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sábado, 24 de marzo de 2012


Sixto

By Pseudomona

Ya mi instinto me avisaba que a éstas horas iba a desatarse un aguacero torrencial que complicaría aún más la vida que llevo en la calle, toda la inmundicia que hay en la plaza amenaza con pegarse de forma insistente en mis patas traseras y tengo la lengua cual si fuera lija del empeño que pongo en asearme. Extraño mi hogar en momentos como este, me acuerdo de la leche tibia que solía darme que no por carecer de crema dejaba de ser rica porque ella siempre decía que estaba a régimen aunque a la hora del postre nos bajáramos entre los dos una bolsa entera de chocolatinas que sin duda no eran para nada dietéticas. Son los mejores recuerdos de mis siete vidas y no importa que ahora viva acá afuera, probando ser salvaje trepando y maullándole afanoso a las sombras que se mueven en los árboles del gran parque Centenario, ni la tropa de compañeros fieles que me siguen a luz y sombra me hace olvidar siquiera un minuto mi primer hogar que ni toda la libertad del mundo puede comparar. Lo que más quiero esta noche es dormir en mi rincón de capullos lavanda, con ése olor tan rico que se parece a su pelo, tan irreal que creo nunca existió y hasta pude habérmelo inventado.
Yo no me quería ir tuve que hacerlo porque presentía que ya no era feliz conmigo, ya no buscaba acariciarme y jalarme de las orejas cuando se despertaba en las mañanas y a la hora de volver del trabajo casi siempre me hacía a un lado. Nuestra ruptura se precipitó cuando me ella me descubrió con aquella paloma,  yo quería explicarle pero no me entendió, debió haber pensado que yo era el culpable de que se muriera irremediablemente de ésa forma, cuando en realidad lo que yo quería era ayudarla porque se había lastimado al entrar de aquella manera tan brusca por ésa maldita ventana. Después de aquello todo se vino abajo, ella se ponía muy triste al verme merodeando y ser sólo un gato azabache nacido civilizado.

¿Qué estará haciendo ahora que diluvia? Seguro que ya no me recuerda y que las cosas han cambiado demasiado, que me he convertido en un felino sin rumbo que no le teme a nada porque ya he sentido lo que es el miedo: estar sin su cariño.