Vos emanas un
calorcito
By Pseudomona
Sentados
los dos en la peor mesa del Romario de Vicente López y Uriburu, ésa que está
ubicada al lado de la pared entre los cajones de cerveza y gaseosas y tiene una
silla destartalada que gusta de destrozar las medias nylon de todas las chicas
que allí se sientan, se reían de todo lo que pasaba y a decir verdad no había
nada gracioso en el hecho de que a la mesera se le hubiera caído la bandeja o
que la música estuviera tan fuerte que ni siquiera se pudiera hablar, ellos
simplemente reían sin parar.
Ya se
habían tomado los dos primeros porroncitos de Stellas cuando ordenaron, ella
dos empanadas de carne picante y él otras dos de carne suave, ella preguntó y
¿Vos sos suave? Si, y se rieron otra vez, ésta vez, gozaban de ver en sus ojos
un extraño brillo que nunca habían notado en los tres años que ya se conocían.
Luego se fueron al cine, habían elegido la trasnoche porque como todos los viernes
salían tarde del trabajo. Ya conocían su rutina de tanto ser amigos. No hubo
ningún problema en arreglar el horario y él pasar a buscarla, siempre hablando
por mensajitos de texto, así se podían decir más cosas que frente a frente.
Esta vez él
estaba muy guapo, más porque llevaba aquella campera de cuero gastado, ella que
días anteriores habían ido a la peluquería se quejó de que el peinado no le
había quedado bien, y él no estuvo de acuerdo y le dijo: no, ahora se te ve
mejor la carita al mismo tiempo que le sonreía. Mal elegida la película, hubo
tanta violencia y sangre que se fueron al final espantados.
Para
continuar la noche y curarse un poco del mal rato se fueron a caminar por los
barcitos de Vicente López y se decidieron por el Portezuelo, con dos Guinnes
más encima hablaban sin parar, cómo no se puede conocer a una persona en tantos
años de haberla tratado y la venís a conocer en una sola noche, todo de una
sola pasada como quién se lee un relato corto de un extremo a otro, él la miro
de frente y le dijo: parece que estuviera frente a mí mismo. Casi al final de
la obligatoria última copa de Cosmopolitan, eran como las cinco de la mañana
cuando el mozo bien atento les dijo que iban a cerrar.
Otra vez a
la calle, el frío del alto otoño hacía temblar un poco sus cuerpos y meter
bastante bien adentro las manos en los bolsillos, puede que por el frío o por
muchas otras razones más ella lo tomó del brazo, iban los dos contentos y casi
en la esquina de Azcuénaga encontraron el último bar de la madrugada aún
abierto, él la jaló un poco para adentro porque sabía si llegaban a su puerta
era casi seguro que ella entraría y todo terminaría ahí como tantas otras
veces. Ordenó ésta vez una caipiriña y ella un mojito, ahora se miraban
sonriendo incesantemente. Ya casi no hablaban, sólo se miraban. A eso de las
seis de la mañana también de éste bar los echaron, pues iban a cerrar.
No pudieron
más, él la abrazó y ella se dejó, bromeó con olvidarse de la dirección de su
casa de tanto alcohol, pero el no le dejó terminar la oración, le estampó un
valiente beso y ella le correspondió. Faltaban diez minutos para las siete.