La cita
(Segunda Parte)
By
Pseudomona
Ese día decidió esperar, no
precipitarse en ir a buscarla. Buscó un alojamiento en la posada del pueblo
para reposar del largo viaje, pero no pudo conseguir pegar un solo ojo. La noche
lo encontró en vigilia y miles de memorias lo atropellaron. Las ilusiones
también se rieron de él mientras se hacía de madrugada y ya se podía escuchar
el cantar de los gallos en todas las casas.
Lo que recordaba de aquella gran
casona era que siempre había sido bulliciosa, un constante ir y venir de
personas que colaboraban con los quehaceres de la estancia. Por eso le pareció
muy raro que conforme iba bordeando la gran tapia de piedra no pudo escuchar
ningún ruido, nada. Sólo un enorme silencio hasta llegar a las viejas rejas que
oficiaban de puertas y le pareció que hace mucho tiempo ni siquiera habían sido
abiertas. Un gran candado oxidado sellaba aquella entrada. Tuvo que bordear la gran manzana hasta encontrar un pequeño portón que
conectaba directamente con un escueto patio interior y en medio del mismo observó
que un gato muy flaco le maullaba débilmente a su suerte. En eso se asoma una blanquecina cabeza malhumorada.
- ¡Quién es! ¡A quien busca!
- Señora Ofelia… ¿Es usted? Soy Jorge… ¿Me recuerda?
¡Y cómo había de olvidarlo! Lo invitó a pasar y
sentarse en la cocina, puso al fogón un poco de leche que después se lo ofreció
caliente.
Nada de lo que creía encontrar
podía hallarse. El tiempo pasa irremediable y las circunstancias duelen no
importa si son meses o años los que pasen por adelante. Ella no estaba, no
estuvo hace tiempo.
Ésa noche contó Ofelia que había
llovido demasiado también en los ojos cafés de la muchacha que decidió
marcharse tras él. Muy entrada la noche tomó su chal y se puso a caminar río
arriba esperando que algún camión pudiera llevarla. No había avanzado mucho
cuando el sonido arrollador del río caudaloso que llega una vez al año con el
comienzo de la primavera también arrasó con ella.
Sólo después de días de buscarla
encontraron su cuerpo río abajo, sin más cosas encima que un pequeño relicario
que él le había regalado.