Translate

jueves, 7 de junio de 2012


Día del Maestro

By Pseudomona

Todos los seis de junio del calendario suelen inevitablemente hacerme recordar a un hombre muy alto de ojos negros y cabellos lacios que solía sentarse tarde a tarde a mi lado al retornar de la escuela: mi padre.
Teníamos juntos una rutina inquebrantable que también compartía mi madre quien tejía en silencio y nos traía a momentos un poco de té caliente. Comenzábamos con la revisión de todo lo que yo había avanzado durante la mañana en la clase de primaria a cargo de mi anciano profesor Justiniano Gutiérrez Heredia, y luego de subrayar con un lápiz rojo mis errores de ortografía era obligatorio hacer una copia “en limpio”. Y tal como ahora en ése entonces tenía las manos pequeñas y se me escapaban todo el tiempo los lápices, por eso él me tomaba de la mano derecha y me ayudaba a dibujar mis primeras letras, una por una. Un día se apareció muy contento con una pluma fuente azul muy finita, que tenía grabado mi nombre de costado y cabía perfectamente en mi mano y mientras mis compañeritos del primer grado aún dibujaban con crayones, él se las ingeniaba para que yo no sólo escribiera correctamente sino comenzara a tener estilo. Eres una linda niña, me decía, por eso cuando seas grande tienes que tener la letra redondita.
Apenas pudo notar que comenzaba a leer de corrido me regaló un cuentito que aún ahora me lo sé de memoria: La Ratita Presumida, estaba la ratita barriendo su casita y encontró una monedita…
A la hora de hacer los dibujos se nos presentaba un gran problema, porque de tal palo tal astilla, ninguno de los dos podíamos hacer un solo gráfico, entonces él ideó una forma de copiarlos a través del trasluz de la ventana, así nos salían siempre perfectos. Y después yo le ponía todos los colores que quería.
En aquel tiempo vivíamos en el Barrio Magisterio y había muchas familias con muchos niños, niños que solían jugar a la pelota o hacer dormir a las muñecas durante las tardes y estaba yo, que de mañana iba a la escuela y de tarde también lo cual me ponía un poco triste, especialmente cuando me asomaba a la ventana y veía que la vida se reía allá afuera.

No obstante ahora al repasar mi niñez no puedo menos que reconocer que de verdad fui afortunada, más aún porque tengo la letra redondita.