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sábado, 17 de marzo de 2012


Nosotros y el árbol

By Pseudomona

Cuando lo conocí era un día al final del verano, el estaba muy triste con sus mansos brazos ya cansados de tanto abanicarse en esos días que el sol había sido despiadado y los demás árboles de la calle también se habían burlado de su hermosa contextura y se reían a carcajadas porque era el único sauce llorón de aquel barrio.
No lleva su nombre porque es un cobarde, no, sino porque sus diminutas hojas simulan un montón de lágrimas ensartadas en grandes ramas que penden tristes en dirección del suelo.
Estaba allí en la esquina de Córdoba y Sanchez de Bustamante, sólo consigo mismo y en su tristeza sin par yo lo reconocí y el también me miró, creo que se habrá acordado de mí y de una pequeña ciudad cuando yo era niña y vivía en aquel apacible lugar, que era un gran valle de sauces como el y tenía un larguísimo río donde podía tranquilo sumergir sus ramas si tenía calor y yo simplemente me acercaba para acariciarlo cuando sentía un poco de ensueño en mi adolescente corazón.
Sin duda fue muy lindo volver a juntarnos, el con sus ramas tristes y yo con mi soledad de tanto estar sin vos, nos miramos por un momento tan lejos de casa, de nuestro hogar que en un fiel instinto reflejo de mi personalidad me acerqué para darle un abrazo sin importar que hubiera tanto gente a mi lado, porque era un domingo soleado y las caras curiosas nos miraron un rato, juntos encontrados el sauce y yo, como si aún estuviéramos en nuestra tierra querida, la bella Tupiza, joya de Bolivia.

Yo con el hice un trato, que vendría a diario y el por mí cuidaría nuestros nombres encuadrados en un lindo corazón que yo dejé calado, el tuyo y mío aunque vos estés al otro lado del mundo, estás junto a mí en su tronco de acero, aunque sea tan tierno y llore a veces por ser tan sólo un sauce boliviano en Buenos Aires de robles.