Costa Rica y Medrano
By Pseudomona
Apenas
pongo un pie adentro, el bullicio del restaurante en plena esquina me recibe
cálido, a mí que traigo tanto apetito que me comería un esguín entero. A pesar
de ser domingo muy entrada la noche la gente colma éste lugar, no sólo porque
sus platos no pueden dejar de degustarse sino porque también los domingos se
cumplen años y es tradicional que las familias y amigos festejen aquí a sus
seres queridos.
Yo en
cambio no tengo otro motivo que la llegada de hora de la cena. Uno de los mozos
se aproxima y me ofrece una mesa al lado del pasillo, yo muy sonriente le digo
que mejor otra mesa, que tal la del fondo, la que está al lado de la ventana.
Amable me explica que ésas están preparadas para cuatro personas, pero algo en
mí seguro le causa simpatía y me dice que ésta vez hará una excepción siempre y
cuando yo pudiera aguardar un rato en la barra. Hacia allá voy y en menos de
dos minutos ya tiene preparada mi mesa.
Con la
carta de vinos en mano, pregunto si tienen el floral aquél que tanto me gusta,
sí, pero no lo pueden ofrecer por copa, pero el vino de la casa no está nada
mal. Nuevamente una sonrisa y a pedir que si no hay por copa el vino que a mí
me gusta entonces tráigame la botella entera. Entonces la inevitable pregunta,
si es mi cumpleaños, no. Tráigame también una rabas a la provenzal y unas papas
bravas, ah y no se olvide el agua sin gas. ¿Y sus amigas no vienen? No. ¿Oh, se
ha peleado con su novio? No. Ah ¿Está de vacaciones? No y nuevamente la
sonrisa. Ah, disculpe señorita, enseguida vuelvo. Y vuelve acompañado con una
frapera llena de hielo y mi muy querido vino.
Copa en
mano brindo por la vida, cómo me hacen falta tus ojos al momento de decir:
¡Salud!