Nosotros y el árbol
By Pseudomona
Cuando lo conocí
era un día al final del verano, el estaba muy triste con sus mansos brazos ya
cansados de tanto abanicarse en esos días que el sol había sido despiadado y
los demás árboles de la calle también se habían burlado de su hermosa
contextura y se reían a carcajadas porque era el único sauce llorón de aquel
barrio.
No lleva su nombre porque es un cobarde, no, sino porque sus diminutas hojas simulan un montón de lágrimas ensartadas en grandes ramas que penden tristes en dirección del suelo.
No lleva su nombre porque es un cobarde, no, sino porque sus diminutas hojas simulan un montón de lágrimas ensartadas en grandes ramas que penden tristes en dirección del suelo.
Estaba allí
en la esquina de Córdoba y Sanchez de Bustamante, sólo consigo mismo y en su
tristeza sin par yo lo reconocí y el también me miró, creo que se habrá
acordado de mí y de una pequeña ciudad cuando yo era niña y vivía en aquel
apacible lugar, que era un gran valle de sauces como el y tenía un larguísimo
río donde podía tranquilo sumergir sus ramas si tenía calor y yo simplemente me
acercaba para acariciarlo cuando sentía un poco de ensueño en mi adolescente corazón.
Sin duda
fue muy lindo volver a juntarnos, el con sus ramas tristes y yo con mi soledad
de tanto estar sin vos, nos miramos por un momento tan lejos de casa, de
nuestro hogar que en un fiel instinto reflejo de mi personalidad me acerqué
para darle un abrazo sin importar que hubiera tanto gente a mi lado, porque era
un domingo soleado y las caras curiosas nos miraron un rato, juntos encontrados
el sauce y yo, como si aún estuviéramos en nuestra tierra querida, la bella
Tupiza, joya de Bolivia.
Yo con el
hice un trato, que vendría a diario y el por mí cuidaría nuestros nombres
encuadrados en un lindo corazón que yo dejé calado, el tuyo y mío aunque vos
estés al otro lado del mundo, estás junto a mí en su tronco de acero, aunque
sea tan tierno y llore a veces por ser tan sólo un sauce boliviano en Buenos
Aires de robles.