Té de las cinco
By Pseudomona
A Buenos
Aires le encantan los domingos
en que el sol
no se esconde.
Gusta contonearse
magnífica
en la unión
de las calles Ortiz y Quintana.
Se sienta
tranquilamente en la esquina
y optimista observa a los visitantes del mundo,
o tal vez
sólo a viejos conocidos parlanchines
amantes de
los autos añejos que adornan la vereda
sitio de partida
del Gran Premio Recoleta-Tigre.
Después de
un rato se levanta y entra en La Biela
soberbio
salón que allí se enclava.
Redondos
lamparones engalanan su cielo
incansables
ventiladores de tres brazos la saludan.
Cortinas
inmaculadas juegan con ella en las ventanas,
para su deleite, madera recia en las columnas.
Reconoce a Jorge
Luis Borges y Juan Manuel Fangio retratados
y se pone
orgullosa porque le gustan las artes y los coches de carrera.
Mientras el
reloj de la blanca iglesia
empuja
lentamente sus pequeñas manecillas,
son casi
las cinco de una soleada tarde.
Distinguidos
vestidos de seda y exquisitos collares de perlas
se asoman complacientes
a tomar la merienda
costumbre
ancestral en Recoleta.
Coronas de
facturas, tortas confitadas y galletas
desfilan
menudas en las coquetas mesas,
ella prueba
de todo porque jamás hace dieta.