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martes, 12 de junio de 2012


La cita
By Pseudomona

La tarde caía sobre los cerros rojizos de aquel valle, podían observarse los enormes y cansados brazos de los sauces refrescándose a la orilla del río cristalino mientras jugaban con renacuajos verde oscuros y pescaditos pequeños.
Un viejo y destartalado bus recorría lentamente el sinuoso camino de tierra, parecía un enorme caracol adormecido que levantaba una humareda de polvo a su paso. Se detuvo dubitativo en el cruce del camino que marcaba la separación: al sur Tupiza y al norte Potosí, tomó entonces decidido el camino rumbo al sur.
Sentado en uno de los asientos más distantes se encontraba un hombre joven, de pelo ensortijado y frente amplia. Llevaba un reluciente traje gris y giraba incansable entre sus manos un elegante sombrero de felpa azul. Viajaba absorto, mirando fijamente la rotación rítmica de sus pensamientos, había pasado mucho tiempo desde que partió para continuar su vida en la ciudad obligado por las circunstancias ¿Estaría ella todavía aquí? Y si está ¿Lo estaría esperándo? Habían pasado muchos años, mucho espacio entre los dos. Siete. Ella le había prometido que lo esperaría, que siempre lo querría. Nunca se hubieran separado si él no fuese un simple peón de hacienda, porque la ignorancia suele mantener una distinción muy marcada en las clases sociales, tan fuerte que había terminado también marcando sus vidas. El no podía volver a verla, menos aún atreverse a quererla aunque aquello significara dejarla.
Todavía recordaba sus ojos castaños muy profundos que lo habían alumbrado durante todo éste tiempo, sus pequeñas manos que lo habían confortado cada vez que pensaba renunciar y volver a su lado, su pelo largo color azabache intenso, fina cortina, abrigo de las noches más frías. Siete años ¿Habrán pasado en vano? 

Al fin en la placita del pueblo donde también solían llegar los buses, él descendió lentamente maleta en mano y nadie pudo reconocerlo. Sin duda el tiempo había pasado voraz y ahora todo estaba cambiado.
Continuará