La
venganza
Ése día las redes sociales se
inundaron con la noticia. Repetían el incidente sin cansancio y en varios
idiomas. Se mostraron videos y memes de lo ocurrido. Las cadenas de televisión
más serias: ¡Un increíble suceso! reportaron. Aquello dió lugar también
a todo tipo de teorías conspirativas.
Sólo aquí se intentará reconstruir realmente
lo sucedido.
Habla él:
Rosita y yo habíamos estado buscando por
largo tiempo un hogar. Peinábamos la zona cerca del parque. Nos gustaba el
barrio. Yo había nacido justo ahí y Rosita también y por ningún motivo,
estábamos dispuestos a irnos. Buscábamos algo espacioso, de preferencia en el
último piso y con balcón. Le dedicábamos horas y horas de nuestro tiempo libre
a diario, hasta que de buenas a primeras lo encontramos. Justo en la
Gartenstrasse. Con vista al corazón de la manzana y todo. Aquí es nos dijimos,
felices, al visitarlo por primera vez. El inmueble era de no creer y naturalmente
habían muchos interesados. Pero como Rosita ya estaba de encargo, El Consejo
nos dió prioridad. No teníamos muchas cosas y no nos costó nada instalarnos. Yo
iba y venía, ajetreado con el amoblado. Rosita me sorprendía gratamente con la
decoración. Ambos soñábamos con la llegada del niño o niña, se nos dió por no
saber el sexo. Los primeros días pasaron y nosotros ya nos habíamos
acostumbrado a nuestro hogar. Hasta que de golpe, del día a la noche todo
cambió.
Habla ella:
Entre semana yo llevo una vida muy ajetreada. A las siete de la mañana tengo que estar ya en la oficina y tiro de largo hasta pasadas las seis. Después me voy con las chicas a hacer el “After” y nos quedamos siempre hasta el cierre; hay noches que ya ni vuelvo a casa. Por eso no me dí cuenta, sólo hasta el fin de semana, que me habían ocupado el departamento. No sé cual sería mi rabia, que agarré una escoba, les grité con todas mis fuerzas hasta lograr echarlos. Después, temerosa de que volvieran, me reporté enferma la semana siguiente. Decidí llamar a mi padre y le pedí prestada su escopeta. Me senté día tras día a vigilar en el balcón, observando desde arriba. Los reconocí de inmediato. Sí que eran porfiados ¡eh! y amenazaban con volver.
Habla el Jefe del Consejo:
La población ha crecido sustancialmente y el
mercado inmobiliario se ha quedado rezagado. Se hace cada vez más difícil. Especialmente
se complica en la ciudad y sobre todo cuando las familias ya tienen chicos. Hay
una especial renuencia a ellos en particular. Si bien El Consejo puede administrar
la repartición, no puede garantizar que el acuerdo se respete. Ahí entran
definitivamente en juego dos factores: primero, el nivel de perseverancia de los
inquilinos y segundo, la capacidad de adaptación del arrendador. Quiero afirmar
sin embargo, que hasta ahora no habíamos sopesado con un problema similar. Y
espero que tampoco lo hagamos en el futuro. Sin duda aquello se trató de sólo
un hecho aislado.
Vuelve a hablar él:
Costó mucho consolar a Rosita, el desalojo
nos tomó desprevenidos. Nos tuvimos que ir con lo puesto. No nos dió tiempo a recoger nada. Presentamos como era de esperarse la queja al Consejo. Nada
podemos hacer, dijeron. Pero ¡algo había que hacer! No nos pueden echar
así sin más ni más, pensé determinado. Claro que intentamos volver, pero ella
estaba a todas horas ahí, armada con la escopeta, vigilando en el balcón. Nos
tuvimos que resignar, somos dos seres pacíficos. Terminamos alojados en la casa
de un amigo, donde Rosita finalmente dió a luz a mediados de la primavera. Si
bien la alegría de ser padre me distrajo. También me hizo reflexionar qué tipo
de ejemplo le estaba dando a mi hijo, si dejaba aquello pasar. Pensé minuciosamente
un plan, que luego presenté al Consejo. Aprobado por unanimidad,
dijeron. Ni bien salió el llamamiento, decenas de voluntarios se presentaron.
Nos organizamos e hicimos rondas tomando el registro de los movimientos en el
departamento. Pudimos constatar que eran los sábados donde el balcón se llenaba
de gente. Fue así que decidimos atacar en un fin de semana. Era una tarde de
verano, mientras el olor a carne asada flotaba en el ambiente, los cocteles y
bocadillos iban y venían en el balcón de la Gartenstrasse; mis compañeros y yo
entramos en acción. Atacamos sin piedad y disparamos contra todo lo que se movía
en el balcón. Una lluvia de proyectiles impactó sobre los invitados de la
fiesta. Unos miraron al cielo sin poder creerlo, otros intentaron escapar sin
éxito. En segundos, literalmente los llenamos de mierda. Y así veloces como vinimos,
así también nos fuimos.
Ahora que lo pienso, la verdad ella se merecía
que la hubiésemos picoteado, eso y mucho más, pero nosotros, como dije antes
somos dos seres pacíficos: somos palomas de la paz.