suyo y va abriendo simultáneamente todas las cajas ubicadas por encima de los asientos…

La mujer pasa con dirección al baño, ubicado más o menos en las fila 42, entretanto el marido que ha agarrado una especie de toalla, se ha dedicado a limpiar con ella exhaustivamente el misterioso problema de la señora. Nunca vi a nadie que pusiera tanto ahínco para la limpieza y supongo que al no conseguirlo, decide sacar los asientos y cambiarlos, algo que yo desconocía que se pudiera hacer, pero se hace. Entonces el asiento problemático lo pone al pasillo, agarra unas bolsas de plástico, de ésas que te ponen en los aviones para quienes tienen ganas de vomitar y los acomoda a modo de forro impermeable y después se sienta. A todo esto ha vuelto la mujer que ha cambiado su pantalón de escalar por unos jeans y se sienta de nuevo al lado de la ventana, mientras el marido la cubre con un manta y le va acariciando el pelo diciéndole algo suave. Qué muestra más grande de amor, con los años que deben llevar casados.

Una hora más tarde, me despierto cuando alguien sin querer me toca el brazo, es la señora que pasa rápidamente, de nuevo en dirección al baño.

Entonces esa forma de pensar que a veces tengo de darle explicación a todo lo que está pasando se las toma conmigo. Busco un motivo que naturalmente no me obligue a tener que contarle esto a la azafata: le bajó el periodo, pero a los 60 y tantos años resulta un poco complicado…tiene incontinencia urinaria, si, es eso…pero por qué se angustia tanto? Normalmente la gente con ese problema ya lo sabe y además porta un pañal en un largo viaje…no, debe ser otra cosa…sí, debe ser una diarrea del viajero, es eso, diablos, pero está usando el único baño de éste lado del avión…debo decirle a la azafata o no…Pero en ese momento como una ráfaga de viento que me hela la espalda escucho…Fieber...fiebre, la mujer tiene ahora fiebre…y entonces me acordé de la conversación que había escuchado horas antes mientras hacíamos la fila: Sierra Leona, dijo él, lo bien que habían hecho suspendiendo sus vacaciones en Sierra Leona…Sierra Leona, diarrea, fiebre, malestar…la señora tiene Ébola. Azafata! Azafata! Por favor venga, le tengo que decir algo urgente. Urgente!

No sólo nos hicieron aterrizar de emergencia en el Aeropuerto francés más cercano, sino que nos pusieron a todos los 525 pasajeros, incluidos a los de primera clase: en Cuarentena. Yo perdí mis vacaciones en Buenos Aires y seguro que la otra gente también sufrió los desastres de mi no acertada sospecha, porque al final lo que tuvo la señora era un Colon Irritable por los nervios de viajar por primera vez a Sudamérica.