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martes, 6 de marzo de 2012


Té de las cinco

By Pseudomona

A Buenos Aires le encantan los domingos
en que el sol no se esconde.
Gusta contonearse magnífica
en la unión de las calles Ortiz y Quintana.
Se sienta tranquilamente en la esquina
y optimista observa a los visitantes del mundo,
o tal vez sólo a viejos conocidos parlanchines
amantes de los autos añejos que adornan la vereda
sitio de partida del Gran Premio Recoleta-Tigre.

Después de un rato se levanta y entra en La Biela
soberbio salón que allí se enclava.
Redondos lamparones engalanan su cielo
incansables ventiladores de tres brazos la saludan.
Cortinas inmaculadas juegan con ella en las ventanas,
para su deleite, madera recia en las columnas.
Reconoce a Jorge Luis Borges y Juan Manuel Fangio retratados
y se pone orgullosa porque le gustan las artes y los coches de carrera.

Mientras el reloj de la blanca iglesia
empuja lentamente sus pequeñas manecillas,
son casi las cinco de una soleada tarde.
Distinguidos vestidos de seda y exquisitos collares de perlas
se asoman complacientes a tomar la merienda
costumbre ancestral en Recoleta.
Coronas de facturas, tortas confitadas y galletas
desfilan menudas en las coquetas mesas,
ella prueba de todo porque jamás hace dieta.